Universidad canaria: una casa llena de incertidumbres

Probablemente todo comenzó cuando el acceso a la educación se generalizó y las autonomías optaron por gestionar este derecho universal. Desde entonces, inacabadas reformas legislativas han transitado por todo el estado español, haciendo especial hincapié en Canarias, donde la enseñanza sigue sin liderar el progreso. La educación continúa sumergida en un océano plagado de incertidumbres y ahí las universidades no terminan de encontrar su lugar.

Las universidades canarias siguen desubicadas. Esta evidencia se ha vuelto más latente en estos primeros años del siglo y, especialmente, durante los últimos doce meses. La escasa presencia del sector privado es el exponente más claro del desarraigo que las dos instituciones canarias, la Universidad de La Laguna (ULL) y la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC), tienen en la realidad archipielágica. Los datos no dejan lugar a muchas dudas: las empresas canarias han devuelto más de mil millones de euros de la reserva de inversión canaria (RIC) que bien podrían haber encontrado calor en el seno académico.

Esta realidad no es nueva. La educación superior lleva años gestando intensos debates centrados en el poderío transformador del conocimiento que germina en las universidades. Estos lemas bienintencionados y exportados cobran mayor relevancia si se tiene en cuenta que una crisis económica está arramblando con el estilo de vida asentado en Canarias. Al Gobierno no le ha quedado otro remedio que retomar su apuesta de que sean las universidades las que acometan la transformación del tejido productivo.

El presidente del Gobierno de Canarias, Paulino Rivero, el rector de la ULL, Eduardo Doménech, y el de Las Palmas, José Regidor, inauguraron el pasado curso académico con un convencimiento que ya habían demostrado anteriormente: no habrá metamorfosis en la economía sin la presencia del intelecto regional. Máxime cuando la actual coyuntura advierte de que el estado del bienestar no se mantendrá si no hay una reconversión profunda de los sectores productivos.

Sin embargo, no es ésta la única tarea que tiene marcada la enseñanza superior en un calendario cada vez más exigente. La necesidad imperiosa de dejar atrás viejos fantasmas y adentrarse en los confines que marca el mundo globalizado es la gran asignatura pendiente de las dos universidades, especialmente de la que alberga la ciudad de Aguere. El insularismo, que lleva demasiado tiempo actuando como arma de destrucción masiva, junto con el miedo a la competencia, ha llenado de minas la andadura académica.

El posible aterrizaje de la Universidad Europea de Madrid (UEM) en La Orotava dejó a contraluz la certeza de que la inseguridad no ha emigrado de La Laguna. La llegada inminente del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES) se vislumbra ahora como un reto que supone, a gran escala, asumir que el destino de las universidades –y por ende de las sociedades– depende de las competencias que tengan sus habitantes. Aceptar esta carrera de fondo obliga a renunciar a todos los lastres que han quedado patentes en los anales de la historia. Pero, además, implica sortear todos los obstáculos que la convergencia europea ha suscitado.

Las reivindicaciones estudiantiles canarias y, en general españolas, han puesto sobre la palestra una realidad ineludible. Por vez primera, el lema de Europa no cuaja. Las campañas de seducción no han hecho la labor esperada y la comunidad universitaria se ha levantado como ya lo hiciera, no hace muchos años, contra la Ley Orgánica de Universidades (LOU). El pánico a la privatización se ha extendido por todo el territorio nacional y ha hecho escala en las dos capitales de provincia canarias. No es plausible que el mercado decida la formación intelectual del estudiantado pero las universidades no pueden olvidarse de que en sus aulas se están formando personas que tendrán que enfrentarse a un porvenir donde el trabajo es un claro indicador de calidad de vida.

Así, las universidades han de seguir luchando porque la financiación pública no descienda pero siempre mirando a un entorno donde puede encontrar complicidades. Todo ello bajo la estela que marca la ley de autonomía universitaria y después de haber firmado un contrato programa que, con casi 1.400 millones de euros, dará estabilidad durante cinco años. Los dos centros incrementarán en más de un 4% su capital siempre que datos como el fracaso, el abandono y la empleabilidad experimenten una mejora sustancial.

Bajo rendimiento académico

No es ningún secreto que en las universidades canarias se encuentran estadísticas poco alentadoras: ambas están entre las tres con peor rendimiento académico de toda España. A partir de ahora, la rendición de cuentas será la tónica habitual en la mayoría de las instituciones y la batalla por captar alumnado la aspiración más acuciante. Al fin y al cabo, el Ejecutivo regional ha decidido que este indicador también influya en el presupuesto de unos centros que padecen pérdidas importantes de estudiantes en todo el país.

