El Teide, patrimonio mundial de la Unesco a ritmo de haka

Aquella mañana del gélido junio de 2007 en Nueva Zelanda, yo esperaba ansiosa a la entonces viceconsejera regional de Medio Ambiente, Milagros Luis Brito, en el pasillo del centro de convenciones de la ciudad de Christchurch. Entonces, a escasos tres metros de la sala de sesiones donde se celebraba el XXXI Comité de Patrimonio Mundial de la Unesco, una colega de Japón me confirmó que estaban “hablando de tu [por mi] país”. Apareció Milagros. Temí lo peor al verla con expresión circunspecta, sola, sin nadie más de la delegación canaria desplazada hasta el Pacífico. Nadie diría que la Unesco acababa de incluir al Parque Nacional del Teide en la Lista de Patrimonio Mundial.

Aquella gélida mañana de junio ninguna de las facciones del rostro de Milagros exteriorizaba la noticia que yo todavía desconocía. Se limitó a decir “ya está” y me dio un abrazo. Sin embargo, me di cuenta enseguida que estas dos palabras -“ya está”- fueron más elocuentes que cualquier posible muestra espontánea de júbilo. Sin duda, en ese momento, en lugar de celebrar realidades casi intangibles, aún pesaba más en ella la responsabilidad de culminar felizmente un proceso iniciado cinco años atrás que había contado con la complicidad de un amplio sector de la sociedad canaria. Con el apoyo de miles y miles de canarios al expediente, todos llegamos a confesar el vínculo personal que mantenemos con este singular paisaje. Cada cual podría explicar a su modo la magia que este enclave le transmite. Cómo saber si nos seduce más la magnificencia del estratovolcán del Teide-Pico Viejo, así como es, acomodado a sus anchas a 3.718 metros de altura en el paisaje oceánico, o si su belleza es más cegadora puestos a escrutar las caprichosas formas que contiene y lo vertebran en innumerables riquezas geológicas. Tal vez les ocurra lo que a mí, que cada vez que lo visito obtengo una percepción diferente.

Habíamos ido, pues, hasta Nueva Zelanda en busca del reconocimiento, confiados en las posibilidades del cráter inconfundible de nuestra cercanía a casa cuando sobrevolamos el Atlántico, deseando lo mejor para este espacio que se torna níveo de vez en cuando para permitirnos jugar al invierno en estas latitudes. Ni el impertinente azote del jet-lag, ni el frío, ni las hermosas tentaciones que efectivamente encierra este país nos distrajeron de nuestro objetivo. En el contexto de este foro, las pintorescas -por multitudinarias- delegaciones de China y Corea, derrocharon sonrisas inmortalizando sus correspondientes triunfos ante las no menos numerosas cámaras de sus compatriotas. Nosotros, en cambio, sólo tuvimos tiempo para transmitir cuanto antes nuestra importante noticia al otro lado del planeta. Al final, volvimos a casa con los elogios bajo el brazo por los “continuos esfuerzos en favor de la preservación de esta zona protegida y por el establecimiento de excelentes programas de educación y concienciación en el parque”, según dice textualmente el informe de la Unión Mundial para la Naturaleza.

Ahora bien, también al volver mucha gente nos preguntó por el título obtenido. ¿Y ahora qué?, cuestionaban. Para ser sinceros, pocas respuestas se han dado a quienes han crecido amando esta enigmática figura omnipresente en todos los rincones de la Isla. Entre las recomendaciones que en junio nos hizo la Unesco, encontramos “proteger el equilibrio entre la planificación y el desarrollo turístico…”, y en esta misma línea, “…desarrollar enfoques de gestión que sirvan para mantener un equilibrio entre la protección de los valores del parque y mejorar la experiencia del visitante”; también “fortalecer la coordinación y la cooperación entre el Estado Español y la Comunidad Autónoma de las Islas Canarias para compartir la responsabilidad…”. Al repasarlas asaltan las dudas: ¿Cómo establecer el equilibrio? ¿Sabremos apuntar con precisión al límite entre el control y la permisividad al visitante? ¿Qué cambiará tras la declaración de la Unesco?

El Teide fue nuestro punto de mira en Nueva Zelanda, en un país donde los maoríes y sus descendientes siempre han creído firmemente en la interpretación de la danza del haka como forma de preparar la mente y el espíritu ante una gran contienda, más allá de que la baile la selección nacional de rugby para intimidar al equipo contrario. Respetuosamente sugeriría a quienes tengan que tomar decisiones sobre el futuro del parque más visitado de la Red de Parques Españoles que enfocaran esas decisiones con la misma lucidez que los nativos neozelandeses. De los responsables de su gestión cabe esperar una buena dosis de sentido común y mesura para que no aprueben determinaciones precipitadas, propias de la excitación de haber logrado una honorable distinción, o de saberse vigilados, porque lo estamos a partir de ahora, por la Unesco.

Tan penoso sería llegar al punto de Omán, cuyo Santuario del órix árabe ha sido suprimido de la Lista de Patrimonio Mundial por el descuido de su conservación, como que nos despojaran del acceso a la belleza del Teide que hemos disfrutado toda la vida, ahora en manos de toda la Humanidad. Igual de imperdonables serían ambas direcciones.

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