Dejando de lado el de presidente del Gobierno, el cargo político más expuesto a la crítica de la opinión pública suele ser el de alcalde. Podemos no saber si las carreteras, los centros de mayores o los colegios son competencia del cabildo, de la autonomía o del Gobierno, pero todos sabemos que el policía que nos multa por aparcar mal es municipal. Y que lo que pagamos de IBI va al Ayuntamiento.
La cercanía del Ayuntamiento nos hace ser conscientes de que los residuos, las plazas y los cementerios son áreas de las que es responsable algún concejal. Por ello, los regidores suelen sacar el escudo de la excusa cuando se ven sobrepasados —especialmente, en momentos de crisis como los actuales— por las demandas de los vecinos, ya que “las puertas del ayuntamiento son las primeras que van a tocar a la hora de pedir ayuda”, como repiten a coro todos los alcaldes a lo ancho y alto de España. Por eso, crisis económica y política mediante, ¿qué tal lo han hecho Juan José Cardona y su equipo?
Durante 2013 hubo un asunto que se robó la atención mediática casi con exclusividad, el llamado caso Emalsa. Comenzó un mes antes de enero, el domingo 2 de diciembre de 2012 con un titular de ABC: “Investigan a dos directivos de Emalsa por un fraude millonario contra su socio francés. Un juez de Versalles pone la lupa sobre una opción de compra por 5,3 millones de una nave tasada en 800.000”. Pocos días más tarde conocíamos que la operación se había hecho “24 horas después de conocida una sentencia favorable del TSJC” sobre la venta parcial, en 1991, de Emalsa.
La operación, todavía bajo investigación judicial, aparecía como un problema entre los dos socios privados —Sacyr/Valoriza y la francesa Saur— de la empresa de agua de Las Palmas de Gran Canaria, pero cabe recordar que una de las tres patas es pública y que, además, dan un servicio por el que pagan los vecinos, por lo que todo error en la administración de la compañía se reflejará donde más duele: en el recibo que se paga cada bimestre. A partir de ahí se sucedieron más detalles incómodos sobre la forma en que se gestiona la empresa: el precio escandalosamente caro que cuesta el alquiler de sus oficinas o los sueldos y bonus que cobran sus directivos, algo que tiende a irritar a los que con suerte aspiran a mileuristas y que suele ser carne de titulares con tufillo demagógico.
Cardona se enfrentaba a un problema de gestiones anteriores, pero del que tenía que dar respuesta como responsable actual. Y todo indica que supo capitalizarlo tanto en el plano meramente administrativo —hoy la empresa se encuentra bajo un estricto control de la parte pública y ha sufrido la baja y sustitución de los consejeros bajo sospecha— como en el político, al aparecer como el que pone orden ante el desorden dejado por sus predecesores. El caso Emalsa, por otra parte, debería estimular la reflexión acerca de las privatizaciones de servicios públicos (a la vista de lo que ha sucedido a su vez en Santa Cruz con Emmasa, donde también está Valoriza) y la manera de hacerlas.
Es sabido que el administrador privado es más eficiente y soy, personalmente, partidario del gobierno mínimo; por lo tanto, disfrazar de liberalismo lo que muchas veces no es más que capitalismo de amigos no le hace nada bien a las ideas de libertad. Porque si esas privatizaciones entre amigos fallan y, para peor, son centro de escándalos, se alimenta la ficción de que “ciertos servicios esenciales” deben mantenerse en manos del administrador público. Y este es, además de malo técnicamente (los políticos se preparan para escalar en sus partidos, no para administrar empresas), tendente a corruptelas de todo tipo que siempre acaba pagando el contribuyente.
Es cierto que el listón de la gestión municipal de lo público estaba muy bajo tras el paso de Jerónimo Saavedra por el edificio Metropole, así que con poco que hiciera este grupo de gobierno se notaría una clara mejoría en la ciudad. La política de movilidad, con el acento puesto en los carriles para bicicleta —en una ciudad baja que lo tiene todo para ser el paraíso del ciclista— y las mayores facilidades para las motos, que agilizan el tráfico y ahorran espacio de aparcamiento, son claramente aciertos de estos años. Otro tanto puede decirse de la política hacia los animales domésticos en los espacios públicos, aunque siempre es motivo de discordia en una gran ciudad, donde los dueños de perros se la tienen que arreglar como pueden para darles un poco de verde donde correr a los pobres bichos.
Pero es innegable que estos dos aspectos, lo de las bicis y los perros, están marcando la imagen de este mandato, ahora que las estrecheces de la crisis impiden soñar como en otras épocas con cosas como la Gran Marina o el proyecto de Busquets para el Guiniguada. Aliado inseparable de la ciudad para bien o para mal, hoy las noticias buenas no pueden venir de un puerto languideciente, con una caída brutal en contenedores, que era su fuerte, una pesca en estado de extinción y solo con el negocio petrolero, a través de las plataformas, como tabla de salvación. Allí aparece como una luz al final del túnel el proyecto de Kiessling, con el que el dueño del Loro Parque por fin pone un pie en la isla, no por el sur como se esperaba, sino en la capital, donde instalará un acuario. Es este, seguramente, el proyecto más ilusionante —y factible— que puede ofrecer la ciudad si se mira a mediano plazo.
En el aspecto puramente político, el equipo de Cardona ha estado muy tranquilo ante un PSOE que ha debilitado su labor de oposición al punto de perder a sus números 1 y 2 de la lista, Saavedra y Franquis, uno asumiendo el alicaído Diputado del Común, el otro dedicándose en exclusiva al Congreso de los Diputados. Aunque en los últimos meses Isabel Mena ha empezado a mostrar las uñas y le ha recordado al alcalde el olvido de proyectos como el bulevar del Guiniguada, el hotel de El Rincón, la ciudad de la seguridad, las soluciones extravagantes para el tráfico en Julio Luengo y la Avenida Marítima o el edificio de Aguas de San Roque.
Pero cuando el PP creía que su única preocupación sería pensar en el rival que le pusiera ante las urnas el PSOE, en clave bipartidista, aparece Podemos. El partido de Pablo Iglesias ganó en barrios enteros en las elecciones europeas, de modo que estamos ante una posible atomización en las municipales, lo que augura, quizá, el retorno a tiempos de gran inestabilidad en la ciudad más poblada del Archipiélago. El time sharing del CCN, el PP e ICAN a principios de los 90 podría repetirse aunque con otras siglas si la constelación de fuerzas de izquierda o centro izquierda (PSOE, IU, Podemos, NC, Compromiso) consigue un concejal más que los populares, a los que solo les podría garantizar la continuidad de Cardona una nueva y hoy más difícil mayoría absoluta.
Todo dependerá de hasta qué punto se vote en clave nacional o evaluando las caras locales de las candidaturas.