En la ULL esta tendencia se vive desde hace años y este curso no ha sido menos; la ULPGC, por su parte, ha incrementado su público, pero a la baja. Mientras tanto, la FP gana adeptos y demuestra que la demografía no lo es todo. Si bien es cierto que Occidente asiste al envejecimiento de su población, también lo es que Canarias está a la cabeza en nacimientos. Este panorama desolador ha obligado a la universidad a buscar estudiantes en FP a través de la convalidación de ciclos por créditos universitarios. Una propuesta que, se prevé, entrará el vigor el curso que viene.

Este compendio de contradicciones, unido a las bajas remuneraciones que reciben los licenciados, ha gestado un escenario dominado por un mercado que ha abrigado a miles de jóvenes que, sin unos estudios terminados, se adentraron en el tejido empresarial en medio de una bonanza que ya está más que resquebrajada. Hoy esta situación se invierte de manera drástica y el proceso de cambio no tiene visos de serenarse. ¿Sabrá la sociedad canaria explicar a las nuevas generaciones la importancia del conocimiento? ¿Tendrán iniciativa las universidades para ampliar su cartera de clientes y extender la mano hacia todo su potencial público objetivo? La debacle financiera puede ser un buen momento para que un renacimiento cultural siente las bases de una nueva época.

El proceso de Bolonia

En medio de este remolino de expectativas por cumplir, el estigmatizado proceso de Bolonia abre las puertas a una travesía en la que las universidades tendrán que dejar atrás esos sentimientos cuasi nacionalistas que ya han postrado muchas revoluciones. El arribo de una política común de la UE en materia educativa puede ser el revulsivo que elimine los escenarios de antaño. Los tres lemas genéricos que conforman esta propuesta –ordenamiento de los estudios en grado, posgrado y máster; intercambio estudiantil; transformación de los créditos actuales– han sido moldeados por los distintos gobiernos y usados para introducir otras reformas que poco tienen que ver con Bolonia.

El decreto publicado por la Administración canaria el 1 de agosto que determina la continuidad de los estudios en función del estudiantado es un ejemplo de ello. La comunidad educativa debe luchar por el mantenimiento de las ciencias y las letras puras. No obstante, ha de ser siempre con la promesa de observar su entorno. El nacionalismo, todavía hoy, se cura viajando, y eso es justo lo que propugna el Espacio Europeo. Un intercambio estudiantil e investigador que impregnará de multiculturalidad las aulas y que desterrará tristes estadísticas como que apenas el 0,35% del alumnado es extranjero en el primer y segundo ciclo de la ULL o que en la ULPGC sólo se sobrepase el 0,57%.

Y todo ello, en medio de un contexto global donde las universidades han de saber cuál es la forma idónea de establecerse como instituciones que prestan un servicio público y no como meros campos de entrenamiento para profesionales con perfil determinado. En este aspecto, las nuevas tecnologías cobran un protagonismo ineludible que la ULL ha pasado por alto, al tiempo que la ULPGC ponía todas sus fuerzas en ellas. El reciente convenio que los dos centros han firmado con la UNED implica un cambio de actitud para las tres instituciones, pero especialmente para la de Aguere.

Por primera vez, la educación superior semipresencial llegará a África de la mano de universidades que han pasado años eternos sin mirarse entre ellas. Algo que ha acontecido en un curso en el que también la Consejería de Educación del Gobierno de Canarias ha decidido crear una universidad a distancia propia que, entre otros objetivos, busca acercar la formación en un territorio tan fragmentado como el canario y complicidad con el continente vecino. Esta plataforma, para no desentonar, también avivó las dudas y contextualizó el descontrolado miedo que parece haber impregnado el universo académico. Tal desencuentro culminó con la presencia de las dos universidades públicas, además de la UNED, en el proyecto.

Sin embargo, es una prueba más de que algo está fallando y de que quizá, sólo quizá, antes de que el futuro se convierta en presente, hay que echar la vista atrás. Antes de labrar un destino europeo, todos los responsables –administración y equipos de Gobierno– deberían saber que ninguna universidad podrá construir el panteón de la intelectualidad que cambiará la economía canaria si no se erradica el miedo. El enfrentamiento que supuso el nacimiento de la ULPGC –además de su uso político– demuestra que en Canarias el recelo se instrumentaliza hasta el hastío y no es tiempo de continuar con las complejidades a cuestas. Si no, hablar de Europa y seguir adaptando títulos de aquí a 2010 apenas tendrá sentido.

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