La suma de los vocablos “política” y “Gran Canaria” arroja, traicionado por una memoria acostumbrada a medir información en plazos de 24 horas, nombres harto evidentes para cualquiera. Entre medias, ligado a esos nombres, pocos temas: sólo uno, para ser justo y no presumir de contiendas no tratadas en las manchas de tinta que me restan por pincelar.
Este lienzo perezoso que me presta el retrovisor cronológico, se detiene en los mauricios y pinta romanes; traza sorias y luzardos; y tejeras, y arnaizes. También pellis y seguras; y vanberkeles y fomentos; ferrateres y portuarias, y ante todo granmarinas, sobre todo granmarinas… Pero en los márgenes que escapan al marco de un 2004 casi monotemático, queda espacio para prosas. Más que nada por lo serio, que no es que el cuadro no me guste, pero cierto es que de tan visto, da más risa que placeres. Y es que no sería justo dejar fuera, por lejano, al evento que en su día recibiera unánime aplauso desde todas las esquinas de Gran Canaria, y me atrevo a afirmar que de Canarias.
El día que esta isla decidió poner proa hacia el futuro, la misma jornada en que todas las cabezas visibles de la economía y la sociedad grancanaria se reunieron en el Auditorio Alfredo Kraus, el punto de partida que cerró agenda provisional con un “Sí al turismo”, quedó bautizado bajo el nombre de Cumbre del Turismo. Puede que con tanto istmo nadie recuerde aquel comienzo, por eso, antes de sumergirme en las aguas golpeadas y maltratadas por el rocoso frente marítimo de la capital grancanaria, me he permitido salir del guión lógico para recordar que el 2004, también dejó acciones útiles en Gran Canaria.
Los acontecimientos que determinaron políticamente el 2004, comenzaron a forjarse en un brusco y macabro giro de la historia, a miles de kilómetros de distancia de la Gran Canaria atlántica: Madrid, 11 de marzo de 2004. Moncloa, 14 de marzo de 2004… La onda expansiva de los más brutales atentados ocurridos en Europa -y su influencia sobre la alternativa en la presidencia del Gobierno central- iba a marcar la nueva línea de trabajo de los partidos de Canarias. Más aún el de un Partido Popular acomodado, hasta la fecha, en los asientos de todos los gobiernos posibles desde esta isla: la Nación, el Ejecutivo regional, el Cabildo Insular, y los ayuntamientos más importantes de la isla.
El dolor de Román
Pero también los comicios europeos dejaron su huella en la crónica política de 2004. Ambos pasos por las urnas, por ejemplo, llenaron de argumentos a un ex presidente grancanario, con la espina clavada de su relevo en la candidatura vice presidencial, y que, fiel a su estilo, jugó las bazas convenientes para dejar explosionar la bomba de relojería de su partido, aplazada en no pocas ocasiones. Román Rodríguez, incapaz de romper un pacto de Gobierno amenazado desde el mismo 14 de marzo, forjó en 2004 su ruptura con CC. Su ruptura con el Ican de un José Carlos Mauricio impertérrito (batallas lleva a sus espaldas) ante la crispación.
Tampoco es desdeñable un nuevo efecto llegado a la ínsula desde aquel día 14. Es consecuencia de la citada fecha el que se tambalease el pacto de Gobierno, forjado sobre la conveniencia de gobernar con el mismo que lo hacía en Madrid. Toca a Gran Canaria porque el presidente del Cabildo también lo es del partido que se vio con medio pie fuera del Gobierno regional. Robinsoria de la isla no estaba demasiado dispuesto en quedarse como tal en caso de que la ruptura se hiciera efectiva: intocable en su feudo, pero con apenas peso político en la isla vecina. Como aviso a navegantes, -pues quien no quiere ser visto tiene formas de no conseguirlo- se dejó ver paseando con Miguel Zerolo.
El alcalde de Santa Cruz, poco contento con Rivero, no ha negado nunca que a él no le cambia nadie las siglas de ATI, y su capital político, por el desgastado par de ces. Como aquella pareja podían parecer lo que fuera menos un par de inconscientes, provocaron por aquel entonces las especulaciones sobre una UPN a la canaria. Pasada la tormenta, cada cual volvió a su silla. Pero aquel contacto nada casual, promete ser tan sólo, el capítulo número uno de una serie que veremos en el futuro. El inesperado cambio en Moncloa, por tanto, dio lugar a turbulencias en el río político del que nadie quiso dejar escapar su parte de pesca. Por entonces, y aunque el asunto del frente marítimo de la capital venía heredado desde algunos años atrás, nadie podía imaginar que se iba a convertir en la clave de la refriega. Ni siquiera quienes facilitaron el argumento de la obra, es decir, los arquitectos canarios, que encendieron la mecha de la tormenta política para su propia sorpresa e inesperado beneficio.
El argumento del PP
El arma arrojadiza de la guerra política en la que se convirtió el asunto del Istmo sirvió a los populares para crear su argumentario. Un discurso basado en “desvelar” la “inquina socialista” hacia Gran Canaria, que sirvió para regalarse tiempo para buscar la salida a un callejón para el que no estaban preparados. Después, el Ministerio de Fomento se empeñó colaborar con el hierro ardiendo al que se agarró el por entonces desorientado PP grancanario. Si bien dentro de sus atribuciones, aunque es verdad que con una diligencia poco habitual, el casi recién aterrizado ejecutivo se interesó, de oficio, por el proyecto bandera del PP de Gran Canaria, con firmas de lujo al frente: y no hablo de Ferrater y de Pelli, sino de Luzardo y Soria, Midas este último de las urnas de la isla.
El encargado de poner cara al “maléfico gobierno del sablazo y la persecución” fue un invitado a la isla, viejo conocido, no obstante, de la política tinerfeña: José Segura Clavell, a la sazón delegado del Gobierno, que en su peculiar manera de asumir el asunto, llenó de razones a sus adversarios populares incapaces de consensuar una salida. La secuencia de acontecimientos de todos conocidos tuvo una lectura política que se perpetuó hasta el 31 de diciembre. Los unos creyeron ver gigantes donde, tal vez, sólo hubiera molinos. Los segundos, animados por la perspectiva del público batacazo del caballero enfurecido, se acomodaron al papel de gigante y se mofaron del daño que, intencionado o no, estaban haciendo a su adversario.
Por supuesto se apuntaron al combate quienes, hasta la fecha, sólo habían mirado de lejos. El primero, el caballero Román; el segundo, más discreto, pero a la postre con mejor lanza, e invulnerable armadura, el consejero de Economía y Hacienda. Sólo para reconducir. En medio, una Autoridad Portuaria cuya cabeza presidencial se sirvió en todas las meriendas políticas. Aparecidos de entre la polvareda, una oposición cabildicia, feliz por haber encontrado algo de lo que hablar, Uniones Europeas, y una larga novela que pasó de ser un tema serio, a una batalla político-folclórica cuyo importe habrá de pagar una ciudad, una isla cuyo frente marítimo exige consenso, con urgencia. Lo peor es que esta novela se perfila culebrón, y de los malos. Puede, quien sabe, que el argumento del 2005, vuelva a ser idéntico al que nos brindó 2004.
Es cierto que hubo otros aconteceres políticos, pero sabe el Roque Nublo que no fueron demasiados… Tal vez, desde la cumbre, sintió con muchos el hastío del año en que la política se apellidó Istmo, o tal vez no. Quizá su pétrea mirada quedó varada en las dunas del sur que, adentrándose en el mar cada día un poco más, se transforman, cada día, en un poco menos dunas.