Las víctimas del año de la peste

La pandemia ha causado en el mundo cientos de miles de víctimas mortales, pero ha provocado también millones de víctimas indirectas

Boccaccio escribió el Decamerón, sobre la historia de diez jóvenes que, huyendo de la plaga de la peste negra que asoló Florencia, que se encierran en una villa para contar relatos. Las plagas provocan pánico en las sociedades y tienen efectos desastrosos sobre el comercio y la economía. Y son conocidas y temidas desde la noche de los tiempos. Hasta el dios de los judíos, tan poderoso como cruel, lanzó sobre los egipcios siete plagas para convencerles de una manera expeditiva que liberaran de la esclavitud a su pueblo.

La pandemia que ha vivido el planeta con el coronavirus que se expandió desde China, ha causado cientos de miles de víctimas mortales. Pero, además, ha provocado millones de víctimas más de manera indirecta. Gente que padece secuelas incapacitantes, familias que han perdido sus recursos de supervivencia y una incontenible ola de paro y de pobreza que ha sumergido a las sociedades más débiles. Todo ello después de haber superado la gran recesión de 2008 aunque a diferencia de esa crisis, la de ahora no ha causado daños irrecuperables en la estructura productiva “por lo que no será preciso un prolongado y doloroso proceso de reconversión y reasignación masiva de mano de obra y de factores de producción” (Los efectos económicos de la pandemia, Jesús Huerta de Soto).

Entre 2008 y 2009, se prescribieron un 6,5% más de ansiolíticos. Desde el día en que cayó Lehman Brothers y estalló la burbuja inmobiliaria, España soportó una destrucción de empleo masiva que llevó a muchas personas a la depresión. El número de parados pasó de 2,1 millones en 2008 a casi 6 millones en el peor momento de la crisis. En la Gran Pandemia de 2020, los ciudadanos fueron encerrados por semanas en sus casas, perdieron sus puestos de trabajo y muchos no pudieron dar el último adiós a sus abuelos o padres, que murieron en la soledad de las urgencias hospitalarias o los asilos. Hemos tenido casi cuatro millones de contagiados y 80 mil fallecidos —hasta hoy— aunque cifras oficiosas elevan este trágico saldo a casi 150 mil. Aún están por ver, en toda su dimensión, los daños que ha causado en nosotros la experiencia traumática de un virus extremadamente contagioso.

El Parlamento de Canarias, como en un extraño relato que imita a Bocaccio, fue el lugar donde se encerraron setenta personas en lo más crudo de la peste vírica que desoló los hoteles, restaurantes y negocios de ocio de unas islas que vivían del turismo. A diferencia del relato florentino, los personajes de nuestra historia intentaban encontrar algún resquicio de esperanza en un panorama desolador. Las Islas Canarias perdieron en el año 2020 más de 20 puntos de su Producto Interior Bruto y destruyeron decenas de miles de puestos de trabajo. La pérdida del turismo supuso que dejáramos de facturar doce mil millones de euros, a lo que hay que sumar otros casi millones en la caída de las exportaciones.

En Canarias, un gran fracaso en la gestión del coronavirus ha sido la falta de respuesta de las administraciones públicas estatales. El colapso del SEPE y de la Seguridad Social ha sumido en el caos a pensionistas y trabajadores

Desde el principio se propuso la declaración de Canarias como zona catastrófica y la elaboración de un plan de rescate por parte del Estado, similar al que se hizo para salvar de la destrucción social a territorios que perdieron su modo de vida, como Asturias o León, cuando perdieron la minería, o el norte cuando se desplomó la industria de los altos hornos. Pero no se consiguió nada de todo eso. Cuando todo en sí es una catástrofe es difícil convencer a los demás de que tu caso es bastante peor. En el naufragio de la economía, aunque Canarias y Baleares estuvieran flotando sin salvavidas, los gritos de auxilio se perdieron, porque casi todo el mundo estaba preocupado por su propia supervivencia.

