Desde que Juan Antonio Samaranch definió Barcelona 92 como “los mejores Juegos de la Historia”, cada una de las ciudades organizadoras suspira por escuchar idénticas palabras en boca del presidente del COI. Jacques Rogge no dijo tal cosa al acabar los terceros Juegos de Londres, a pesar de que fueron un extraordinario ejemplo de pulcritud, convivencia y organización.
Londres no puede presumir de haber albergado los mejores Juegos de la Historia, pero en Canarias sí podemos decir que éstos, los de 2012, fueron para el Archipiélago los más sobresalientes, los más brillantes y también los más vibrantes jamás vistos. Nuestros deportistas, dieciséis en total, hicieron todo lo necesario para sobreponerse a las dificultades de la coyuntura económica actual –escasas ayudas, absolutamente insuficientes en el caso de las especialidades minoritarias– y brindaron a las Islas una completa colección de éxitos y buenos puestos. El botín de medallas (cuatro) y diplomas (dos) fue tan rico como merecido. Además, se recordarán los Juegos de Londres, entre otros momentos excelsos, por la espectacular y sublime final de baloncesto que disputaron en el O2 londinense las selecciones de España y Estados Unidos.
Pocas veces se vio ante tantas dificultades el poderoso combinado de la bandera de las barras y estrellas, que a punto estuvo de sucumbir ante un equipo glorioso de talentos nacionales, donde Sergio Rodríguez Gómez (Santa Cruz de Tenerife, 1986) sigue expresando con acento canario todo su ingenio y su chispa. Suya fue la primera medalla para el deporte de la isla del Teide que, por extraño que parezca, nunca antes había celebrado un éxito olímpico como el del Chacho. Sergio, además, fue protagonista. El lagunero jugó minutos de pedigrí, en momentos cruciales y partidos importantes. Su portentosa actuación en la final ya forma parte de la memoria colectiva del deporte isleño, que brinda por la perseverancia, la constancia y el amor al baloncesto de este genio de El Ortigal.
Antes que Sergio, emocionaron a España entera las bailarinas del equipo de sincronizada, elenco de deportistas sin igual, capaces de aglutinar destreza, sacrificio y fe en sí mismas. Thais Henríquez estuvo entre ellas y cautivó al jurado con sus arabescos en el aire y sus movimientos bajo el agua. Fue genial su ejercicio, solo superado por las chinas y las imbatibles rusas, elegidas para el oro antes de empezar. Pero la sonrisa de bronce no se la borra nadie a esta grancanaria irrepetible. Guerrera como ella, pero a su forma, es Marta Mangué. La líder del equipo femenino de balonmano condujo al bravo conjunto español hacia el sabor glorioso de las medallas. No comenzaron bien las chicas de Jorge Dueñas, pero poco a poco se fueron abriendo paso en el cuadro de finalistas. Con un estilo asombroso por lo imprevisible, dejaron atónitas incluso a las mejores jugadoras del planeta. Entre las que compitieron por España también estuvo Eli Chávez, tinerfeña de Los Realejos, aunque en su caso ejerció como reserva y no fue alistada con el equipo siquiera cuando una de sus compañeras se lesionó. Aún así, le queda el privilegio extraordinario de haber formado parte de tan histórica generación de balonmanistas, una auténtica bendición por su entrega, su compromiso… y sus bemoles.
