Me pregunto si detrás de esos vocablos y esas frases que alcanzan la cima del tópico por las tediosas escaleras de la repetición continuada se oculta entre bastidores una voluntad política sería, un análisis riguroso, una real viabilidad o, por el contrario, son simplemente fruto del delirio de quienes deben sostener su carrera inventando fórmulas huecas y demagógicas para epatar y adormecer a un personal más preocupado por los detritus televisivos o llegar a fin de mes.
Cuando las palabras se repiten una y otra vez sin que se las dote de contenido, se hinchan de aire. Quedan huecas y se convierten en lugares comunes, fórmulas retóricas para decir sin decir nada. En las hemerotecas yacen frases y coletillas sin vida. Entre ellas, “la tricontinentalidad”, el “puente entre tres continentes”, Canarias como “portaviones en el Atlántico”. Utilizadas a diestro y siniestro sin que, de momento, la cosa haya llegado a donde anunciaban las trompetas. Seamos constitucionales. Presumamos la inocencia. Desterremos la malicia. Nadie puede negar que la visita del ex presidente Bill Clinton a Tenerife y su posterior propuesta del Archipiélago como plataforma logística atlántica durante el foro Iniciativa Global Clinton ha supuesto una reactivación, un empuje hacia la tricontinentalidad, si aceptamos dar al vocablo el significado que se le quiere dar. Porque ya sabemos que políticos y periodistas inventan palabras y ahí quedan para el que quiera deglutirlas. Que hablen de ti aunque sea mal. Eso está conseguido.
Pero, ¿es posible que Canarias se convierta en ese portaviones desarmado que canalice flujos comerciales entre Europa, América y África y, consecuentemente, obtenga de ello beneficios económicos importantes? Pues, depende. Estoy convencido de que, antes de que ese puente entre tres continentes se sitúe en el cielo de la economía debe pasar bastante tiempo en el limbo de la solidaridad. El presidente del Cabildo de Tenerife, Ricardo Melchior, sabe que, una vez más, el papel de las Islas tendrá que asentarse en el sector servicios. Así, parece que existe la posibilidad de crear un Salón de Ayudas Tecnológicas a África al unísono con el Salón Internacional de la Cooperación que se celebrará en junio en la isla del Teide. Las preguntas inmediatas a plantearse son: ¿Logrará Canarias situarse más allá de una simple escala técnica de barcos o aviones con ayudas dirigidas a una tierra que agoniza bajo los efectos del sida, el hambre y las guerras tribales? ¿Los dirigentes mundiales tendrán la suficiente sensibilidad para afrontar un cambio en profundidad de las sociedades de los países africanos y latinoamericanos de cara a lograr mercados con capacidad de compra y pago?
La actitud de Clinton
La propuesta de Bill Clinton es sin duda loable. Al menos se dedica a recorrer el planeta con proyectos humanitarios y altruistas, mientras otros ex dirigentes que nos quedan más cerca dan conferencias poniendo a caldo al Gobierno de su nación en encuentros o foros internacionales. Nótese que Clinton no realizó la menor crítica a George Bush. Y el actual presidente norteamericano no es precisamente la madre Teresa de Calcuta. rimero reparte bombas y luego ya hablaremos. No coincide precisamente el tejano con los objetivos que plantea quien hizo tan famoso el despacho oval: terminar con la pobreza, utilizar la religión como fuerza de reconciliación, reducir el calentamiento de la atmósfera y promover nuevas democracias en países bananeros y dictatoriales. Enfrentando el tema con cierta candidez, no sé hasta que punto nuestros dirigentes políticos, los de Canarias, tienen operatividad para participar en grandes decisiones que cambien una situación mundial que, en estos momentos, no facilita el papel de las Islas más allá de las entelequias y cartas a los Reyes Magos. Tampoco sé si estos dirigentes, los que vemos cada día en las páginas de nuestros diarios, tienen una visión global y la adecuada formación para generar iniciativas o liderar estrategias.
Si una personalidad mundial como el ex presidente Clinton ha dicho que “lo mejor de no estar en un cargo es que puedes decir lo que quieras… y lo más triste es que a nadie le importa”, mucho me temo que nuestros próceres tengan que seguir limitándose a sus labores cotidianas de yo digo y tu dijiste. Aunque hay que reconocer a Melchior la agilidad que ha demostrado y la capacidad de superar lo que la mayoría de sus homólogos no consiguen: dejar de atender únicamente a la perpetuación de sus posaderas en el sillón correspondiente. No está el tema para tirar voladores. Pero la utopía es el motor del avance. Atención a las palabras del pensador y analista Eduardo Punset: “Los proyectos que se ciñen al cumplimiento estricto de los intereses materiales y personales a corto plazo están destinados irremisiblemente al fracaso”. Cuando los que dirigen el mundo aprendan de esta frase, las cosas irán mejor. Sin emoción no hay proyecto que valga y yo, desgraciadamente, a los políticos, a los de aquí y a los de allí, les veo generalmente rictus que no tienen mucho que ver con la alegría. Esa alegría que, como dice Benedetti, hay que defender a toda costa.