El norte mira al sur y recuerda con nostalgia mejores tiempos

El repaso de la hemeroteca de 2004 arroja un resultado harto diferente según se trate del norte o del sur de la isla de Tenerife. Los municipios del sur acaparan titulares pomposos, mientras que el norte apenas ofrece temas provincianos como los controles de alcoholemia junto a los ‘guachinches’. Es la cuarta de vino azufrado contra el champán francés.

El controvertido pero inminente puerto industrial de Granadilla de Abona, la anunciada segunda pista del aeropuerto Reina Sofía, el necesario tendido eléctrico para hacer frente al desmesurado incremento del consumo de energía… Muchos son los asuntos que han ocupado y ocupan grandes titulares y muestran el poder omnímodo de los municipios sureños eminentemente turísticos: Adeje y Arona, e incluso de los que se integran en su área de influencia como Granadilla, San Miguel, Guía de Isora y Santiago del Teide. Como ligero contrapeso, el norte ofrece un titular de primera no exento de polémica, aunque, eso sí, provinciano y pintoresco, a todas luces revelador del desnivel económico con la vertiente sureña: el llanto del alcalde de La Matanza de Acentejo tras el aumento de los controles de alcoholemia, actividad mortal de necesidad para los archipopulares guachinches y lesiva para un subsector económico que sirve de sustento a numerosas familias. Es la cuarta de vino saturado de metabisulfito potásico contra los deslumbrantes espumosos franceses.

El sur fue noticia permanente a lo largo de 2004, lo es en 2005 y con seguridad lo seguirá siendo en 2006, en 2007, en 2008, tal es su creciente protagonismo en el ámbito insular, regional, y hasta nacional e internacional si de turismo hablamos. El puerto se acabará construyendo, con más o menos metros cuadrados, junto a un resplandeciente polígono industrial; los bocetos de la segunda pista y la nueva terminal aeroportuaria rondan ya por los despachos ministeriales, acaso cruzándose con los del isorano puerto de Fonsalía; las grandes cadenas hoteleras aprovechan los últimos resquicios de las Directrices para asentarse en la costa de Adeje y Guía de Isora con lujosos establecimientos; el Palacio de Congresos de Playa de las Américas otea sobre los visitantes a la espera de poder lucir sus agresivas formas; el enlace ferroviario Santa Cruz-Adeje es el primero de la pila de proyectos pendientes.

¿Y el norte? El norte mira, espera y rememora con nostalgia aquellos tiempos en los que el Puerto de la Cruz era poco menos que el Montecarlo del Atlántico, el Valle de la Orotava el marco idílico para cualquier turista y las poblaciones adyacentes un estupendo parque temático del tipismo isleño. Mucho ha llovido desde que el septentrión dejó de ser la novia deseada. El año 2004 ha consolidado la evidencia de que la modernización del aeropuerto de Los Rodeos, la única obra de infraestructura de relevancia que se ha desarrollado en el norte en la última década, en poco ha beneficiado a una industria turística como la portuense, acomplejada ante el avance del gigante sureño e impotente frente al inmovilismo económico que azota a la comarca. Casos como el de la explanada del muelle de Puerto de la Cruz, una amplia superficie en pleno corazón de la ciudad que espera desde hace dos décadas una utilidad acorde con su privilegiada ubicación, sirven de perfecto ejemplo para ilustrar el fenómeno.

Y también el siempre recurrente puerto deportivo, muelle de enlace con La Palma incluido. Y el inexistente palacio de congresos, cuya carencia no ha logrado solventar el infantil inmueble edificado en la montaña del Taoro. Y el antiestético edificio Iders, guinda de la tarta mustia en la que se ha convertido Puerto de la Cruz. Y la remodelación de la playa de Martiánez, horror de los horrores. De forma paralela, el paisaje, el gran baluarte de la comarca, ha sufrido en los últimos años un deterioro sin precedentes. La indisciplina urbanística, hija de la vista gorda de las administraciones municipales, unida a la expansión de las áreas industriales y residenciales, a la desaparición de las plataneras y, por qué no decirlo, al pésimo gusto de los arquitectos, han alzado a las postales de los ochenta a la categoría de documentos históricos.

Un dato recientemente conocido: el descenso de la población alemana residente, sorprendente para quien se encuentre familiarizado con la zona, encuentra parte de su explicación en ese deterioro del entorno, a estas alturas prácticamente perdido como potencial reclamo turístico. El norte, de Tacoronte a Buenavista, da la sensación de no tener capacidad de reaccionar por sí solo, de que su única esperanza pasa por la creación del anillo insular para tener el sur más cerca. Y ni siquiera queda el recurso de la agricultura porque, puestos a desmontar tópicos, bueno es saber que, incluso en materia agrícola, el norte mira al sur.

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