Las chicas del balonmano fueron eliminando rivales casi a la misma velocidad que Nico García, uno de los mejores taekwondistas españoles de la última década. El grancanario es garantía de sacrificio. Y durante todo un sábado de agosto tuvo pegado al televisor a millones de españoles pendientes de su vertiginoso progresar hasta llegar la final. No pudo con el argentino Sebastián Crismanich, pero su plata supo a oro. Lo mismo que para Andrés Mata su diploma olímpico. Podrá contar a sus hijos que tenía 18 años cuando se ganó su pasaporte para participar en unos Juegos. Con uno más, sólo 19, se subió al escenario inmenso del pabellón Excel de Londres, una de las sedes más impresionantes que jamás hayan acogido las pruebas de halterofilia. Sin complejos, rebasó sus propios registros y pulverizó todas las previsiones. Horas después de comenzar su concurso ya era el primero de la final B. Con la satisfacción del deber cumplido, buscó entradas para la sesión de tarde y se presentó con la ilusión de un crío. Sus rivales, contra todo pronóstico, fueron cayendo. Unos blanquearon su marca –quedarse a cero- por culpa de los nervios, otros por lesión y algún otro ni compareció a la cita. Andrés, lagunero de sangre venezolana, firmó un sexto puesto. Si se lo cuentan meses atrás, habría tachado de iluso a quien se lo hubiera pronosticado. Pero los sueños se cumplen y bien lo sabe él, cuando aún resuena la sonora ovación que se llevó de Inglaterra.
Hay buenos puestos que no saben tan bien. A Dani Sarmiento, componente del equipo masculino de balonmano, hay que reconocerle su mérito. No es fácil ser un fijo en los planes de un conjunto tan acostumbrado a ganar. Y tal vez por eso apenas se valora que se plantaran en cuartos de final, a un paso de la gloria del podio. Mayor fue la decepción de Mario Pestano, que falló en otra gran cita. Ni siquiera pudo colarse en la final, aunque la fuerza de su carrera reside precisamente en su concurso en tantos Juegos. Si va también a los de Río, será la suya una historia sin par en los anales del deporte isleño. También espera otra oportunidad Jennifer Benítez, trigésima en la competición de saltos. José Carlos Hernández, conejero, acabó más lejos del oro y, sin embargo, es feliz por acabar la maratón. No está al alcance de cualquiera ser partícipe de la prueba atlética por excelencia en un marco tan magno como las calles de la capital inglesa. Y él estuvo allí.
Lejos de Londres, a más de tres horas en tren, se disputaron las pruebas de vela, deporte fetiche para la delegación isleña. De hecho, fue la disciplina que dio a Canarias sus éxitos más recordados. Los cosechados por los Doreste, por ejemplo. Esta vez, ni siquiera la lejanía respecto a la sede central apartó a Alicia Cebrián –la última en apuntarse a la lista de seleccionadas- de la efervescencia de la inauguración, momento inolvidable. Luego, dio la cara. Las secuelas de un viaje relámpago como aquel no afectaron a la tinerfeña, que hasta se marcó el lujo de liderar una de las regatas del calendario olímpico. A un punto se quedó de la medal race y la rabieta aún le dura. Lo mismo que a Javier Hernández, quien llegaba con aspiraciones de podio y luego se tuvo que conformar con una duodécima posición. No es mal puesto si se mira con perspectiva, pues corrobora una mejoría irrefutable respecto de Pekín y le confirma como opción probable de éxito en 2016. Tampoco Onán Barreiros y Aarón Sarmiento pudieron dar a Canarias un metal. Las medallas están muy caras y cualquier error se paga. En el caso de los grancanarios, más bien la mala fortuna. Les pasó de todo y aún así pudieron demostrar su nivel ante los mejores especialistas del mundo. Lo hizo, pero tarde, la también isleña Tara Pacheco, a quien los gurús de Sports Illustrated –no suelen equivocarse- daban como oro seguro junto a Berta Betanzos.
Fueron unos Juegos magníficos. No llegó tan lejos como para soñar con la gloria Carla Suárez, pero Wimbledon vibró con su partido maratoniano contra Samantha Stosur. Y a lo mejor nadie reparó en que había también en Londres un árbitro de voley playa, canario también, de nombre José María Padrón. Además de voluntarios, periodistas y aficionados. Los otros testigos de una cita colosal, cuya historia se escribe también desde el esfuerzo impecable de nuestros deportistas, protagonistas de los mejores Juegos Olímpicos para Canarias. Ahí queda eso.