Hacia una ética lingüístico-periodística

El periodista no puede eludir su gran responsabilidad como modelo lingüístico para la mayoría de los ciudadanos

En una ocasión un alumno de Periodismo me planteó por qué era tan exigente con mi asignatura de Lengua Española cuando él no había ingresado en esta Facultad de Ciencias de la Información (así se denominaba entonces) a estudiar Filología. Por supuesto, me detuve en explicarle las razones que habían llevado a la Comisión Nacional de planes de estudio, a la que yo pertenecía, a incluir esta asignatura, junto a la Redacción Periodística, como obligatoria, por tratarse de una materia que aseguraba en los futuros comunicadores contar con la base fundamental para ejercer su comprometida e importante profesión, orientada, nada más y nada menos, que a garantizar un derecho fundamental: el de la información. «Claro que sé –le dije– que no está usted aquí para formarse como un experto investigador del lenguaje o como futuro formador en esta área a las futuras generaciones de jóvenes ciudadanos; pero sí creo que vengo obligado a asegurar que sea usted un usuario competente en el uso correcto y adecuado de su principal instrumento de trabajo: la lengua. De este modo -continué con mi argumentación–, y considerando la trascendencia de su labor, su formación lingüística ha de ser tan elevada, sobre todo en la vertiente práctica, como la del mejor formado graduado en Filología”.

Las razones son muchas, y enumerarlas podría ser innecesario por redundante, aunque trataré de resumirlas. No solo porque en la elaboración del mensaje periodístico debe haber un extraordinario equilibrio entre fondo y forma (un mensaje mal construido lingüísticamente puede perder toda credibilidad), sino porque el periodista no podrá eludir su gran responsabilidad, con un poder que, aunque no lo haya pretendido, lo convierte en modelo lingüístico para la mayoría de los ciudadanos, mucho más, incluso, que el que pudiera poseer un escritor, un académico o un profesor.

Me ocupé desde entonces, en mis clases y en mis propios textos, ya fueran de carácter científico o de divulgación lingüística, en elevar al más alto nivel la exigencia de la mejor formación lingüística de los estudiantes de Periodismo, como una competencia ineludible para el ejercicio de su profesión, hasta el punto de otorgar -aunque en principio fuera unilateralmente– el rango de obligado cumplimiento que se le exige a toda norma de comportamiento que merezca ser acompañada del adjetivo «ético». Estas son, en consecuencia, las normas de comportamiento lingüístico que considero debería seguir todo profesional de la información:

  1. Atenerse a los requerimientos lingüísticos de cada género periodístico. En los géneros informativos, por ejemplo, uso de un lenguaje denotativo (no marcado) en la medida de lo posible, orientado a conseguir la máxima objetividad.
  2. Por la responsabilidad lingüística que debe comprometerlo, el periodista ha de atenerse a la norma y evitar usos anómalos, por más que las fuentes los hayan emitido. Debe adaptar al nivel lingüístico que corresponde (lengua culta estándar) los posibles vulgarismos, extranjerismos innecesarios u otras anomalías no significativas para la información. Solo en los supuestos en que la reproducción del uso anómalo pudiera contribuir al rigor de la información, este será reproducido, pero dejando constancia de su carácter de anomalía: en los textos escritos se hará mediante el adverbio latino sic (escrito entre paréntesis y en letra redonda por ser voz latina hispanizada) y en los orales con la oportuna aclaración que lo indique.
  3. Los medios de comunicación (y sus profesionales) deben respetar en todos los casos la norma lingüística común (ortográfica y gramatical, fundamentalmente), teniendo en cuenta siempre que el español es una lengua pluricéntrica y que, en consecuencia, existen distintas normas cultas. Cabe alguna posibilidad de desvío en el terreno del léxico, siempre que la novedad favorezca la información o la opinión. En cualquier caso, es preciso conocer la norma, aunque sea para conculcarla.
  4. El periodista debe ser consciente de que el mensaje puede venir manipulado desde la fuente, por lo que habrá que deshacer cualquier uso encaminado a conseguir fines no legítimos en la política, la economía, la religión y en cualesquiera otros ámbitos relacionados con las ideologías. Es preciso, por ello, proceder con mucha cautela con los usos eufemísticos y con el llamado lenguaje políticamente correcto.
  5. En todos los casos y en todos los géneros deben evitarse las voces y expresiones malsonantes, los insultos y otros vulgarismos, pues las connotaciones peyorativas de un mensaje, si es que tuvieran interés periodístico, pueden llevarse a cabo por otros procedimientos lingüísticos, siempre, claro, sin incurrir en pudibundez.
  6. El periodista mantendrá siempre la fidelidad al discurso ajeno, para lo cual adoptará la forma de cita más conveniente (discurso directo o indirecto). Con el fin de garantizar la veracidad utilizará un lenguaje objetivo y hará uso de las indicaciones o acotaciones que convengan.

En lo relativo a la modalidad lingüística canaria:

  1. El periodista promoverá la difusión y el mantenimiento de una norma lingüística culta del español de Canarias y evitará usos vulgares y cualesquiera otros que se sientan como formas poco valoradas de nuestra modalidad: no hará comentarios del tipo «como dice el mago», «para decirlo en canario», «como decimos en las Islas», «como decimos en mi pueblo» u otras expresiones similares.
  2. Evitará, por último, que se infravalore la modalidad canaria en textos y mensajes publicitarios.

Con el empeño de cumplir y hacer cumplir estas normas he actuado en mis clases de Lengua Española y Medios de Comunicación que he impartido en la Facultad de Ciencias de la Información, hoy Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación. Y he de confesar con orgullo que no hubo ningún otro alumno que pusiera en tela de juicio la importancia de la Lengua Española en los estudios de Periodismo, antes bien, todo lo contrario. Ahora solo confío en que, ante la reforma que se anuncia de los planes de estudio y entendiendo que otras disciplinas también exigen, razonadamente, más presencia en el currículo, se procure no hacerlo a costa de reducir créditos a estas materias de Lengua y Literatura, fundamentales en la formación de los futuros responsables de hacer efectivo el derecho a la información, absolutamente imprescindible en una sociedad libre y democrática.

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