Ni desmembración de Coalición Canaria, ni el volcán Pancho que nunca estalló, ni siquiera el debate para la reforma del estatuto, los perros del escudo sin atributo (toma rima) o la llegada de emigrantes por todos los medios navales. Nada de eso. 2004 pasará a la historia como el año en que Canarias dominó al mundo latino con un nuevo fenómeno: el ‘reggaetunning’.
El reggaetunning es el primer invento macaronésico de incidencia internacional desde que, en un ingenio de Gran Canaria hace siglos, unos cosechadores de caña descubrieron por accidente el ron, hecho histórico de poco calado y que merece una mayor explotación, por lo menos turística (“Canarias, tierra de ron, ¡venga a emborracharse!”, sería un eslogan delicioso para captar de nuevo a ese público hooligang que ya no llega a Las Verónicas de Tenerife con la sana intención de empedarse hasta el desmayo). Solo unos pocos iluminados fuimos capaces de comprender el impacto que tendría en el reciente devenir isleño una fecha histórica. Fue un día de abril de 2003, cuando cinco mil gargantas entonaron, junto a un alucinado y a la vez pasota Don Omar, los primeros versos de Dale, dale Don, dale en un Recinto Ferial de lo más molón. Lo importante de aquel momento de comunión colectiva reguetonera, solo superado por el Totus Tus de aquel señor de blanco, no fue lo que tuvo de masificado, sino la importancia del tamaño, del tamaño del público.
“Oye, ¿no son muy bajitos estos que vienen al concierto de Don Omar?”, preguntaba una amiga ante tan memorable instante. La realidad era otra: no eran señores enanos aficionados al ritmo portorriqueño de moda, sino ¡niños! perreando hasta poner en peligro sus pelvis o cóccixs (gran jugador húngaro, por cierto). Como cualquier antropólogo podría deducir, la presencia de tan tierno infante (¿diseñarán tangas talla cadete?) en plena fiebre del reguetón demostraba que la moda era mucho más seria de lo que algunos quisieran. Lo que tiene una fecha de nacimiento más difusa es la eclosión definitiva, la mezcla paroxística entre el reguetón y el tunning.
Cierto es que los tuneros (por cierto, ¿existirán tunos tuneros, con el cupé modificado y sonando a todo vatio por el equipo de sonido aquello de “con las cintas de mi capa, de mi capa estudiantiiiiil”), digo que los aficionados al tunning suelen optar por los ritmillos de moda como banda sonora sorda de sus obras de ingeniería absurdas; pasaron del pumpumpá a David Bisbal y al reguetón sin mayores complejos. Lo que es un verdadero hallazgo, de carácter eminentemente isleño además, es el término de marras: reggaetunning… Como dicen los periodistas malos: no se puede describir con palabras (dedícate entonces a la cantería), pero sí, reggaetunning es el vocablo perfecto, un término que engloba toda una concepción vital y, en definitiva, la mayor aportación canaria a la historia social del siglo XXI desde la voz “chachi”.
Obras porque sí
En cuanto a 2004, enfocando el año hacia la isla de Tenerife, hubo otro suceso difícil de explicar, pero a la vez comprensible: la necesidad básica de la infraestructura como forma de alcanzar la felicidad plena. Resulta que el cierre del anillo insular, el puerto de Granadilla, el desdoblamiento de todas las autopistas y las nosecuántas vías de enlaces hacen falta. ¿Por qué? Pues… ¡porque sí! Dicen que para impulsar la economía isleña. Pero claro, la justificación tiene truco, porque la realidad es que contamos con una economía tan mal organizada que los adalides de la infraestructura tienen razón. Dependemos tanto de la construcción que sería insoportable un parón de este sector. Como no se pueden hacer más hoteles y apenas queda suelo para vivienda, en la infraestructura está la solución. O sea, que la autopista es un fin en sí mismo. La fórmula tiene un problema, porque llegará un punto en que no quedarán más infraestructuras por hacer, y es difícil de imaginar un túnel que conecte el Valle de La Orotava
con Arico… aunque sería mejor evitarse ideas como la mencionada, que puede que a alguno le haga tilín y monte una plataforma de apoyo con página web surrealista inclusive y entonces la liamos de nuevo.
El debate en torno a la infraestructura motivó una respuesta ciudadana que a su vez causó un hallazgo deslumbrante y fundamental para la reciente historia archipielágica. La manifestación del 27 de noviembre en Santa Cruz de Tenerife, a parte de dejar en ridículo a casi toda la prensa tinerfeña (se manifiestan varias decenas de miles de personas en contra de un puerto y a cierto diario no se le ocurre otro titular al día siguiente sino: “El puerto de Granadilla se hará”, a lo que faltó añadir el subtítulo de “Por mis cataplines”), la manifa digo que fue el momento escogido por el supragobierno canario para poner en marcha una nueva iniciativa: la avioneta que cuenta personas. La ocasión, más que calva, la pintaban oportunista porque, ¿no hubiera sido una alternativa más razonable probar el invento, qué sé yo, en el Son Latinos? El resultado fue que, otra vez, nadie se puso de acuerdo con las cifras de asistencia. Veintipicomil decía la avioneta, cien mil los convocantes y un millón de personas algún manifestante dominado por la emoción ecologista.
La solución la tuvo… Marc Anthony. Gracias al concierto que el salsero neoyorquino ofreció precisamente en el puerto de Santa Cruz de Tenerife varios meses después, aquellos a los que todavía les cuesta contar grandes masas, que en Tenerife son muchos –casi todos organizadores de manifas o de festivales al aire libre– conseguimos un fabuloso molde de medir: a partir de ahora, treinta mil personas (entre asistentes de pago e invitados de patilla) serán las que fueron a ver a Marc Anthony. Este Ledesma, que estuvo por allí, les puede decir que treinta mil personas son muchas personas, por si los chicos de la Plataforma todavía abrigan alguna duda.
El temita volcán
2004 fue un año, sí, dominado por el temita volcán que sí, que no, que no que no. En cierta columna, este periodista tuvo la idea de llamar Pancho al volcán polémico, por la simple razón de que se estaba tomando el tema de su erupción con una santa paciencia. Pancho era un volcán (o más bien un óvulo de volcán, porque nunca le vimos la lava ni el flequillo) muy canario, por la cosa de que su afloramiento fue como contratar la reforma del baño: a lo mejor mañana, no sé, llego pero me voy, me olvidé de una herramienta… Y así hasta el aburrimiento. Lo peor de Pancho es el efecto Pancho, que los tinerfeños medios nos confiemos en que esas cosas de la vulcanología no sirven para nada y que, cualquier día desprevenido, nos explote la montaña de Ofra en medio de un festival reggaetunning mientras el consejero de turno inaugura la vía de cornisa (otro sueño irrealizable) Ofra-Igueste de San Andrés.
En definitiva, 2004 fue un año de sí pero no, de una aparente parálisis política que se tradujo en una extraña toma de acción por parte de dos polos enfrentados: los empresarios y una porción de la sociedad civil que le está cogiendo gustito al tema de la manifestación-concentración-protesta. Eso en el plano sociológico chachi, en el lado verdadero de la realidad, ya saben, 2004 fue el año del reggaetunning. Y punto.