Después de años en la pelea por conquistar la competición regular, el Rocasa Remudas culminó su gesta el 24 de mayo de 2019
Ni un rastro de euforia. Nada. La guagua de regreso al Hotel Dobosz en Police, una población aledaña de la ciudad polaca de Szczecin, mantenía toda la calma del mundo. Poco importó que minutos antes el Rocasa Gran Canaria hubiera bailado al equipo local y tomase siete goles de renta de cara al partido de vuelta de su tercera final de la EHF Challenge Cup. Ese mismo sentimiento, aunque con alguna sonrisa más para morder la medalla, posar en la foto y volver a dejar su rubrica en Europa se dejó caer en el Rita Hernández de Telde, una semana más tarde, cuando María González, capitana del Rocasa, levantó al aire su segundo trofeo continental.
Todo ese sosiego, toda esa calma, tenía una razón. Al Rocasa Gran Canaria le quedaban un par de pasos para llegar a la meta que tantas, tantas veces se le había resistido en los últimos años: ser campeón de la Liga Guerreras, la División de Honor Femenina. “La he perdido tantas veces, que ya no sé…”, repetía González en los días previos al partido clave frente al BM Porriño el 24 de mayo de 2019, el día que esa angustia se enterró. Las cuentas eran claras para el Rocasa: puntuar le aseguraba el título de la Liga.
Aquel sentimiento que expresaba la central de Tejina, convertida en leyenda del Rocasa, se terminó de un golpe cuando se cumplieron los 60 minutos de juego en el Juan Carlos Hernández de Jinámar. El Rocasa ganó y explotó. Ya lo tenía ahí. Su Liga Guerreras estaba ya en las vitrinas Lo hizo fácil el equipo dirigido por Carlos Herrera, un tipo que sabe lo que es el Rocasa y que sabe lo que es Las Remudas, su barrio. Allí se crió en uno de esos bloques a los que llegaron a finales de las 70 gentes de todos lados: desde barriadas de Las Palmas de Gran Canaria como Schamann, Guanarteme, La Isleta o Pedro Hidalgo a municipios como La Aldea de San Nicolás, Gáldar o Guía. Pero también a desplazados desde otras zonas de Telde o repatriados del Sáhara tras el fin del protectorado español.
Las Remudas curte y Las Remudas marca. Por allí, en aquellos primeros años de reivindicación vecinal, de pelea contra la marginalidad a la que estaba abocado el polígono, apareció Antonio Moreno en 1978, un maestro que se implicó de lleno en las peleas que el barrio emprendía para mejorar, para vivir. En el balonmano muchos de aquellos niños y jóvenes –como el propio Carlos– encontraron un hueco de evasión y de refugio.
Antonio Moreno, un maestro que se implicó de lleno en el movimiento vecinal, se propuso en 1978 luchar contra la marginalidad desde Las Remudas a través del deporte y ahora recoge el premio mayor
El título de Liga, que ya estaba acompañado por dos Copas de la Reina, una Supercopa y un par de Challenge Cup, fue el triunfo de un barrio, la consecución de un proyecto que nunca quiso ser tanto. “Nunca imaginé que fuéramos a llegar a esto. […] Pero lo realmente importante es la labor social que este club ha hecho en el barrio de Las Remudas. Por aquí han pasado cientos y cientos de jugadores que se han formado como personas dentro de la disciplina de la entidad. Hemos pasado por penurias, por épocas realmente malas”, explicaba Moreno con el título de la División de Honor en un brazo y su nieto Darío en la otra sobre la pista del Juan Carlos Hernández.
Años de penurias a los que se acostumbró el Rocasa en la élite. Hipotecó su casa y tiró de su plan de ahorros para avalar al club cuando las ayudas escaseaban, cuando el dinero no fluía en la caja. En el momento que la crisis económica y financiera de 2008 empezó a galopar en España, los grandes equipos del balonmano femenino en el país comenzaron a tambalearse. A algunos clubs, aquella ola se los llevó por delante como al Cementos La Unión Ribarroja, el BM Mar Valencia o la SD Itxako, el último gran dominador del balonmano femenino en España.
