Sólo un sueño, una ilusión de largo recorrido, sacó a Las Palmas de Gran Canaria del sopor de la crisis económica. Frente a la parálisis urbanística, el frenazo a los proyectos, el cerrojo a decenas de planes y las dificultades del comercio, en la ciudad renació la esperanza con el esfuerzo que el alcalde Jerónimo Saavedra empleó en la candidatura a Capital Europea de la Cultura en el año 2016.
La capitalidad cultural europea, que en principio pareció un canto al sol, se convirtió en el tramo final del año 2010 en el esperado trampolín para una urbe duramente castigada por el desempleo y la falta de expectativas. A pesar de que muy pocos apostaban por las posibilidades de éxito, en el que sólo parecía creer el regidor, finalmente pasó el corte de la semifinal ante candidatas con peso histórico como Cáceres. El día en que la ciudad logró el pase a la final prevista para el 28 de junio de 2011, Jerónimo Saavedra casi dio carpetazo a su mandato porque se creyó con los deberes hechos.
Pero esa realidad era sólo suya porque los ciudadanos ya tenían decidido mucho antes que el ex presidente canario y dos veces ministro con Felipe González no volvería a ser su alcalde. Y lo ratificaron sólo ocho meses después, rebajándole nada menos que 37.000 votos de los que había cosechado cuatro años antes, la mitad de sus apoyos. Naturalmente, la mayoría absoluta cambió de manos y Juan José Cardona devolvió al Partido Popular el bastón que perdió Pepa Luzardo en 2007, cuando se rompieron doce años de hegemonía conservadora en la capital grancanaria.
Pero 2010 fue también el año en que se rompió el pacto de gobierno. Cuando Saavedra ganó con mayoría suficiente los comicios de 2007 a muchos les pareció una excentricidad que invitase a los dos concejales de Compromiso a formar parte de su equipo. Aquella decisión, denostada en silencio en las cavernas del Partido Socialista, fue alentada por gran parte del nuevo gobierno del alcalde, creyendo ver en ese ofrecimiento una estrategia política de largo recorrido que perseguía, finalmente, el final de la carrera política de su agregada compañera de batallas municipales. El tiempo demostraría que si ésa era la jugada, salió fallida.
La realidad fue que el pacto de Saavedra con Nardy Barrios dio más problemas de los que ya tenía encima el alcalde gracias, sin duda, a sus propios errores al confeccionar la candidatura socialista tres años antes. Porque la ruptura del acuerdo entre los dos socios estaba prácticamente escrita desde el principio: se fraguaría un año antes de las elecciones porque a la presidenta de Compromiso no le interesaba llegar a la cita con las urnas con el mismo desgaste que acumularía el regidor. Lo único que faltaba era buscar un motivo y los habría a montones.
Nardy Barrios jugó todo el mandato a lo que más le gusta: estar en todas las fiestas y no dejar de picar en ninguna de ellas. Aunque las consecuencias no se verían hasta 2010, y con el Plan General como telón de fondo, a lo largo de su relación con los socialistas se fueron produciendo desencuentros; eso sí, siempre con concejales de la fila inmediatamente posterior a la que ocupaba Jerónimo Saavedra. Fue, de hecho, su gran valedor durante tres años enteros, desde el primer día al último.
Así, si no participaba en una manifestación contra las antenas de telefonía justo después de que su propio gobierno iniciara la confección de un reglamento para regular sus instalaciones, se reunía con los guagüeros para darles su apoyo contra el expediente de privatización iniciado, y nunca culminado, por la mayoría socialista; o se mostraba en contra de subir los impuestos aunque al final terminara apoyándolos bajo la amenaza -ésa vez sí- de Saavedra de ponerla en la puerta de la oposición. Nardy Barrios mantuvo esa tónica durante todo el mandato, con una política más de gestos y de amagos que de acciones reales. Hasta el punto de que sus colegas socialistas llegaron a acostumbrarse.
