Pesimismo de la razón y optimismo de la voluntad

La economía de las Islas Canarias cambió de fase del ciclo en 2000. Cesó la expansión de la economía, que se había producido desde 1995, y entramos, como ocurrió a principios de los noventa, en un nuevo período de crecimiento moderado. El período de expansión nos había llevado hasta el 81% de la renta media per cápita de la Unión Europea y había convertido a las Islas en un lugar de atracción de fuerza de trabajo. De pronto, en la segunda mitad de los noventa, habíamos pasado de componer líricas canciones inspiradas por la emigración a preocuparnos por la llegada de inmigrantes; de una tasa de paro del 28%, a una cercana al 10%; de expectativas negativas a un estado de euforia inversora. Así que se extendió el temor a que se reprodujera el síndrome de inicio de década: en el inicio de los setenta, ochenta y noventa, la actividad económica se había moderado, se había destruido empleo y la tasa de paro se había incrementado dramáticamente.

Sin embargo, la revisión de la Contabilidad Regional de España nos ha ofrecido la evidencia empírica de una economía que, si bien ha pasado de ritmos de crecimientos muy altos a moderados desde el 2000, ha seguido creciendo por encima de la media de la economía española. Así que hemos salvado de momento el peligro de una caída de la actividad similar a la de otros inicios de década con resultados notables sobre el empleo y sin que la tasa de paro haya tenido alteraciones con mucho impacto sobre la equidad. En 2004, el PIB de Canarias creció el 0,15% más que la media española y se crearon 21.800 empleos, reduciéndose la cantidad de parados en 11.800. El optimismo de la voluntad ha sido capaz de superar de momento al pesimismo de la razón. Pero creo que se debe decir algo más sobre el actual estado de cosas. Los ritmos de crecimiento moderados pueden ser los deseables de forma sostenida, puesto que todos los años desde el 2000 la economía canaria ha crecido por encima del 2,5%. Esto es así porque en el actual estado de diversificación de la economía de las Islas aspirar a un crecimiento mayor sólo produciría presiones inconvenientes sobre los recursos.

Pero hay más problemas y repasaremos algunos. El crecimiento de la población activa ha ido moderándose, especialmente en 2004 por el retorno a los lugares de origen de los inmigrantes peninsulares, pero las mujeres seguirán insertándose en el mercado de trabajo, así que no podemos esperar que la población ayude excesivamente. La productividad aparente del factor trabajo tiene un comportamiento que preocupa. Los ocupados han crecido más que el PIB. Esto es bueno para el empleo en general, pero significa que nuestra economía tiene un alto grado de especialización en actividades que requieren bajo nivel de formación y productividad, de ahí que los salarios sean inferiores a la media española. Además, aunque la tasa de paro se ha reducido y no se ha incrementado como temíamos a partir del 2000, aún queda mucho por hacer en relación con los inactivos, especialmente en el caso de las mujeres. Y no podemos resignarnos a que la tasa de paro se incremente porque sus efectos sociales asustan.

Podemos añadir más razones al pesimismo si consideramos los problemas de la provisión de bienes preferentes. Es evidente que la provisión de educación, sanidad, vivienda, administración de justicia, seguridad, servicios sociales y cultura ha mejorado en los últimos veinticinco años, fruto del amplio proceso de descentralización fiscal que ha sido calificado como cuasifederal. Pero también es cierto que el período en el que hemos empezado a cerrar las diferencias de extensión y calidad del Estado del Bienestar respecto a otras regiones de Europa ha coincidido, no por casualidad, con el incremento de la población y la mayor dispersión, insular y comarcal, de su localización. Seguir en este camino, único transitable de momento hacia la mayor equidad del sistema, exige más recursos financieros en manos del Gobierno. Pero, ¿qué ocurrirá si el crecimiento se modera, si la financiación de la sanidad tiene que gravitar sobre una mayor imposición indirecta en Canarias, si los recursos procedentes de la UE disminuyen, si la aportación del Estado no compensa el efecto de todas las anteriores limitaciones? Hay razones pues para ser pesimista.

¿Podrá compensar el optimismo de la voluntad la carga de pesimismo que nos ofrece la razón? Hagamos un repaso de los elementos a favor. Aunque el crecimiento de la economía se ha moderado, creo que podemos aspirar a mantener un nivel de crecimiento del dos por ciento de forma sostenida durante los próximos años. Sólo una situación excepcional derivada de las guerras o un incremento incontrolado de los precios del petróleo que precipite hacia la recesión a las economías europeas puede dañar seriamente este objetivo. Si el incremento de la población activa se sitúa cerca del uno por ciento, tendríamos un margen similar para incrementar la productividad media y/o reducir la tasa de paro. Por otra parte, el crecimiento económico y el mantenimiento del diferencial fiscal con el resto de la economía española puede aportar los recursos para mejorar la provisión de bienes preferentes. Y el incremento de la inversión pública estatal puede compensar la caída de los recursos de la UE. A medio plazo, podemos pensar en consolidar los instrumentos del REF transformándolos para que se adapten a las nuevas circunstancias y se encuentren legitimados por la sociedad.

Sin embargo, creo que lo más importante es el “…y mientras tanto”. Me refiero a la alteración de los problemas estructurales en relación con el conflicto entre beneficios privados del crecimiento y costes públicos del crecimiento. Ya hemos dicho que es un problema que requiere tiempo, pero corregir el rumbo de la nave exige tomar decisiones cotidianas que sumadas determinan el éxito de la maniobra. La diversificación de la economía debemos entenderla como una apuesta diaria por la innovación realizada sobre las actividades existentes y las que se inicien modestamente. Y no debemos pensar de estas últimas que serán actividades capaces de replantear la estructura sectorial de Canarias al estilo de lo que significó el turismo en los sesenta.

El futuro nos dirá si la voluntad de ser superó la razón y sus argumentos pesimistas. En cualquier caso, razón y voluntad son necesarias. La primera advierte de los peligros, la segunda apela a diseñar con rigor futuros deseables y poner el afán en conseguirlos.

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