Donde ha estado siempre desde aquellos lejanos años de sus primeros programas en Pittsburg, noviembre de 1920. Y porque la radio es el único medio de comunicación masiva imposible de detener porque no tiene puertas; ventanas sí, muchas ventanas abiertas por las que a diario y a todas horas lanza sus mensajes. Pasa las fronteras geográficas y sociales. Llega a todas partes y sigue consolidándose como el vehículo único e inmediato a la hora en que un ciudadano decide buscar la información de los primeros momentos de un suceso grave. Cuando se han sufrido o gozado las situaciones más difíciles de los pueblos, la radio ha puesto un micrófono en el lugar de los hechos. La y el oyente ha vivido con la misma pasión y emoción del narrador el desarrollo de la inesperada noticia. La radio estaba allí, a pie de cañón.
Sí, en 2005, aquí en Tenerife, en las islas, la radio también estaba donde tenía que estar, en ese lugar del suceso en primera y testimonial línea, llevando a la población la información caliente, en vivo y en directo. Medio interactivo y accesible en donde numerosos informadores voluntarios, que son los que sintonizan las emisoras, aportan, junto a los profesionales del medio, datos y sugerencias que quedan fueran del alcance del periodista/locutor y que son de gran utilidad y ayuda. Como ocurrió en las interminables horas del paso del huracán Delta. Todo un servicio público esencial que, desgraciadamente, ha tenido que revivir en los primeros días de este 2006 con el incendio que destruyó la sede del Obispado en La Laguna.
Han sido los dos últimos casos, tan vividos, tan de cerca. Otra vez, sí otra vez… la radio estaba allí. Ella, únicamente, informando en tiempo real, hora tras hora, durante muchas del día y de la noche, coordinando los mensajes de los poderes públicos y de la policía, de los organismos y fuerzas de seguridad ciudadana, meteorología, transportes, redes viarias, bomberos, de los servicios de alerta y protección para hacerlos llegar, a través de las ondas, a una población ciertamente amedrentada por la violencia de los elementos: el viento, la lluvia, el fuego…
La del Delta también fue la noche de los transistores, como la de aquel aciago 23-F de 1981. En nuestro caso fueron los días y las noches de los transistores y las horas continuadas, sin interrupción, de unas emisiones especiales de la radiodifusión tinerfeña con incansables profesionales a pie de micro, delante de la mesa de control y realización, frente a la pantalla del ordenador… algo que nadie quisiera haber vivido ni contarlo. Pero tuvo que ser así, y así se hizo porque los acontecimientos y la sociedad lo requerían.
Al lado de la del Estado, estuvieron las privadas con licencia, no todas, que por falta de suministro eléctrico no pudieron cumplir con su misión informativa. Pero además de ellas, con un reconocimiento público hecho por el pueblo y las autoridades en días posteriores que agradecieron su magnífica labor, algunas emisoras pendientes de la concesión de una licencia, las llamadas ilegales y/o piratas, se comportaron en ambos sucesos, desde el primer minuto al último, como lo que son: medios de comunicación social que en caso de necesidad, como los dos descritos, anteponen el servicio público a sus legítimos intereses personales y comerciales, dejando a disposición de autoridades y pueblo, personal y elementos técnicos que llevaron tranquilidad, noticias, soluciones y esperanza a miles de hogares tinerfeños.
El caso es que los responsables de conceder las licencias miran para otro lado cuando se les habla del tema. ¿Para qué lado y a quién? ¿Para cuándo la solución al caos que se está viviendo en las enmarañadas ondas isleñas? El problema se agranda cada día y va a más. No creo que haga falta poner más ejemplos de cómo estas emisoras, las que están pendientes de alcanzar la legalidad, han demostrado profesionalidad y eficacia a la hora de prestar un servicio público. Éstas, como las otras, estaban allí, donde tiene que situarse la radio, donde se está produciendo la noticia y se le requiera auxilio. Ni más ni menos que como lo ha hecho en tantas otras veces a lo largo de su ya próxima centenaria historia tan salpicada de alegrías y sobresaltos y que, a través del receptor, ha compartido y comparte con sus muy numerosos seguidores: los oyentes. ¡Que lo sepan!