La factura de la crisis
La crisis arrastró a algunas de las mejores jugadoras nacionales a otras ligas. Las extranjeras dejaron de venir. En ese punto, el Rocasa encontró su lugar. En las debilidades del resto afloró el mayor fuerte del club: la cantera. Davinia López, María Luján, Almudena Rodríguez, Alba Albaladejo, Tiddara Trojaola, Haridian Rodríguez, María González o Mela Falcón dieron un paso adelante manejadas por Paco Santana. Todo unido a llegadas como la de Silvia Navarro –por una cuestión personal, no por dinero– que dio al Rocasa el empujón de calidad que otros tenían gracias a la billetera por bendición. Empezó entonces una nueva era en el panorama del balonmano femenino nacional, donde el Rocasa Gran Canaria, acostumbrado a otras historias, empezó a pelear títulos. Su pulso con el Bera Bera de San Sebastián es hoy el gran clásico de la División de Honor. La crisis reordenó el balonmano y reordenó el deporte.
En esa pelea que comenzó en 2012 entre Rocasa y Bera Bera, las de Telde siempre acababan de la misma manera: viendo a las donostiarras levantar el título. En esa senda, el Rocasa perdió el duelo de mil maneras distintas: con ventaja en la tabla, sin ella, con opciones en la última jornada, viendo al Bera Bera celebrar el título en el último partido de competición en el Antonio Moreno. Le dio tiempo en ese trecho hasta de observar al Atlético Guardés llevarse la Liga que tanto anhelaba el Rocasa.
Pero todo acabó el 24 de mayo de 2019, con una Liga que coronó al Rocasa en todo su ser. Se terminó la pena, se enterró la maldición y se hizo justicia con un club levantado en un barrio que se instaló en la cúspide del balonmano español. Un triunfo que redondeó una era para Las Remudas y para el deporte canario, que inscribió otro club como campeón de liga en una nueva modalidad deportiva.
Aquella Liga llevó la firma de una veintena de jugadores, pero detrás había mucho más. Eran las de la familia del Rocasa, de las que pasaron y dijeron adiós sin tocar esas cotas –las lágrimas de Davinia López y Alba Albaladejo en la grada eran tan sentidas como las de la pista– y de las que se fueron en busca de un lugar donde poder aspirar a besar la gloria –véase el caso de Marta Mangué, la mejor jugadora de la historia del balonmano nacional– o Almudena Rodríguez y María Núñez, ambas plata con España en el último Mundial.
El Rocasa, con la cantera como base, sigue aspirando a repetir ese éxito. Las generaciones cambian, pero el talento sigue. El último ejemplo, Rosana Montesdeoca, que con 15 años y 11 meses se convirtió esta temporada en la jugadora más joven del club en debutar en División de Honor. Algo de lo que se ha aprovechado bien la selección española de balonmano desde sus categorías inferiores a la absoluta, con nombres que son historia como el de la jugadora Marta Mangué, la mujer que más veces ha vestido la camiseta de Las Guerreras y bronce en los Juegos Olímpicos de Londres 2012, o Rita Hernández, diploma olímpico en Barcelona 92. Ese pozo que no se acaba también ha sacado a Almudena Rodríguez, María Núñez o Sayna Mbengue, presente y futuro de España.
Y ahí siguen. En el Antonio Moreno de Las Remudas se concentran cada semana decenas de niñas y niños que quieren emular a aquellas mujeres que hicieron historia en deporte de Canarias. El Rocasa ha conseguido labrar referentes para Las Remudas, pero también para barrios como La Pardilla, Jinámar o San Gregorio. Y más allá, referentes para Canarias en un deporte minoritario y femenino, doblemente discriminado en ocasiones. Ese es el otro triunfo del Rocasa y, aunque no quede fijado en las vitrinas, es probablemente casi tan importante como aquella Liga de 2019, o como la Challenge de ese mismo año, o como las Copas de la Reina de 2015 y 2017. Un título que perpetuará al deporte femenino de Canarias como un referente, que convirtió aquel arrebato reivindicativo de un maestro en Las Remudas en un alegato de cantera, balonmano y dignidad para un barrio que conquistó España sobre el 40×20.