Aprendices entre corsarios y piratas

Los podríamos imaginar ocultos entre las espesas y tenebrosas brumas de la madrugada, siempre en un lejano y desconocido arrecife, próximo a la Isla del Esqueleto. En ese lugar, esperan poder sorprender a ese buque al que seguían con sigilo desde hace semanas. El ataque será en cualquier instante. Sin embargo, mis líneas quieren describir a unos nuevos navegantes, que probablemente ya no llevan barba. Son nuevos corsarios.

En su día sólo habría que cerrar los ojos y recordar alguna de aquellas historias como la de La Isla del Tesoro, de Robert Louis Stevenson, para sumergirnos en el apasionante mundo de los piratas. Más recientemente los encontraríamos dentro de algunas de esas inmensas planeadoras que permiten transportar —casi volar— todo tipo de mercaderías, lejos del alcance de las patrullas aduaneras. Son esas trepidantes y oscuras “noches de caza” que tan bien describió e imaginó Arturo Pérez-Reverte en el estrecho de Gibraltar, alrededor de la figura de Teresa Mendoza, La Reina del Sur. Piratas existen en el cuerno de África, en ese otro estrecho, el de Bab el-Mandeb, también llamado La puerta de las lamentaciones, etapa obligada entre el Mar Mediterráneo, el canal de Suez, el Mar Rojo y el Océano Índico. Allí, han sido numerosos los ejemplos de ataques de piratas y también de corsarios. Uno de esos piratas, Abduwali Abdukhad Muse, fue condenado en 2011 a casi 34 años de cárcel por haber participado en el secuestro del buque norteamericano Maersk Alabama, capitaneado por el ya popular capitán Phillips.

Son tres historias de piratería donde, como casi siempre, unas veces ganan unos y en otras ocasiones otros. Y aunque son muy similares, corsarios y piratas son distintas palabras que parecen comúnmente significar lo mismo: ladrones con ropajes bien sucios y con descuidadas barbas. Pero aún así, mantienen una sutil e importante diferencia: unos barbudos están reconocidos, apoyados y legalizados por su país -son los llamados corsarios- y los piratas, no. Qué línea tan débil la que les separa. ¿Qué historia de corsarios no es de piratas? y ¿cuál de piratas no es de corsarios? Sin embargo, mis líneas quieren describir a unos nuevos navegantes, que muy probablemente ya no llevan barba. Son nuevos corsarios, que anhelan ser piratas y que con casi total seguridad acabarán deseando llegar a tierra firme, pues como si de débiles inmigrantes subsaharianos se tratara, tal vez llegarán a bordo de un destrozado y anegado cayuco. Sin energía, sin agua y sin la recompensa esperada.

Son marineros que serán arrastrados por las cíclicas tormentas financieras o por las potentes burbujas. ¿Quién lo sabe? Quizás serán despojados de su propio botín, arrepintiéndose siempre de no haber girado a sotavento, de no haber trasluchado cuando el viento y las tendencias se lo pidieron, de comprar cuando eran tiempos de venta. ¡Qué cueva tan oscura! Esa la de los mercados. Allí, en su interior, potentes corrientes y fuertes vientos —casi siempre mortales— llevan sus naves a zozobrar. No hay opción a ganar, no existe botín con el que regresar a casa. El regreso es malherido y las cicatrices recordarán el difícil mundo del especulador ingenuo. Así es, o se le parece mucho, eso creo. Es un mundo donde los aprendices de corsario acaban siempre con lágrimas secas entre sus ojos. Con la pena de no haber sido capaz de modificar el rumbo aquel funesto día en que imaginaron que las bolsas subirían y sin embargo bajaron.

Son tantas las tardes a olvidar y tantas las negras e innombrables historias de estos corsarios, que pasaríamos días enteros recordando cuentos de verdad y cuentos de ficción. Una de las últimas, Gowex, es el caso del vidente que ofrecía wifi gratis al mundo entero y que ha acabado dejando numerosos cadáveres, y a ciudades sin la ansiada wifi. La mentira, también, es protagonista habitual entre tanto aprendiz. Describo a estos nuevos corsarios, pues sueñan con El Dorado. Ellos no son los piratas, y que popularmente identificamos como los especuladores, aunque les encantaría serlo. Son hombres, también mujeres, que siempre creen ganar, que siempre desean tener más, y que también creen conocer la forma de alcanzarlo. Al igual que Barbanegra, sueñan, se imaginan, casi dominando el mundo e incluso presagian el comportamiento y el precio de las acciones, de los tipos de interés, de los índices… ¡Qué ingenuos!