Legislar en medio de la destrucción del comercio y el turismo es tener vocación de músico de la orquesta del Titanic. La función del Parlamento de Canarias en los meses oscuros de la pandemia y en estos que prometían llevarnos hacia la salida de la crisis –aunque las cifras de contagios empiezan a despertar muchas dudas– ha sido la de servir de aldabonazo para confrontar al Gobierno de las islas y al de España con las injusticias, los retrasos y los colapsos del Estado del Bienestar.

La respuesta de los Servicios de Salud españoles a los retos del coronavirus ha sido muy buena. Hubo unos primeros meses de desconcierto y de bochornosa ausencia de material básico de protección. Fue un tiempo de afirmaciones científicas que el paso de los meses demostró rotundamente equivocadas, del descubrimiento de las pocas plazas de UCI de que disponíamos y de comprobar con horror la inseguridad de nuestros mayores, arrinconados a su suerte en residencias donde el virus entró sin ningún problema. Pero a pesar de estos desastres, los servicios sanitarios cumplieron la función que tantos millones de personas sufragan, mes tras mes, con el dinero de sus impuestos

Lo que verdaderamente importa

En Canarias, un gran fracaso en la gestión del coronavirus ha sido la falta de respuesta de las administraciones públicas estatales. El colapso del Servicio Publico de Empleo (SEPE) y de la Seguridad Social ha sumido en el caos a pensionistas y trabajadores que necesitaban tramitar expedientes de los que nadie se podía hacer cargo. En el terreno autonómico, el agujero negro en la gestión del Gobierno canario ha sido el fracaso absoluto de las políticas sociales. No han funcionado las ayudas y no han llegado los fondos necesarios a los ciudadanos que se encontraban en peor situación. Las ONG han funcionado sin un respaldo extraordinario de ayudas públicas para afrontar una situación como jamás se había vivido. Las costuras de la pobreza han estallado en el archipiélago y las autoridades han sido incapaces de responder a ese reto.

Con el crack del comercio y el turismo del 2020, la brecha de la pobreza se ha ampliado. La renta de los hogares canarios se ha alejado vertiginosamente de la media estatal y el paro se ha disparado por encima de los 350 mil trabajadores inactivos (un cuarto de millón de parados y cien mil en congelados en los ERTE). En todo este tiempo, no se ha dispuesto desde Madrid un plan del rescate especial para el turismo canario. O un plan de acción específico contra la pobreza. España ha sido el país europeo que más tarde ha empezado a inyectar ayudas en la economía y la sociedad. Es ahora, un año y medio después del comienzo de la pesadilla, que el dinero de Europa empieza a llegar al bolsillo de las pymes y autónomos canarios 

Países como Alemania han destinado el mayor paquete de ayudas de su historia para proteger empleos y empresas: más de 750.000 millones de euros. Solo en subvenciones directas desembolsó unos 80.000 millones hasta octubre del año pasado. Rescató a Lufthansa con un paquete valorado en cerca de 9.000 millones (a cambio de una participación del 20% en el capital) y a TUI con casi 5.000 millones. Redujo los impuestos al consumo (el IVA) y dio ayudas directas a las familias como un ingreso de 300 euros por hijo. Las comparaciones son odiosas, pero en algunos casos son también insoportables.

La mala noticia de las economías como la de Canarias es que caen muy rápido. La buena es que se recuperan muy fácil. Las tormentas en el trópico son devastadoras, pero la vida vuelve a surgir de forma poderosa en cuanto pasan. Las estructuras de la industria turística están intactas. Y en cuanto pasen los efectos del virus, hacia mediados de 2022, volverán a funcionar. 

Pero a quienes se quedaron por el camino, todo eso le importa un comino. A los que tuvieron que acudir a los bancos de alimentos o a los comedores sociales, para que sus hijos no pasaran hambre.  A los que perdieron sus trabajos a una edad en la que ya saben que nadie, nunca, les volverá a contratar. A los que tuvieron que bajar la persiana y cerraron el negocio al que habían dedicado sus ahorros y sus vidas. Esas pequeñas y anónimas historias de grandes esfuerzos se habrán perdido para siempre como lágrimas en la lluvia. De esas víctimas desconocidas del coronavirus nadie hablará jamás.

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