Manual para romper un pacto

En 2003, una treintena de folios bastó para poner por escrito el acuerdo entre Coalición Canaria (CC) y el Partido Popular (PP) que dio la presidencia del Gobierno isleño a Adán Martín. Cuatro años más tarde y una traumática ruptura mediante, esa cifra casi se triplicó, ya que para este pacto fueron necesarias 85 páginas, en las que los mismos socios volvían a coincidir (tras la arrolladora victoria de Juan Fernando López Aguilar) en la necesidad del apoyo mutuo.

Era 2007 y de la crisis nadie hablaba todavía. Tras el pacto, llegó el reparto: el presidente sería Paulino Rivero y su vice, José Manuel Soria, que auguraba larga vida al acuerdo, entre otras razones porque el factor humano creía que jugaba a su favor: el líder del PP estaba convencido de que los roces que había tenido con Adán Martín no se repetirían esta vez con el ex alcalde de El Sauzal. Pero el hecho de que, aun sopesando el valor relativo que tienen estos documentos, el texto de este pacto triplicara en extensión al suscrito para la legislatura anterior podía entenderse como una señal, como un inquietante detalle, la simiente de la mutua desconfianza.

Lo peor que le pudo pasar al pacto no fue soportar la, en apariencia, feroz e implacable crítica de López Aguilar. En realidad, no fue la presencia del hoy eurodiputado, sino más bien su ausencia lo que hizo que empezara a notarse el vicio característico de muchos gobiernos de alianza, la falta de unidad de criterio y de actuación. Mientras duró la efímera etapa de López Aguilar en el Parlamento de Canarias, Rivero y Soria parecían una piña, la combinación perfecta del instinto político y el conocimiento técnico. Hasta hablaban bien el uno del otro en privado. La maquinaria parecía funcionar de modo tan engrasado que los más entusiastas hablaban de una upenización de CC, que, al estilo de lo ocurrido en Navarra con UPN, podía transformarse en una marca blanca canaria del partido de la gaviota.

Pero, una vez fuera del mapa el espectacular diputado socialista, todo comenzó a cambiar. A ello se sumó el reconocimiento de la crisis brutal de la que España aún no consigue salir y que en Canarias alcanza dimensiones bíblicas. De pronto, la cantidad de parados de las Islas se había triplicado y la economía dejaba de crecer, se perdieron varios millones de turistas y el ladrillo dejaba de ser la fuente inagotable de riqueza que había sido. Llegaba el tiempo de ajustarse el cinturón. Mientras, en Madrid, Zapatero veía por primera vez que su popularidad no solo decrecía en las encuestas, sino que cada vez le resultaba más difícil reunir en el Congreso los votos suficientes para sacar adelante sus iniciativas más urgentes. El gobierno en minoría era entonces el escenario ideal para la estrategia clásica de los nacionalistas canarios, que habían arrancado la legislatura nacional votando, como el PP, en contra de las leyes de presupuestos generales, pero que ahora pensaban sacar partido de su módica representación, dos diputados capitaneados por Ana Oramas.

Cuando llegó la primera votación a favor de las cuentas de Zapatero, se explicó que no afectaba al pacto en las Islas, ya que este nada decía acerca de cómo debía ser la actuación de los diputados de CC en el Congreso. Pero conforme arreciaba la crisis y el PSOE se desangraba por encontrar consensos, el viejo nacionalismo presupuestario de CC se constituía en un aliado de bajo precio para el Gobierno. Aunque descolocase a los socialistas de las Islas, el juego político de la capital se animaba con el hecho de que mientras Rivero seguía siendo la esposa de Soria en el ámbito autonómico, Oramas bien podía ser la amante de Zapatero en el plano nacional. Fruto de ese amor prohibido es que se forjó el prosopopéyico documento conocido como Plan Canarias, que tanto sirvió a los nacionalistas para legitimarse en su labor legislativa, como a los socialistas para exhibir una pretendida generosidad con la comunidad autónoma más golpeada por los malos tiempos. Con el tiempo, también serviría al PP para romper el pacto.