Pues también siempre están los otros, que no sé si son hombres o máquinas, pero si sé que son muy altos y muy esbeltos, quizás de aspecto frágil, pero siempre elegantes, vestidos de un inmaculado negro. Nadie los ha visto, nadie los conoce, sólo se sabe su nombre: los Mercados. No tienen rumbo, ni bandera, a veces son locos, y otras veces cuerdos. ¡Qué absurdo! Nuestros protagonistas tendrán como se espera esos días de mala suerte, serán solo unas sesiones con mal tiempo, esas que suelen pintarse de color rojo. Sesiones que son como aquellas partidas en donde el experto jugador de cartas mantiene esa mirada invisible mientras pierde las primeras manos, pero con el paso de la horas, y tras el avance de la mala racha, siente como el sudor avanza en su cuerpo. No hay más dinero, el jugador vuelve a perder en esa infernal racha que jamás ha sido buena.

Nuestros corsarios tal vez se han ahogado, por la arrogancia del que desconoce la fuerza del mar, del que la ignora. Todos comparten esa borrachera que nos llena de valentía, que yo conocí también hace años, muy propia de aquel que se encuentra y cree ser fuerte. Aquella del imbécil que casi todos algún día somos, ese día en que presumimos ser inteligentes. Estos nuevos corsarios no tienen patrón que les identifique, son personas normales, algunos de ellos pequeños ahorradores que con estos años de crisis perdieron algo por lo que hoy suspiran, un buen trabajo, un justo salario. Otros provienen de esas entidades que hace algunos años eran infranqueables castillos, inmensas mansiones, con fuerte pilares bañados de oro y de plata. Aquellas cajas de ahorro, aquellos bancos, que hoy ya no se encuentran.

Ellos cuentan con la experiencia de los años y con algo de dinero, muy bien ganado, por el que se les compensó por no conocer su futuro y quizás con algo más de tiempo. Alguno es propenso a las ambiciones, a las venganzas, a las adicciones, al riesgo, a las sensaciones fuertes, al juego. También al ron. No sé si lo saben, pero cuentan para esta difícil travesía con embarcaciones muy rudimentarias, un PC, tal vez una tableta y un buen móvil y para terminar algo de conocimientos teóricos de marinería básica; eso sí, aderezado de mucha voluntad y un curso de buceo, imprescindible, para sumergirse en esa inmensa red a la que llamamos Internet y donde se encuentra mucho del conocimiento y muchos de los traders.

Allí nuestros corsarios soñarán e intentarán convertirse en legendarios piratas, seguirán en el anonimato de sus casas, pensando en esos inmensos botines escondidos en esos pequeños buques; tal vez soñarán con valores, con bonos, pensarán en el oro y también en la plata, en el petróleo Brent y en el Texas, también soñarán con la evolución de dólar y del euro. Se alarmarán con las declaraciones de Janet Yellen y también con las de Mario Draghi. Soñaran con vender a crédito y ganar. Ganar tanto que les haga perder miedo a poderlo perder todo. Siempre ocurre así, siempre ha ocurrido así. Antes eran piratas que encontraban fácil unas botellas de ron y unas piezas de oro. Hoy, aunque corren cada vez más rápido, siguen entre nieblas. Tened cuidado de esas cuevas, nunca se vuelve con una moneda de más.

Personas en su mayoría sencillas, que intentan navegar dentro del triángulo de las Bermudas. Seguirán la evolución de la prima de riesgo, se comprarán pantallas con aún más pulgadas, pues creen tener así más luz. Nada es lo que parece. Siguen a oscuras, es de noche y nunca alcanzaran un buen precio, no hallaran buen puerto. Mis nuevos corsarios son ciegos, pero no lo saben. Cruzar el océano es tarea de rudos navegantes y ellos no lo son.

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