Las horas Paulinas

Dicen los sabios que el peor momento que vive una sociedad es aquel en el que lo nuevo no acaba de nacer y lo viejo no termina de morir. O lo que es lo mismo, cuando los que tienen que marcharse aún están por irse y los que tienen que llegar aún no han llegado. Ese fue el final de lo que algunos críticos llamaron el paulinato, el periodo en el que Paulino Rivero estuvo al frente del Gobierno de Canarias.

Paulino Rivero hubo de afrontar, sacando fuerzas de flaqueza, una transición de la que ya tenía certeza aún antes de las elecciones. Quien le ganó la presidencia no fue un rival de otro partido, sino un compañero del suyo. Y su marcha fue una crónica anunciada. Así estuvo el tramo final de su mandato Paulino Rivero, en esa extraña tierra de nadie, siendo y no siendo al mismo tiempo. Al presidente nacionalista le tocó apechugar con un periodo de calamidades y recortes. Es difícil negarle el contexto. Pero al margen de la atmósfera hostil por la propia dificultad sobrevenida por la crisis económica y el maltrato de Madrid a Canarias, el entorno de Rivero puso mucho de su parte para hacer aún peor, casi irrespirable, las relaciones del Gobierno con algunos sectores de la sociedad; y especialmente, con los medios de comunicación.

El Gobierno del pacto por Canarias entre Coalición Canaria y PSOE para el periodo 2011 al 2015, la octava legislatura en las Islas, nació en junio del 2011 con el viento de proa. Como era de esperar, el triunfo del Partido Popular, por aplastante mayoría en el siguiente mes de noviembre, colocó a las Islas en el horizonte de la línea de fuego del PP. Las envenenadas relaciones entre los líderes regionales de ambos partidos, Paulino Rivero y José Manuel Soria, saltaron fácilmente del ámbito político –y personal– al institucional. Con inexorable precisión, cada asunto entre la Comunidad Autónoma y la Administración central –desde las tasas aéreas a las primas a las energías renovables, desde las prospecciones petrolíferas a las inversiones en carreteras…– se convirtió en el escenario de una cruenta y silenciosa batalla en la que siempre salían perdiendo las inversiones en Canarias.

Las cifras son aplastantes. En los cuatro años de Gobierno del PP la Comunidad canaria vio desmoronarse el convenio de carreteras, los planes de inversión en infraestructura turística, los fondos especiales para el empleo… La financiación en Canarias se situó a casi mil euros de diferencia (per cápita) con respecto a la Comunidad mejor financiada del Estado. Los recortes de las políticas de austeridad del Gobierno popular no sólo se aplicaron sino que se extremaron con Canarias, pese a los indicadores de pobreza, exclusión social y debilidad económica que manifestaba nuestra región.

El enfrentamiento entre el Gobierno canario y Madrid lo terminaron pagando los ciudadanos. O tal vez lo que pagaron fue la existencia de un pacto entre nacionalistas y socialistas. Sea como fuere, los datos de los últimos cuatro años de la crisis son claramente desfavorables a un territorio con demoledores récords en todos los indicadores negativos. El Gobierno de Rivero, entonces, enfrentó un periodo donde se le estranguló financieramente con contundente eficacia. Ese fue el factor exterior. Pero también hubo errores internos.

El concurso de radios

Con los medios de comunicación cosechó una meritoria colección de errores casi imposible de igualar. Primero sacó adelante un concurso de radios que se merendó, a mayor gloria de no se sabe quién ni qué proyectos que nunca vieron la luz, a la mayoría de las pequeñas emisoras independientes de las islas. Y además tampoco quedó demasiado bien con las grandes cadenas. Ni patriotismo, ni estrategia. Difícil de entender. Los grandes grupos por los que apostó –de nueva creación– se llevaron las licencias para terminar enajenándolas, alquilándolas o dejándolas dormir en un cajón. El resultado fue un fracaso total para el mundo de las pequeñas y grandes empresas radiofónicas. El nacionalismo canario en el poder pudo ponerse, con todo merecimiento, la medalla de haber liquidado eficientemente a casi todos los pequeños medios locales.

El ejecutivo de Rivero debió trabajar por una alianza de todos los medios de Canarias bajo la bandera del abandono y el maltrato al que habían sometido a nuestras islas. Debió apostar por apoyar a las pequeñas y grandes radios canarias y a las TV locales a través de la producción y la colaboración con la tele autonómica, convertida en un factor de desgaste en vez de una herramienta de éxitos. Necesitó aliados que nunca supo conquistar para llegar con su mensaje a un pueblo tradicionalmente desinteresado, para llevar a patronales, sindicatos y sociedad civil el mensaje de un gran pacto por la salvación de una comunidad al borde del naufragio.

Porque es verdad que nunca, como en esos años, se había tratado con tanto desdén presupuestario a Canarias. Y nunca en tan malos momentos. Jamás se habían escenificado tantos enfrentamientos que no importaron lo más mínimo a la Administración central, porque la debilidad de las islas en Madrid era un fiel reflejo de su desunión interna. Rivero si en algo fracasó fue en la tarea de unir a todos los estamentos de la sociedad de las islas en una reacción de rechazo al maltrato financiero del Gobierno central. Se aisló creyendo estar en posesión de la razón. Y la razón es un lugar muy angosto donde cabe muy poca gente. Tanto que en este caso casi que sólo cabía uno. La última gran batalla del Gobierno de Rivero fue el petróleo. Las extracciones de crudo en aguas cercanas a Canarias. Era el asalto final y el presidente, como un buen encajador que es, salió al ring buscando un golpe, un sólo golpe que mandara a la lona a su oponente. Puso toda su energía y la del Gobierno en un enfrentamiento donde se escenificaba la prepotencia y la altanería de Madrid frente a Canarias. Estuvo casi a punto de lograrlo. Era la lucha perfecta, el chico contra el grande. Y podía ser el golpe definitivo. Pero al final, el adversario se esfumó con una finta imposible. No había petróleo. No habría extracciones. No había lucha. El silencio cayó de nuevo como un manto espeso sobre la acción de gobierno en Canarias y los viejos demonios, las heridas sin cerrar, volvieron a abrirse.

Rivero ni siquiera tuvo que dar la batalla frente a quienes le esperaban a bayoneta calada en las urnas. Su partido decidió que hacía falta una renovación de carteles electorales en las islas. Concretamente uno: el suyo. Y dio el paso al frente Fernando Clavijo. Pero esa… Esa ya es otra historia.

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