El ‘caso Canódromo’
Pero hubo un asunto capital en el que la que fuera tercera teniente de alcalde de Saavedra pondría el acento: la adaptación del Plan General a las normativas autonómicas y la posición que tomaría el gobierno municipal acerca de la esquina del parque del Canódromo, sobre la que se levantaba una de las dos torres de 15 plantas, producto de un millonario convenio urbanístico que implicaba a varios miembros de las anteriores mayorías del Partido Popular con supuestas irregularidades a la hora de valorar la parcela y permitir un supuesto pelotazo que, encima, tenía enfrente a la principal asociación de vecinos de Ciudad Alta.
El caso Canódromo fue el martillo pilón del mandato y la causa final de la disolución del acuerdo entre socialistas y Compromiso. Claro que, mucho antes del divorcio final, Nardy Barrios fue capaz de oír misa y subir al campanario en el mismo minuto: a la par que se oponía a que el Plan General diera cobertura urbanística a las polémicas torres -incluso después de que los tribunales canarios ordenaran paralizar las obras al considerar ilegal la concesión de la licencia a una actuación urbanística sin haber proyectado antes un plan especial que ordenase el entorno- se abstenía en el pleno municipal cuando se debatían los sucesivos avances del planeamiento.
En la primavera de 2010, a medida que se acercaba el penúltimo paso del Plan General por el Pleno, en las filas socialistas se cruzaban apuestas sobre cuándo sería el momento en que Barrios abandonaría el gobierno municipal. Paralelamente, la propia socia temporal de Saavedra se separaba cada vez más de su estela, y cualquier roce con sus colegas socialistas se convertía en un abismo. Así ocurrió, por ejemplo, con los fondos para el mantenimiento de los parques infantiles de la ciudad, competencia de la concejala. Agotados los fondos mucho antes de la mitad del ejercicio y ante lo que ella consideró el incumplimiento de un acuerdo de gobierno para dotarle cuanto antes de la cantidad necesaria, retrasó el inicio de un pleno para exigir al alcalde que, o solucionaba el problema, o dejaba el pacto.
La sangre no llegó al río, pero las diferencias con sus socios eran tan evidentes que sólo había que esperar a que se convocase el pleno en el que debía discutirse y aprobarse provisionalmente el Plan General para fijar el día de la separación. Pero entre medias hubo algún distanciamiento más, como la polémica del mantenimiento de la barandilla de la playa de Las Canteras, otra competencia de Nardy Barrios. El abandono de la limpieza del mobiliario, que había provocado que el óxido invadiera la valla del más turístico paseo marítimo de la ciudad, enfrentó agriamente a la presidenta de Compromiso con el concejal de Urbanismo, Néstor Hernández; y con el portavoz del gobierno municipal, Sebastián Franquis. Fue el penúltimo desencuentro.
El PGO y el ‘divorcio’
Por fin llegó la convocatoria del pleno del Plan General y con ella la sentencia. Días antes de la sesión, Nardy Barrios anunció que votaría No al documento porque no se excluía el uso residencial en la esquina del Canódromo, pendiente aún de la sentencia del Tribunal Supremo que confirme o desestime la orden de derribo que mantiene el Tribunal Superior de Justicia de Canarias. En lugar de eso, el concejal Néstor Hernández optó por dejar “en suspenso” la calificación de ese suelo, una decisión salomónica que no contentó a Barrios, que dicho sea de paso ya tenía decidido hace mucho tiempo que había llegado la hora de emprender la aventura por su cuenta. El alcalde Saavedra llamó a capítulo a Barrios para advertirle de que, o votaba a favor del Plan General, o salía del gobierno. Pero ella se negó en redondo a esperar ese momento.
Barrios anunció su marcha después de convocar a la ejecutiva de su partido y se presentó en la sesión plenaria ya en la oposición. Y como tal, empezó a ejercerla ese mismo día que se plantó en las Casas Consistoriales con la frente alta por haber dejado, por fin, la mayoría municipal. Eran finales de julio, a casi un año de las elecciones, quizá demasiado pronto para ella, pero probablemente demasiado tarde para el PSC-PSOE, que había soportado el desgaste, por poco que pudiera parecer, de compartir honores de gobierno con dos concejales que en realidad nunca le hicieron falta. La cita electoral del año siguiente acabaría dando la razón a quienes pensaban que aquella alianza y la posterior ruptura iba a perjudicar más que a beneficiar a ambos.
