La carre(te)ra de Periodismo

Los periodistas trabajamos con una materia prima voluble y compleja, la realidad, y nuestro trabajo no es otro que explicarla.

Graduarse en Periodismo es como sacarse el carné de conducir. Tienes un papelito que dice que puedes hacerlo, pero sabes poco más que poner el coche a caminar, y solo conduciendo adquirirás la experiencia necesaria para hacerlo cada vez mejor. La formación de los egresados de esta carrera en la Universidad de La Laguna (ULL) ha mejorado en número y calidad de las prácticas, pero los jóvenes periodistas deben poseer, además, otras características que son difíciles de enseñar y de aprender.

La primera de ellas es la creatividad. En un mundo saturado de medios y de informaciones, la que queda es la que es diferente, la que aporta otro punto de vista. La segunda es la capacidad de aprendizaje constante. Los periodistas trabajamos con una materia prima voluble y compleja, la realidad, y nuestro trabajo no es otro que simplificarla y explicarla. Huelga decir que en la construcción del relato informativo se pierden muchas veces matices de esta tan complicada realidad, pero el buen periodista es aquel capaz de contar sin omitir las más sutiles diferencias.

Tomemos como ejemplo el caso de la violencia de género. Son numerosos los casos en los que se critica a los y las periodistas porque preguntan a conocidos del agresor y víctima. Una opinión que no es relevante, dicen, porque la mayoría de estos delitos se producen en la intimidad del hogar. Y, sin embargo, esta manera de trabajar forma parte del núcleo duro del método periodístico: preguntar a distintas fuentes conocedoras o testigos de los hechos para que te ofrezcan una visión lo más cercana a la realidad. Hoy, sorprende que el alumnado de Periodismo defienda y crea que hay otra forma de elaborar esos relatos informativos, que se puede hacer mejor, y que estén dispuestos a enfrentarse a la página blanco (en el mejor de los casos es solo una página o una pieza informativa) con este afán de cambio. Es lo que tiene no tener experiencia conduciendo; tampoco se tienen vicios adquiridos.

Las consecuencias de la crisis

Ahora solo falta que las empresas periodísticas, mermadas y anquilosadas tras años de una crisis económica voraz (las asociaciones de periodistas calculan que se destruyeron 12.000 puestos de trabajos en España en siete años), dejen que estos nuevos periodistas apliquen una nueva forma de contar la realidad.

Ese potencial de cambio es la mayor virtud de los 311 periodistas que se han graduado en la ULL es los últimos cinco años (una media de 62 al año). Son 105 hombres y 206 mujeres, en lo que es otro de los grandes cambios que deben empezarse a notar en los periódicos, radios, televisiones y gabinetes de prensa. Si hay más mujeres en la base, ¿por qué no las hay en los puestos de responsabilidad? La respuesta a esta pregunta puede ser sonrojante para el sector, por lo que sugiero a empresas e instituciones que arbitren medidas para corregir estas desigualdades, que se prolongan en el tiempo sin base objetiva alguna. No se puede seguir diciendo, como hacía Mark Fishman en 1980, “los hombres de la prensa”, como si las mujeres fueran una anécdota en la historia del periodismo. Somos tantas al volante, que hasta la nomenclatura al dirigirse a nosotras debe cambiar.

La mayor resistencia para que esta nueva forma de hacer periodismo florezca está en las propias plantillas de los medios, que cuentan aún hoy con periodistas sin título universitario y con otros que aun teniéndolo actúan como si la nuestra fuera una profesión que permanece petrificada en el tiempo. Los que les van a decir: “háblate con tal”, “enfócalo por cual” o (mi preferida) “¿Tú que te crees que esto? ¿El New York Times?” Otro gallo nos cantaría si, como el de conducir, tuviéramos los periodistas un carné por puntos, y se obligara a algunos de estos a seguir un cursillo de readaptación una vez que los pierden todos por este incomprensible inmovilismo.

La experiencia no lo es todo

Porque no hay nada más cuadriculado que un periodista con mucha experiencia, que se ha acostumbrado al sota, caballo y rey, y no cree o no quiere reciclarse ni formarse para mejorar en su manera de enfrentarse al hecho informativo. Que, además, desprecia la hiperformación de nuestros jóvenes como única manera de defenderse ante la colorida, diversa y numerosa ola de nuevos profesionales con ganas de hacer otro tipo de periodismo. Que realiza siempre el mismo tipo de información, sin sentir la necesidad de cambiar algo en ella. Fracasados, al fin y al cabo, que ni aprenden ni tienen nada (bueno) que enseñar. No son muchos, pero ahí siguen al volante, yendo a 50 kilómetros por hora en el carril central de la autopista.

Y queda el último reto al que deben enfrentarse los jóvenes periodistas que acaban de salir de la facultad: ellos mismos. Existe una dificultad, intrínseca y creciente, que nos lleva a atrincherarnos en nuestras propias opiniones y sesgos, elevándolos al nivel de verdad universal incontrastable pero al mismo tiempo indiscutible.

Deben ser capaces de entender que una realidad compleja y cambiante no se puede expresar solo desde un punto de vista. Que la finalidad del periodismo consiste en recopilar versiones desde diferentes posiciones para juntarlas en lo que debe ser una aproximación lo más fiel posible a lo que tratamos de describir.

Esto entronca con la tradición del perspectivismo de Ortega y Gasset, que postulaba que el sumatorio de diferentes perspectivas nos daba una imagen fidedigna de la realidad, y con gigantes del periodismo como David Carr, que aplicó el método periodístico para conocer qué es lo hizo durante sus largos años como adicto a las drogas y el alcohol. Este último recopiló sus entrevistas (más de 70) en un libro autobiográfico titulado La noche de la pistola, que es una lección sobre cómo un periodista puede aprender y reinventarse partiendo de sus propios fracasos personales. Carr condujo sin frenos y le retiraron el carné, pero volvió a la carretera y murió al volante: cayó fulminado por un infarto en la redacción del New York Times.

Obvio hablar del paro o de las condiciones de trabajo en la profesión, aunque supongo que es “el tema” cuando se habla de jóvenes egresados en Periodismo. Desde mi experiencia repito siempre que nunca he visto que una empresa se resigne a perder talento. Y no me refiero al periodista cumplidor y correcto, sino al que desborda ganas e imaginación con cada tema que se le pone por delante. Las mentes brillantes y currantes siempre encuentran su sitio. Ya sea en una empresa o creando su propio negocio, que aún hay mucho que inventar en el vasto campo de la Comunicación.

Y si todo esto no les convence, siempre pueden bajarse del coche y coger otro camino a pie. E incluso tomar otro medio de transporte. Lo importante es no quedarse siempre en el mismo sitio. Porque a través de la experiencia se aprende también y no hay carretera más larga y más accidentada que la que cruza la realidad a través del periodismo.

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