Por los buenos tiempos

Dolores Campos-Herrero nació en Tenerife en 1954 y murió en Gran Canaria en 2007. Periodista y escritora, fue redactora de TVE-Canarias desde 1987

Soy, era, amiga de Lola Campos-Herrero. Eso por delante. Para mi Lola fue y seguirá siendo una persona excepcional. Desde que la conocí en la redacción de Canarias 7 en 1983 hasta la última vez que la vi, no consigo recordar que me hiciera un sólo reproche, una sola exigencia. Fue amable desde aquel primer momento en que aterricé en el periodismo. Una profesión en la que, ya entonces, ella se desenvolvía con facilidad tanto en prensa local como nacional o especializada. Luego coincidimos en Televisión Española, donde llegué algunos años antes que ella. En la tele, donde algunas mentes mediocres llegaron a hacerle mucho daño, cultivamos la complicidad y yo su defensa.

Pero a ella no le hacía falta. Lola tenía un mundo interior inmensamente rico. Escribía y leía sin parar. Se quejaba de las dificultades para publicar. Pero comenzó a hacerlo con Chanel número cinco en 1985, Daiquiri y otros cuentos en el 87, Basora en el 89, Alejandra me mira en el 90 y Azalea, Premio Atlántico de Literatura Infantil en el 94. Luego aceleró la carrera con Siete Lunas en 2002, Otros domingos en 2003, Fieras y Ángeles en 2004, Noticias del Paraíso y Veranos Mortales en 2005, Eva, el paraíso y otros territorios y Santos y pecadores en 2006 y Rosaura y los Autómatas, Ficciones Mínimas y Una Vida imaginada en 2007. Todo esto acompañado de innumerables colaboraciones en antologías, revistas, cuentos infantiles, proyectos personales como sus talleres de escritura y lectura o su blog en internet.

Siempre la animé a dejar el periodismo y dedicarse a la escritura. Primero porque en su manera de ser no cabían las primicias, las audiencias, los coqueteos políticos o los juegos de poder que caracterizan, en gran parte, el oficio periodístico actual; y segundo, porque Lola estaba llena de palabras, imaginación y cosas que decir. Un compañero le puso el sobrenombre de “ella siempre dice sí” porque era capaz de embarcarse en cualquier proyecto si se lo pedían. Siempre deseosa de colaborar, siempre optimista, incluso cuando la enfermedad tocó a su puerta. Incluso cuando la fue devorando, no escuché ninguna queja. La han calificado como una activista cultural. Creo que era una activista vital. Me he reído mucho con Lola. Ahora me duele su ausencia. En el alma me quedan, como me escribió en su última dedicatoria, los buenos tiempos.

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