Aventuras políticas al margen, el ejercicio de 2010 también fue el de la adjudicación de decenas de obras del Plan Zapatero, esa iniciativa que ideó el Gobierno de España para frenar la sangría de paro que provocaba la brusca caída de la construcción en todo el Estado. A Las Palmas de Gran Canaria le tocó algo parecido a la lotería, con más de 90 millones de euros y 120 actuaciones en las calles, los barrios, parques y plazas, además de la ampliación del auditorio Alfredo Kraus. Observando las cifras desde una perspectiva media, serían el sueño de cualquier alcalde: millones de euros y muchas actuaciones pequeñas para lucirse. Y todo en el penúltimo año de mandato. Ciertamente debería ser así, pero de lucimiento, nada.
El alcalde Saavedra dejó la ejecución de esa riada de proyectos en manos del concejal de Urbanismo, Néstor Hernández, un hombre trabajador y al que le gusta estar encima de todo lo que se mueve en la ciudad. Probablemente esta asignatura del Plan Zapatero la habría aprobado con creces si no hubiese tenido también que controlar de cerca a la compañía Emalsa, dirigir los intereses de la ciudad en el Puerto y estar totalmente volcado con actuaciones hidráulicas, desde nuevas conexiones de alcantarillado hasta canalizaciones de barrancos, pasando por reparaciones de las redes de pluviales y residuales. Y eso que cuando asumió el área de Ordenación del Territorio dejó de lado servicios como Limpieza y Parques y Jardines, que se encargaron a la concejala Inmaculada Medina. Amargamente, el mismo regidor lamentaría en privado haber otorgado tanto poder a una sola persona.
Pero tampoco Néstor Hernández contó con la colaboración necesaria de sus compañeros, ni del propio alcalde, para vender los millones de euros depositados en el asfalto de la ciudad. El régimen de primeras piedras, visitas e inauguraciones se fue posponiendo tanto que fueron muy pocas las obras que en 2010 se dieron a conocer a los ciudadanos como logros de Jerónimo Saavedra. Luego vendrían las prisas para cumplir la Ley Electoral. El tiempo se echó encima y todo se fue al diablo. Aunque la escasa rentabilidad del Plan Zapatero no era la única bala en el arsenal de la corporación. Así, en el verano de 2010, ya con Nardy Barrios en la bancada de enfrente, el gobierno socialista se dedicó a hacer política y tratar de vender lo que le quedaba.
Repentinamente, el portavoz municipal, Sebastián Franquis, anunció un proyecto de regeneración en la entrada sur a la ciudad que iba a tener como gran icono al Tritón, una escultura de bronce que se levantaría entre la carretera y la playa de La Laja para dar la bienvenida a los visitantes. Fue la noticia del verano, ya no tanto la obra escultórica de Manolo González, sino la mejora de los accesos a la playa, su nuevo paseo, piscinas naturales y la dotación de servicios hasta ahora inexistentes. Eso sí, nada de eso vio, ni ha visto hasta ahora, la luz. Sólo el Tritón asomaría poco antes de las elecciones, mientras que la Fiscalía de Medio Ambiente impedía el inicio de las obras de algunas de las otras actuaciones por una denuncia ecologista.
A finales del estío, la ciudad estrenaba un nuevo panorama en la educación infantil, con nada menos que cinco nuevas guarderías que, prácticamente, duplicaban las existentes. Pero lo que tenía que haber sido una gran noticia se convirtió en una agria polémica por un extraño proceso de adjudicación, primero, con un cambio de bases a poco de la convocatoria; y por las exigencias del Gobierno canario a la hora de autorizar los nuevos centros. Aquello terminó saliendo, pero a costa de denuncias empresariales, despidos a trabajadores y críticas a la concejala Marcela Delgado.
Ninguno de esos avatares, ni la pelea por el Plan General, el divorcio en la cúpula del gobierno, la mala venta de las obras, la gestación del gigante Tritón o la polémica de las nuevas escuelas infantiles pudieron en todo caso con la gran soflama del curso: el gran sueño de 2016, que de conseguirse se convertirá en la mayor gesta de la historia. Y, en esto sí, el éxito tendrá que personificarse en un solo hombre: Jerónimo Saavedra, el político que en sólo tres años quiso colocar a Las Palmas de Gran Canaria en el centro mismo de Europa.