La Isla Bonita se enfrenta al reto de diversificar su economía y abandonar de una vez por todas la excesiva dependencia del cultivo del plátano
Pasa el tiempo… y lo hace sin prisa, pero sin pausa. Obviamente, también en la isla de La Palma, donde el desarrollo y el despegue deseados por su gente no acaban de llegar. Podría incluso parecer que aquí se vive bien así, en un marco de absoluta tranquilidad y sin muchas exigencias. Pero claro, si después compruebas que los chicos se sigan yendo y que la población envejece, pues ya el paraíso no parece que lo sea de forma tan incuestionable.
La isla de La Palma necesita espabilar, necesita no seguir dependiendo de la tan traída y llevada subvención platanera y diversificar la economía desde el concepto sostenibilidad. ¿Qué hemos hecho, en este sentido, en los últimos cuarenta años? Pues no lo suficiente.
La verdad es que La Palma una de sus mayores dificultades es que no tenemos un verdadero proyecto de isla, y si lo tenemos, que yo creo que no, lo variamos alegremente. Los jóvenes de la isla, en su mayoría, no retornan tras su formación porque no ven futuro. Y la clase política lo sabe y lo utiliza como mantra electoral históricamente. Es algo similar a lo de la revitalización de las medianías de lo que siempre se habla en los programas electorales.
No es que no haya posibilidades, creo que las hay. Pero ese plan de trabajo ordenado, con los objetivos claramente marcados, falta. Por ejemplo, en el mundo de la agricultura, las grandes reformas que el sector platanero necesita no se producen desde hace mucho tiempo y siempre estamos en una amenaza constante, una especie de fecha de caducidad para el monocultivo, cada día más amenazado por la invasión bananera en Europa. Mientras, ahí seguimos con esta base económica, que por lo menos garantiza el no alarmismo de la población.
Asimismo, en la agricultura nos hemos lanzado al cultivo del aguacate, sin que sepamos muy bien si este oro verde, tiene futuro o le pueda acabar pasando como a la naranja, que acabó convirtiéndose en algo residual en el campo palmero.
Parece positivo el hecho de que jóvenes agricultores hayan dado el paso de buscar camino en el cultivo del aguacate y ojalá la organización y planificación aparezcan garantizando el futuro, sin que esto parezca la fiebre del oro. Además, no debemos olvidar que La Palma presenta, aunque no lo parezca, problemas con el agua, cuya gestión está más que nunca en el debate insular. La amenaza de la sequía nunca se dejó sentir en la isla como estos años. Aquí se necesitan soluciones que garanticen que La Palma vuelve a ser la isla del agua, como cantó el histórico grupo Taburiente.
En cuanto al desarrollo turístico, este choca con la isla archiprotegida, que impide la llegada de inversores que puedan dejar clara su apuesta por la isla corazón. Con una planta hotelera necesitada de restauraciones y con una escasez de oferta de ocio palpable, la isla se encomienda a sus espectaculares virtudes naturales, que hacen que este territorio se venda solo. Pero, la verdad sea dicha, ese paisaje también presenta sus heridas indisimulables, que nos llevan a ver como una planta invasora cambia la fotografía de La Palma y parece dar igual. Si usted llega a La Palma y la ve más amarilla es porque el rabo de gato seco la daña.
Aún así, la isla se vende sola como comentábamos y un buen número de empresas viven de un desarrollo turístico al que le falta orden y hoja de ruta. Quién lea esto igual puede pensar en un rosario de pesimismo, pero nada más lejos de la realidad. Se trata de ver que este es un espacio de oportunidades inagotables, que duermen en cajones del olvido.
La historia, la cultura, el patrimonio de cualquier tipo, la artesanía o el deporte son campos que en la isla tienen mucho potencial de cara a generar productividad, dar vida a pequeñas economías. Pero La Palma necesita diseñar un verdadero plan de trabajo, que nos permita desarrollos orientados a no perder población y a dar respuestas.
Arrojo político
En este sentido es importante el compromiso político, la capacidad, el liderazgo y la búsqueda de lo que nos une, desechando lo que nos separa y que tanto perjudica a la isla bonita de La Palma. La administración cumple como paraguas social y afortunadamente nuestros mayores son atendidos de forma profesional y tienen esa vejez, que viene a hacer justicia para quien no tuvo infancia por ser hijos de una guerra civil. Pero debemos pensar en fijar población, en dar vida a nuestros municipios, a los espacios rurales, algo que no pasa precisamente por cerrar escuelas, más bien todo lo contrario.
En los últimos tiempos se ha hecho famoso el debate sobre el precio de los carburantes. Los palmeros y palmeras pagan más por llenar el depósito de sus coches que en las islas capitalinas, por ejemplo. Y nadie lo resuelve.
Todos estos aspectos que desgranamos en este análisis ya estaban sobre la mesa de la gestión, antes de que no nos cayera encima una pandemia, un tenebroso escenario del que La Palma parece haberse protegido bien, salvo cuando encadenamos decisiones incomprensibles que costaron vidas.
Ahora toca levantarse del golpe, pero no olvidemos que hemos tenido tiempos de hacer los deberes, las tareas y las mismas no se han hecho.
La planificación territorial es una de las asignaturas que La Palma no aprueba, y esa inacción nos lleva a parálisis y a no avanzar al ritmo que se necesita para generar economía. Eso sí, La Palma es uno de esos sitios donde se pone en valor el hecho de respirar y disfrutar. Le falta ese retoque al jardín para que vuelva el esplendor al que no es ajena la historia de La Palma
Nunca un espacio tan pequeño ofreció un cúmulo de posibilidades tan grande, tan real que se hace indispensable la reflexión, que nos lleve a que esos tesoros sean puestos de relieve, para el que habita en la isla y para el que la visita.
No me cansaré de pedir liderazgo, de pedir capacidad para decidir, aunque nos equivoquemos. Pero el cortoplacismo es un enemigo, o lo que es peor, el buscar perpetuarse en la política. Es una joyita que necesita retoques que le permitan brillar en el Atlántico.
Pero pasa el tiempo y falta la energía, el hecho de agitar consciencias, que nos permitan espabilar.
Es eso básicamente y no se trata de un imposible, se trata de trabajar con una hoja de ruta, un plan de isla, una hoja de servicios, que ilusione a los que han ofrecido su respaldo en las urnas a sus representantes.
Toca ilusionarse, tocar pedir intensidad, toca pensar que nuestros abuelos lo tenían mucho peor, toca no olvidar el esplendor de esta tierra en el pasado, que todavía nos lleva a presumir de haber sido el primer puerto, la primera democracia o de cómo se derrotaron a los regidores perpetuos.
Esta tierra ha resistido el ataque de devastadores piratas y lo ha hecho desde la valentía, desde la fe en las posibilidades de éxito. Todo esto que relato está también en la mano de las gentes de La Palma, la isla lenta, la isla inolvidable.
Una isla que se levantó gracias a sus emigrantes, gracias al trabajo de sus gentes. Aunque a nadie se esconde que estamos en otros tiempos, si hay similitudes que nos deben hacer pensar que los cambios de actitud tienen su peso y surten efecto. Nos los debemos.