Más aislados en una España más incierta

Para los canarios, 2005 ha sido un año de frustraciones y obstáculos políticos a sus expectativas de prosperidad por la debilidad del Gobierno regional y la discriminación consciente del Gobierno nacional.

El año 2005 pasará a la Historia por la ausencia del Papa Juan Pablo II, sin lugar a dudas, la personalidad más influyente del siglo XX. Para los canarios, ha sido un año de frustraciones y obstáculos políticos a sus expectativas de prosperidad, por la debilidad de un Gobierno -el regional- y la discriminación consciente y sistemática practicada por otro -el de la Nación-. Fue, además, el año en el que se perfiló la nueva configuración territorial del Estado, que el PSOE y el Gobierno de Rodríguez Zapatero, conjuntamente con sus aliados nacionalistas, están definiendo mediante una política de hechos consumados y de espaldas a los españoles. Lo que en 2005 empezó con el debate parlamentario sobre el llamado Plan Ibarretxe y la entrada en las Cortes del proyecto de un nuevo Estatuto de Cataluña, se ha confirmado en este año 2006 como un proceso de ruptura del consenso constitucional de 1978. Las consecuencias de pasar de un régimen en el que todos los españoles tienen los mismos derechos y obligaciones, a otro incierto en el que cada Comunidad Autónoma define su identidad y sus derechos, se harán notar en el medio y largo plazo para las familias españolas, en general, y muy particularmente para las familias canarias, en forma de menos oportunidades de prosperidad y libertad, menos cohesión entre regiones y mayor riesgo de quedar aislados del progreso y la integración del mundo, que, por otra parte, es una tendencia imparable y contraria a la que está siguiendo unilateralmente el Gobierno de Zapatero.

El Gobierno de Canarias presenta un balance de gestión lleno de promesas incumplidas y de injerencias en las decisiones que la gente toma sobre su patrimonio o sobre sus contratos privados. El presidente autonómico apostó en 2005 por hacer más débil, insegura y dependiente a Canarias de la voluntad y los intereses del Gobierno de Zapatero. Su fracaso en las grandes políticas que interesan a los canarios es inequívoco: el empleo, la inmigración ilegal, la seguridad pública, la sanidad, la administración de Justicia, el desarrollo económico, la educación o la vivienda. Pero, sobre todo, su mandato se ha convertido en los últimos doce meses en símbolo de la impotencia institucional ante la discriminación y el descuido de los intereses canarios por parte del Gobierno de España. Por desgracia, la sociedad canaria no puede sortear hoy los síntomas de un Gobierno débil, atado y sin rumbo. Nuestro marco autonómico concede a la Administración un amplio margen de intromisión en las vidas de las personas, las familias y las empresas. En un sistema de mayor libertad, el fracaso de un Gobierno no tendría por qué arrastrar a la sociedad. Hay tanta creatividad emprendedora entre los canarios como pueda haberla en otras comunidades, pero la iniciativa privada choca, aquí, con el muro de una Administración entrometida, dispersa y caprichosa. El resultado de una sociedad que no es libre, sino que depende de la decisión de gobernantes y funcionarios, es la mayor tasa de paro del país, un coste de la vida que no deja de subir, un nivel de salarios que está a la cola nacional, una generación de jóvenes que han estudiado para alcanzar su independencia personal y no encuentran otra alternativa que preparar oposiciones, una conflictividad entre administraciones, entre ciudadanos y administraciones y entre funcionarios y gobiernos, que bloquea el sistema, provoca inseguridad y espanta a quien tiene algo que aportar a la calidad de vida de todos, ya sea capital, conocimiento o fuerza física.

La regularización masiva de inmigrantes, aplicada en 2005 por el Gobierno de Zapatero, y que en Canarias produjo el reparto de permisos de trabajo a 35.000 nuevos residentes, ha tenido unas consecuencias catastróficas, en pérdida de vidas humanas y desbordamiento del sistema de acogida. La cooperación internacional se improvisa (como lo prueba el hecho de que el Gobierno sólo ha buscado un acuerdo urgente con Mauritania cuando ha detectado que las mafias se han establecido en este país), el Plan sobre Inmigración se ha reducido a papel mojado, sin los fondos públicos necesarios para su aplicación, y el SIVE (Servicio Integral de Vigilancia Exterior) sigue sin instalarse en las islas que más lo necesitan, Tenerife, Gran Canaria y Lanzarote. El delegado del Gobierno en la Comunidad Autónoma lleva reclamándolo desde que era diputado al Congreso, por Santa Cruz de Tenerife, en 2003. En su partido y en su Gobierno deberían hacer más caso a una persona que conoce bien el problema de la inmigración. Los canarios no se resignan a que la región sea un coladero para las organizaciones criminales de la inmigración ilegal. La llamada a aceptar que “no hay fórmulas mágicas”, como dijo el ministro de Justicia y diputado por la circunscripción de Las Palmas, no será correspondida por la mayoría de los ciudadanos. Porque los deberes no se han hecho, y es el momento de ponerse manos a la obra. También el Gobierno nacionalista de Canarias debe aplicarse con denuedo a esa meta. Porque fue la fuerza política que lo sustenta, ATI-CC, la que respaldó inequívocamente, con su voto en el Congreso de los Diputados, el proceso de regularización masiva y extraordinaria que es una de las causas fundamentales de esta nueva ofensiva de las mafias de la inmigración contra el Archipiélago.

El acuerdo sobre financiación alcanzado en Bruselas, en diciembre de 2005, por los Jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea es el peor que jamás haya tenido que aceptar España en ninguna negociación europea. Perdemos más que nadie, pagamos más que nadie y Canarias pierde más que ninguna otra región española. Me referí al comienzo de esta crónica al que considero el acontecimiento más importante del año 2005, el fallecimiento de Juan Pablo II. El que ha dejado es, decididamente, un mundo mejor. En él, la dignidad humana asoma por encima de la naturaleza absoluta y de la razón absoluta. La persona es única e insustituible. El Papa de la alegría dio testimonio de ese prodigio, que creíamos perdido, después de dos grandes guerras, después del nazismo y del comunismo. Es cierto: el Mal sigue aquí, pegado al suelo. Pero hoy sabemos que no es invencible. Es cierto: la Historia no ha terminado, contrariamente a lo que se proclamó tras la caída del Muro, “un Muro que el optimismo y la determinación de grandes personajes como Karol Wojtyla ayudaron a derribar”. Pero, después de Juan Pablo II, el progreso es ya inseparable de la dignidad individual. Hoy sabemos que conseguirlo está al alcance de una Humanidad que conoce el valor de la libertad, precisamente porque una generación entera la despreció y la siguiente ha tenido el coraje de rescatarla.

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