Todo lo que de indecible y definitivo, todo lo que de ineluctable tiene la biodiversidad, lo tiene también de vulnerable y perecedero. Tras más o menos seis millones de años de tensión entre la evolución humana y su pulsión vital de desarrollo y conquista, ha empezado a quebrarse el equilibrio que rige esta aldea global de fragilidad cristalina de la que todos formamos parte. Felizmente, han quedado atrás los tiempos en que las preocupaciones sobre la necesidad de protección del medio ambiente no eran prioritarias ni para los gobiernos ni para los ciudadanos. La inquietud por su deterioro en el mundo desarrollado comenzó a generalizarse en los años setenta, a resultas del aumento poblacional y la celeridad de la producción y el consumo.
Doscientos años antes, los grandes cambios tecnológicos de la Revolución Industrial habían sido espolón de ese imparable crecimiento demográfico que luego sacudiría al mundo durante más de dos siglos y medio. Este meteórico estado de multiplicación también lo experimentó nuestro pequeño Archipiélago, cuya población se ha ido incrementando hasta un 1.500 por ciento desde entonces hasta hoy, lo que ha hecho necesario conciliar las políticas y la toma de decisiones desde ámbitos científicos, culturales, sociales, económicos y de pensamiento para sostener el quebradizo equilibrio entre el desarrollo y la conservación de nuestros recursos naturales.
Para el Gobierno de Canarias, esta filosofía se ha convertido casi en un arte y en un frente siempre abierto cuya custodia es inherente a toda acción que realiza, por lo que ha dado un carácter principal a esa responsabilidad articulándola por un lado en un departamento horizontal, la Consejería de Medio Ambiente y Ordenación Territorial, y también mediante una gestión educativa, social, económica y cultural profundamente influida por iniciativas de hondo calado ambiental que se han visto acompañadas de resultados satisfactorios en estos últimos años. Son estas acciones un compromiso que el Gobierno canario renueva y aumenta en cada ejercicio mediante iniciativas para la dinamización y modernización del medio rural, la ordenación de los recursos y el cambio de nuestro modelo energético actual, intensificando las energías alternativas, con campañas y acciones encaminadas a disminuir la producción de CO2 y otros gases de efecto invernadero, y también con la voluntad de convertirnos en una sociedad más concienciada y más solidaria ante las transformaciones del entorno.
Canarias es la comunidad española con el mayor porcentaje de su territorio protegido (más del 40 por ciento de su superficie son espacios naturales protegidos), con mayor número de reservas marinas (3) y Parques Nacionales (4). Además, es pionera en acciones de prevención de contaminación de aguas marinas en consonancia con su declaración por la Organización Marítima Internacional (OMI) como Zona Marítima Especialmente Sensible (ZMES). El respeto por nuestra tierra nos ha guiado por caminos propios, en ocasiones de ida y vuelta, pero siempre apasionantes y enriquecedores, hasta convertirnos en una de las regiones europeas más avanzadas en normativa y política ambientales. Existen hoy día normas y legislación canaria en materia ambiental, planificación territorial, evaluación de impacto ambiental, control de vertidos y residuos, espacios naturales y protección del hábitat y de la flora y fauna silvestres.
La experiencia en la aplicación del acervo legislativo canario en relación a la ordenación del territorio y las actividades sectoriales incidentes en él también ha aconsejado ajustes normativos para mejorar la productividad, y una protección eficiente de la naturaleza, de la armonización social y del arraigo cultural. Durante los próximos cinco años, la Ley de Medidas Urgentes en Materia de Ordenación Territorial para la Dinamización Sectorial y Ordenación del Turismo será el instrumento de ordenación para seguir sintiendo ese desarrollo sostenible como algo propio, mejorar la calidad de vida de los ciudadanos y preservar unos valores ambientales únicos.
Algo nos iguala a las personas: formamos parte de un mundo donde la creación y la destrucción se imitan y retroalimentan, abocándose a una suerte de incompatible armonía. Afortunadamente, no es menos propia la primigenia vocación de eternidad que nos ha conducido a tomar conciencia de la necesidad inexcusable de conservar nuestros recursos. Llegamos sin nada y nos iremos sin nada, pero al irnos podemos dejar los rescoldos de una herencia no siempre deseable. Merecerá la pena sólo si aprovechamos esta oportunidad sin precedentes para convertir la idea universal de desarrollo sostenible en acciones efectivas, colectivas e individuales, que transformen y mejoren nuestra tierra, y también nuestras propias vidas.