Un mal año para la prensa

Por si la crisis económica fuera poco problema, un trágico suceso se encargó de vestir de negro el año 2008: el accidente que costó la vida a 154 personas en la terminal 4 del Aeropuerto de Barajas. El siniestro del avión de Spanair que cubría la ruta entre Madrid y Gran Canaria entra, por derecho propio, en la nuestra historia más triste: cuesta encontrar un precedente próximo en el tiempo en el que tantos civiles residentes en Canarias fallezcan en un mismo día.

Toda la sociedad canaria asistió con dolor al impacto producido por esa tragedia en Gran Canaria. De ahí eran la mayoría de víctimas y resultaba difícil dar en la Isla con alguien que no hubiese perdido a un conocido en aquel vuelo. Fueron días de llanto, de llegada continua de féretros, de dolor vivido en las esquinas, de esquelas que se amontonaban en las páginas de los periódicos, de autoridades a pie de escalerilla de avión, de historias contadas y otras muchas que quedaron en el tintero porque sus protagonistas no lograban articular palabras para expresar lo que sentían…

Y en ese escenario, ¿cómo nos ha ido a los medios de comunicación? Pues seamos sinceros: mal. La prensa no es, por suerte o por desgracia, ajena al mundo al que vive. Presumimos de ser un termómetro de la sociedad que describimos a diario, y si la temperatura económica de ese mundo baja varios grados, nuestros termómetros mediáticos se congelan. 2008 fue un año pésimo para la comunicación en las Islas: vimos desaparecer cabeceras, vimos cómo otras empresas del sector ajustaban plantillas, vimos como la debacle inmobiliaria menguaba los ingresos publicitarios y vimos –quizás sea lo peor– cómo los medios nos colocábamos en el centro de la batalla política, entrando en ocasiones en una trifulcas entre empresas en las que, a ciencia cierta, sólo ganaban algo las opciones políticas que las alimentaban.

Se ha escrito mucho y mal sobre la prensa en la propia prensa de Canarias en 2008. Es como si, guiados por esa estrategia un tanto perversa que nacía en los cenáculos políticos, nos hubiésemos empeñados en colocar el foco sobre nosotros mismos, desviando así la atención de quienes ideaban esa guerra de guerrillas. Pero si malo es que la prensa se entretenga hablando de sí misma, en un ejercicio de ombliguismo que no conduce a ningún lugar, peor es que lo haga faltando al respeto al compañero. En este capítulo, 2008 se ha llevado todos los premios; en lo malo, quiero decir.

En un juego nefasto para todos, los medios en Canarias se han lanzado acusaciones, improperios y descalificaciones por los asuntos más insignificantes. Se ha convertido en práctica casi diaria despotricar del prójimo en razón de su línea editorial, cuando lo que distingue a la prensa democrática de otros modelos felizmente superados en nuestro país es precisamente contar con esas diferencias de criterio editorio. Se ha rebasado la línea de la crítica para enfangarse algunos colegas y algunas cabeceras en el insulto y la ordinariez. Y todo eso a la luz del día, sin trampa ni cartón, en una especie de concurso público a ver quién decía la burrada más alta para que algunos rieran la gracia. La paradoja del caso es que mientras la prensa se pelea consigo mismo, las cabeceras siguen desapareciendo, las empresas debilitándose y la opinión pública preguntándose –con razón– por qué nos alejamos tanto del interés público.

Visto lo visto, ¿sigue alguien echando de menos a 2008?

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