Canarias inició el siglo XXI observando corrientes migratorias diversas y de una intensidad desconocida hasta entonces. El enorme trasiego humano registrado en las últimas décadas ha introducido múltiples elementos que han renovado nuestra realidad socio-territorial y que plantea modernos retos con el objetivo de alcanzar una mejor sociedad con aspiración intercultural. Y esto será posible si se avanza en modelos de convivencia más inclusivos y participativos.
Canarias experimentó un episodio singular de llegada de personas indocumentadas por vía marítima entre 2006 y 2008, entrando finalmente en una etapa de ralentización de los flujos exteriores y estabilización de la población de origen extranjero residente, como consecuencia de los efectos de la crisis económica internacional que se deja sentir de manera temprana en la región debido a su especialización productiva. Esta etapa de dificultades también ha incidido en la reducción de la movilidad con el resto del Estado, así como en los desplazamientos de carácter intra e interinsular, siendo asimismo las personas extranjeras protagonistas en mayor o menor grado de estos traslados. Con todo, el enorme trasiego humano registrado en las últimas décadas, ha introducido múltiples elementos que han renovado nuestra realidad socio territorial y que plantea modernos retos.
El año 2012 señala el momento de mayor presencia de habitantes de origen extranjero en Canarias, alcanzando entonces el 19% de la población empadronada en el Archipiélago, casi una quinta parte: 402.291 personas que concluyen un amplio periodo de crecimiento continuo y a veces intenso, cuyo asentamiento es más palpable en aquellas áreas más pujantes y dinámicas de la geografía regional, dado que el componente laboral de los flujos más recientes ha sido marcado. Con la etapa de dificultades que comienza en la segunda mitad de la primera década del siglo, los indicadores de crecimiento disminuyen en intensidad; y ya en la siguiente década se registran las primeras mermas en ese colectivo después de mucho tiempo. De hecho, entre 2012 y 2014 se pierden alrededor de 25.000 efectivos en los registros municipales. Por lo tanto, el impacto de la crisis se refleja en la magnitud, composición y orientación de los flujos de inmigración, como se ha señalado, y esto tiene inmediata proyección en la configuración y dinámica de la población extranjera instalada.
Por otra parte, el flujo marítimo de personas indocumentadas se ha reducido a la mínima expresión desde 2006, siendo ahora otras las vías para este tipo de relación migratoria entre los continentes africano y europeo. La estadística que registra a las personas indocumentadas que arriban a Canarias a bordo de distintas embarcaciones y son detenidas por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado refleja sus primeras cifras en 1994, por lo que, en 2014, ya se tiene una perspectiva de dos décadas de esta dimensión de la inmigración, tal vez la más conocida por su reiteración a través de los medios de comunicación… pero no la fundamental para entender la intensificación y diversificación de los fenómenos migratorios en la región durante la etapa reciente. Si consideramos los datos oficiales, ampliamente difundidos, entre ambas fechas y hasta agosto de 2014, fueron detenidas 97.112 personas, en su mayor parte de distintos territorios africanos más o menos próximos a las Islas. Casi cien mil expedientes, alrededor de cien mil proyectos de vida que por una razón u otra encontraron alguna de nuestras islas en su periplo migratorio. Se trata de los apuntes de las personas que han podido llegar, poco o nada sabremos nunca de las que han visto su experiencia truncada en medio del Océano, el auténtico drama de esta movilidad.
No cabe duda de que esta experiencia compartida ha calado en la percepción y conciencia de los habitantes de las Islas acerca de las migraciones humanas. Y si bien encontramos un generalizado y hasta comprensible sentimiento de preocupación social ante la dimensión que el fenómeno inmigratorio y sus implicaciones ha alcanzado en ciertas etapas, mal canalizado en algunas oportunidades hacia la expresión de actitudes xenófobas e incluso racistas denunciadas en su momento, lo cierto es que la intensa vivencia migratoria que nos recordó los distintos rostros, más o menos amables, de nuestra propia emigración del pasado, ha derivado en que estemos mejor preparados para enfrentar las siguientes etapas de un proceso que ahora debe poner el acento en el diálogo intercultural y en la convivencia en la diversidad como fuentes de cohesión social. Casi sin darnos cuenta hemos pasado en tres décadas a disfrutar de una renovada realidad socio territorial, moldeada a partir de las decisiones de miles de personas que han cambiado de residencia. De este modo, la permanente movilidad, consustancial al devenir de este espacio archipielágico, de entrada y de salida, de ida y de vuelta, se ha convertido en uno de nuestros más potentes activos.
Pese a que determinados colectivos de origen extranjero ofrecen una situación más ventajosa, las circunstancias socioeconómicas de buena parte de esta población nos indican que ofrecen mayores tasas de desempleo, alto grado de temporalidad y menores salarios que la nacida en las Islas, así como la aceptación de ocupaciones de importante sensibilidad coyuntural. Sigue apreciándose, no obstante y de manera latente, un cierto cuestionamiento de su presencia en contextos de mayor dificultad, por concluir que las personas inmigrantes suponen una notable competencia para la población natural de la región que tiene más problemas para desenvolverse en un marco de precariedad general, afectando esto de modo progresivo a la convivencia y a la dinámica de los procesos de integración. Más si cabe, en una época en la que prácticamente han desaparecido los recursos disponibles para el desarrollo de estrategias que permitan una mejor gestión de la diversidad cultural con el objetivo de la cohesión social.
Y es que las actuaciones específicas en materia de vivienda, salud e igualdad de trato que atienden a los nuevos habitantes han observado recientemente una dinámica regresiva; y las que se han desarrollado en materia de participación, empleo y servicios sociales son testimoniales, al menos desde el punto de vista de su dotación económica, considerando los anteriores renglones como pilares fundamentales en los que se deben asentar los procesos de integración y convivencia. Asimismo han desaparecido, por falta de recursos, muchas iniciativas que se han vinculado con intervenciones necesarias en ámbitos geográficos que destacan por el ascenso de su carácter multicultural. Todo ello, pese a los múltiples avisos y recomendaciones que se han efectuado en los últimos años acerca de la trascendencia del reforzamiento de este tipo de procesos: “La integración social de los inmigrados y las modificaciones que ha experimentado la propia sociedad de acogida, han de ser los pilares que cimenten un nuevo diálogo social” (Parlamento de Canarias, 2011).
En definitiva, las migraciones internacionales que han tenido su epicentro en el Archipiélago canario en las últimas décadas han introducido cambios significativos en las distintas dimensiones de la realidad regional, más o menos permanentes, más o menos visibles, que ahora marcan una agenda compartida que debe ser cuidadosamente seguida para que el proceso abierto culmine ?o por lo menos se desarrolle? en una mejor sociedad con aspiración intercultural. Y esto será posible en la medida en que se avance en modelos de convivencia más inclusivos y participativos, protagonizados por una ciudadanía más plural en todos los sentidos, en los que la diversidad se entienda como un factor de progreso y no como un obstáculo, puesto que, las diferencias, si se saben conjugar de modo adecuado, siempre suman e incluso multiplican.