Viejos mercados buscan nuevas burbujas

El mercado financiero canario ha seguido en los últimos meses la tendencia del mercado español en lo que respecta a equipararse al europeo e internacional, dentro de un proceso consistente tanto en la disminución de entidades como de oficinas que operan dentro del sector minorista. En esta línea destaca la desaparición de Barclays, marca británica que llevaba décadas operando en las Islas.

Tras la turbulenta reestructuración de los años precedentes, el último ejercicio ha venido marcado por la desaparición de Barclays, cuyo negocio en España fue adquirido por Caixabank, que refuerza así su liderazgo en el Archipiélago. En todo caso, si observamos los datos del sector en la región al cierre de 2014, comprobamos que los depósitos de clientes en los bancos ascendían a unos 23.900 millones de euros, mientras que el volumen crediticio se situaba en los 40.944 millones, una cifra que todavía supera el Producto Interior Bruto de las Islas.

A simple vista pudiera parecer que somos poco ahorradores los canarios, que vivimos de prestado y por encima de nuestras posibilidades, lo que no deja de ser cierto en algunos casos, pero, en líneas generales, las apariencias engañan. Para entender lo que ha sucedido tendremos que remontarnos a comienzos del siglo XXI y también matizar que el ahorro no sólo se concreta en depósitos, sino también en muchos otros productos como fondos de inversión, planes de pensiones, sistemas de previsión, activos de renta fija o también variable, por citar sólo los más comunes y sin olvidar que los grandes patrimonios suelen aprovechar las ventajas fiscales que ofrecen sociedades de inversión colectiva como las Sicavs (Sociedades de inversión de capital variable).

En 2001, cuando todavía nos manejábamos en pesetas, los depósitos ascendían a 14.770 millones de euros y los créditos a 20.070 millones de euros, lo que suponía una tasa cobertura del 73,6 por ciento. Al año siguiente entra en circulación el euro, pero convive un tiempo con la peseta, por lo que puede considerarse como un período de transición, al final del cual los depósitos alcanzan los 15.861 millones de euros y los créditos 22.675 millones de euros, un crecimiento que sitúa la tasa de cobertura por debajo del 70%. En 2003 y 2004 la descompensación entre ambos parámetros se hace más notable, pero no sería hasta 2005 cuando, por primera vez, los depósitos no alcanzan ni el 50 por ciento de los créditos, llegando en 2008 a su punto más bajo, con sólo el 43,5%.

Durante este tiempo, la concesión de préstamos prácticamente se triplico, mientras que los depósitos crecieron sólo un 57,7%. No sería hasta 2013 cuando la tasa de cobertura volvería a situarse por encima del cincuenta por ciento, fruto de la reducción de la cartera crediticia desde su pico más alto en más de 16.600 millones, lo que representa un descenso del 28,2% en cinco años, y del crecimiento de los depósitos, tras tres años de caídas (ver tabla).

Las cifras de 2014 parecen revelar un escenario diferente para los próximos ejercicios, en consonancia con el actual ritmo de crecimiento económico, los bajos tipos de interés y las facilidades de financiación que ofrece a las entidades el Banco Central Europeo. En esta nueva etapa, el crédito vuelve a fluir sin necesidad de que aumenten los depósitos, ya que el ahorro privado, ante la escasa remuneración de éstos, puede decantarse por productos ya conocidos u otros nuevos, como los Seguros Individuales de Ahorro a Largo Plazo (SIALP), en busca de una mejor combinación entre seguridad y rentabilidad.

La duración en Canarias de esta incipiente etapa de prosperidad va a depender en gran medida de lo que suceda en los mercados internacionales, como en el resto del planeta, pero de manera más acentuada por la dependencia de la actividad turística. Pero también influirán en la situación los ajustes internos que aún deben realizar las administraciones públicas españolas y la resolución o no de los problemas migratorios y de los conflictos que afectan al Mediterráneo. La crisis griega constituye aparentemente un episodio aislado, pero ha sido capaz de provocar importantes descensos en los mercados de valores internacionales y de alterar temporalmente las primas de riesgo de algunos países como España; pero, de momento, sin llegar a afectar a la economía real de ningún otro país que no fuera el heleno.

Más importante podría llegar a ser la crisis china, país que, según algunos rankings, ya ocupa el puesto de primera potencia económica mundial, no sólo por los efectos que puede provocar el estallido o desinflado de sus burbujas inmobiliaria o bursátil, sino por la guerra abierta entre su gobierno y los mercados en torno a su moneda, el yuan. Así, mientras los primeros se dedican a devaluarla para que no caigan las exportaciones industriales, los segundos elevan su valor en consonancia con la posición de liderazgo productivo del gigante asiático.

Incógnitas de los mercados de divisas

El mayor problema que afronta la nueva economía global reside precisamente en el valor de las monedas, cuyo precio de intercambio resulta más especulativo que real y basado en un statu quo más cercano al siglo XIX que al XXI, pues las divisas ya no permanecen ligadas a las reservas nacionales de oro (cuyo valor también es especulativo) como antaño. Así, entre las economías más avanzadas, la libra esterlina es la que posee más valor por unidad y es la moneda de curso legal del Reino Unido, que tan sólo representa entre un dos y un tres por ciento de la economía mundial. Este privilegiado lugar es consecuencia, entre otros factores, de la histórica posición estratégica de Londres como centro financiero internacional.

El euro sería siguiente moneda más valorada, lo que tiene cierta lógica, ya que se sostiene sobre la actividad de 19 países europeos con un alto nivel de desarrollo y que constituyen uno principales motores económicos del planeta y todavía con perspectivas de crecimiento. Después vendría el dólar estadounidense (USD), emitido por una nación líder mundial no sólo en el ámbito económico, sino también político y militar. En teoría, esta divisa debería ser la más valorada, pero precisamente su uso como referencia casi exclusiva en el comercio global conlleva cierta depreciación respecto a las anteriores, por tratarse de una unidad de cuenta masiva, no sólo en lo que se refiere a su emisión en papel-moneda sino, sobre todo, por su generalizado uso en transferencias contables para el pago de bienes y servicios entre empresas y personas de diferentes países.

Lo que no parece tener tanta justificación es el valor de algunas monedas de los países asiáticos con vocación exportadora. Japón es un clásico dentro de este ámbito, con un yen que vale menos que un céntimo de dólar estadounidense, pero más abajo aún se encuentran el won surcoreano, que se cambia a más de 1.200 unidades por USD, y las rupias indonesias, que cotizan a más de 14.000 por USD. Pero el tamaño de estas economías no son comprables con la china o la india, cuyas respectivas monedas, el yuan y la rupia india, se encuentran en sendas encrucijadas: elevar su valor como corresponde a su posición en el continente o devaluarse para ganar competitividad, un río revuelto que va a proporcionar muchos beneficios a algunos pescadores financieros.

Todo parece apuntar que la India puede alcanzar el liderazgo económico mundial en la próxima década, pero el bienestar colectivo dependerá en gran medida de cómo los viejos mercados administren las nuevas burbujas que se están formando. La historia nos enseña que las burbujas son consustanciales a la economía de mercado y que el progreso actual está cimentado sobre las más duraderas y los restos de las otras. El gran reto consiste en gestionar un planeta cada vez más efervescente y no sólo como consecuencia del cambio climático.

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