Dos Canarias

A lo mejor ese ha sido siempre el sueño de algunos, el inconfesable interés de otros y la frustrante constante histórica que hemos tenido que soportar los más. Para los primeros, separatistas ellos, una Canarias unida ha sido y es sinónimo de menos tajada para sus insulares negocios, menos prebendas y migajas al tener que repartir con sus iguales de la isla de enfrente o ver truncadas sus aspiraciones hegemónicas. Los hubo colonos, los hubo caciques, los hubo burgueses y, más recientemente, les hemos conocido bajo el nombre de insularistas. Eso sí, con el mismo apellido, el mismo pelaje, conservadores de siempre.

Entre los segundos, aquellos que siempre han salido beneficiados de esta ridícula escenificación de pleito, parecida a la célebre entre galgos y podencos, están los que, desde la distancia, entendían y siguen creyendo que en Canarias siempre sería mejor negociar con cabecitas de ratón que con cola de león y olé, aunque me pese, por su éxito durante siglos. Son los mismos a los que, también desde siempre, les tenemos que volver a recordar, una y otra vez, que somos distintos y que, en otras condiciones, entenderían, como lo hacen con vascos y catalanes, que aquí, con más razones si cabe, también se necesitan políticas distintas y no echarnos a pelear para escurrir el bulto.

Para el común de los canarios, esos que no nos hemos dejado contagiar nunca por quienes llamaban al pleito interesado entre hermanos, a la desunión entre canarios, a la hegemonía chicharrerista o a la doble autonomía grancanarista por despecho; esos, digo, que seguimos siendo mayoría, vemos hoy, más que nunca, como nuestra tierra sigue viendo crecer su herida por causa de los de siempre, por los mismos intereses de siempre, con las mismas complicidades de los de siempre.

Hoy existen dos Canarias, cierto. La Canarias de una minoría que se ha convertido en nueva rica, que ha amasado grandes fortunas en las últimas décadas al socaire de una forma mezquina de entender el poder, sin importarles siquiera las formas y maneras. Y la Canarias de la mayoría de los ciudadanos, la Canarias que no llega a fin de mes, la Canarias que no tiene vivienda, la Canarias que trabaja en precario, la Canarias que siempre está en cola, en lista de espera, la Canarias que no arranca. Esas dos Canarias son las que de verdad andan separadas, cada vez más divorciadas una de la otra, silenciada la una por la otra. Esas dos Canarias son las que de verdad representan una injusticia, un agravio, una verdadera razón digna de pleito. Esas dos Canarias son las que deberían aparecer en los editoriales de periódicos que presumen de su patriotismo canario, entre las prioridades de un gobierno que se llama así mismo nacionalista o junto a reivindicaciones que llaman a más poder para Canarias y los canarios, porque esa es la verdadera brecha que existe entre los canarios y no otra. Esa otra, la que lanza dardos envenenados de una orilla a la otra, la que artificial y puntualmente es alimentada por esos mismos cuatro interesados, anticanarios y limosneros de siempre, no anida en el corazón de la mayoría de la gente de nuestra tierra.

Una Canarias de todos y para todos, sin más hegemonías que la idea de progreso colectivo y derechos de todo tipo convertidos en realidades en todas las islas. Una Canarias que utilice su fuerza para ganar en prosperidad para sus gentes, en respeto por el exterior porque se lo tiene así misma de verdad en su interior. Esa Canarias es la que necesitamos construir porque es la única Canarias que puede tener futuro. Es la Canarias que queremos muchos nacionalistas, pero a la que seguro aspiran también aquellos que, aún no siéndolo, quieren desterrar para siempre la lacra del insularismo, el centralismo y el clasismo que nos quiere condenar de por vida a ser dos.

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