A falta de sustancia, no faltó pompa para presentar el Plan Canarias. Todo el gabinete de Zapatero se trasladó a la ultraperiferia, en un consejo de ministros pensado al solo objeto de que, al concluir, el presidente soltase la mágica cifra: 25.000 millones de euros de inversiones. La Delegación del Gobierno de Las Palmas fue testigo de una rueda de prensa conjunta en la que cada uno representó su papel: Zapatero, el del manirroto que gastaría lo que en realidad no tenía; y Rivero, el del hombre prudente y algo desconfiado ante tamaño regalo. La incomodidad con que lo retrataron ese día las cámaras se repetiría en el futuro cada vez que se le preguntase por el cumplimiento de ese plan ilusorio, que no se reflejaba en los presupuestos ni tampoco en la convocatoria a reuniones de una supuesta comisión bilateral que velaría por su cumplimiento.

En febrero de 2010 puede decirse que estalló la primera crisis en el pacto de gobierno entre CC y el PP. El viaje a Cuba de Paulino Rivero, durante el que no contempló la visita a los disidentes del régimen, fue objeto de un duro reproche por parte del portavoz popular en la Cámara regional, Miguel Cabrera Pérez-Camacho. Aunque en Coalición Canaria nunca dijeron nada al respecto, Soria trató de evitar que se pensara que hacía suyas las palabras de Cabrera -con el implícito ataque a Rivero- y le pidió la renuncia al diputado, que dejó la portavocía. Sin embargo, un mes más tarde y en plena huelga de hambre de Guillermo Fariñas, Cabrera conseguiría sacar adelante una declaración institucional contra el castrismo. No había sido la única oportunidad en que Soria dejaba de lado el criterio de su portavoz por cuidar la convivencia con Rivero. La transposición de la directiva Bolkestein, en noviembre, ya había merecido las críticas de Cabrera, en una inolvidable sesión parlamentaria en que calificó el proyecto como un churro o, más bien, como “una porra, un churro inmenso, gigantesco, magnánimo”. Un año después y en una reunión privada del grupo, Soria reconocería que el criterio del exportavoz era el correcto.

Pero ya no hubo más gentilezas entre unos y otros. En marzo, Zapatero salvó, gracias a CC, la subida del IVA -para la antología de los disparates queda la opinión de Rivero de que esto no afectaría a Canarias- y en mayo anunciaría un durísimo plan de recortes con congelación de pensiones que CC permitiría aprobar, al abstenerse en el hemiciclo el día de la votación. Ya hecha carne la conciencia de la gravedad de la crisis económica -pese a que habían transcurrido casi tres años de su comienzo-, llegó el momento de afilar las tijeras en Canarias, lo que hizo florecer las discrepancias entre los socios de gobierno. Mientras Soria hablaba de reducir el número de de las empresas públicas, a Rivero le parecía el momento oportuno para fotografiarse en una de ellas, Gesplan. A ello se sumaría, después del verano, la tramitación de la mini reforma del REF. Para ella, el sector de CC del gobierno regional no había contado con la Consejería de Economía y Hacienda, por lo que su llegada al Parlamento no hizo más que precipitar las cosas: el PP se levantó de la mesa de trabajo y puso en evidencia una gran distancia entre los socios acerca de una materia central para Canarias.

El fin de semana siguiente, que sería el último juntos, las dos partes se prepararon para dos actuaciones distintas: Rivero, para firmar en Madrid un acuerdo que garantizaría a Zapatero el apoyo de los nacionalistas isleños hasta 2012; Soria, para romper el pacto en Canarias. La decisión de Soria, consultada con Rajoy, sorprendió a no pocos en su partido, ya que obligaba a hacer campaña sin contar con el apoyo que da ser parte de un gobierno. Muchos se apresuraron a calificarlo como error político, algo de lo que sólo será árbitro el tiempo. Si tenemos en cuenta que estas líneas se escriben antes de las elecciones del 22 de mayo, pero se publican después de esa fecha, está claro que pueden correr la suerte de quedar rápidamente en el olvido -quizá lo merezcan-, o, en el mejor de los casos, servir como un manual acerca de cómo volver a formar, y más tarde romper, un nuevo pacto de gobierno, vaya a saber entre quiénes.

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