Andábamos agotando una campaña electoral en la que se valoraba el guante blanco con que se habían tratado los candidatos de los distintos partidos, hasta el punto de definirla como de bajo perfil precisamente porque, estando en un país en el que la vida política de los últimos años ha estado presidida por la crispación, las salidas de tono no habían sido del calibre del que imaginaban los amantes de las emociones fuertes.
Andábamos cerrando una campaña electoral en la que, pese al aparente menor encono, se nos presentaba la acción política, fundamentalmente, como un espectáculo, aun cuando éste brinde poco a la formación de una opinión pública madura y aliente a la agresividad en las relaciones, y comprobábamos que no era sol todo lo que relucía y que pese a ese, aparente, menor encorajinamiento se había vuelto a apelar más a las emociones que a la razón y que la evocación del miedo, la rabia y la ansiedad habían estado en boca de casi todos los elegibles, más amigos de hablar del contrario y descalificarlo que de lo que piensan hacer. Resumiendo: que había habido mucha emoción y poca ilustración.
Andábamos repasando ese ejercicio de relativo y anecdótico ingenio que nos habían ofrecido los candidatos, constatando los muchos elementos de distracción utilizados por los intervinientes en la campaña electoral y sorprendiéndonos al comprobar como algunos se instalaban en la mentira, el rencor y la soberbia de forma descarada, consciente y sin sonrojarse, despreciando la memoria histórica que, aunque frágil, la mayoría de la población atesora y sin importarles que éstas, las mentiras, predispongan a unos pueblos contra otros, sirvan para crear el odio y acaben desatando la violencia.
Andábamos… cuando la barbarie, la sinrazón, nos golpeó con toda su crudeza. El terrorismo, que como ha dicho Amos Oz, es como la heroína que cada vez ha de tener dosis más fuertes para que el efecto se mantenga, llenó de muertos nuestras vidas. El año quedó marcado para siempre por los atentados del 11 de marzo en Madrid y con él las elecciones que tres días después se celebraron. Nada es igual desde entonces. A las 192 vidas segadas y a las miles dañadas directamente hay que sumar la incapacidad de una clase política, ¿o es casta?, que no sólo no supo responder con altitud de miras y sin sectarismo sino que por el contrario dio pábulo a comportamientos miserables, hasta el punto que hubo quienes pretendieron justificar su debacle en la alta participación habida, como respuesta a la barbarie, en los comicios.
En las Islas, esas elecciones generales marcadas por el horror marcaron también a Coalición Canaria (CC), cuyos malos resultados sirvieron para desatar los demonios internos que anidaban desde tiempo atrás en esta organización. A partir de entonces, las colisiones se sucedieron hasta el punto de quebrar a quien se ha autoproclamado voz y fuerza de Canarias. La crisis, siempre latente, cobró toda su crudeza. Mal año, 2004, para CC, la primera fuerza política de las Islas, que a la vista de lo visto no ha sabido atender a la historia de este Archipiélago que “nos ha enseñado que todo lo más valioso ha surgido de la solidaridad del conjunto del territorio y de sus hijos allende el mar, una solidaridad en la que han estado representadas todas y cada una de las Islas. La generosidad y la fraternidad han sido, desde siempre, las claves fundamentales de nuestra tierra”, como rezaba el manifiesto por la unidad de Canarias, promovido por el Centro de la Cultura Popular Canaria y publicado en el año 2000.
CC fue una atrevida y exitosa obra de ingeniería política diseñada en el año 1993, pues supo aprovecharse de ese poso de canariedad que anida en una importantísima parte de la masa electoral; sin embargo, el año de 2004 marcará la historia de esta organización, tan trascendental en las Islas en los últimos tiempos, pues se constató con evidencia que Canarias era para esta coalición un magnífico soporte, un lustroso cartel con gancho pero no una idea a desarrollar en clave de futuro, por lo que, independientemente del relevante papel político desempeñado en estos años, a la vista de su estado actual, cabe imputarle a sus responsables, a todos por igual, una importante responsabilidad por haber cercenado un proyecto que podía dar personalidad y protagonismo relevante a una propuesta autónoma, al margen de los partidos de ámbito estatal.
Lo acontecido en el año 2004 evidenció que la apuesta atrevida se quedó en artificiosa, posiblemente porque nunca se quiso profundizar.