Venezuela, un diálogo sin esperanza

La oposición a Maduro liderada por Juan Guaidó pierde fuelle mientras el país se desangra económicamente y alcanza siete millones de expatriados

“Si el sapo salta y se ensarta, la culpa no es de la estaca”. Estas palabras las dirigió el dictador Juan Vicente Gómez al almirante y compadre Román Delgado Chalbaud en 1913, justo antes de enviarlo a la cárcel tenebrosa de La Rotunda, en donde permaneció amarrado a grilletes durante catorce años.

La oposición venezolana parece que no encuentra el camino para apartar del poder al chavismo que llegó con espíritu revolucionario en 1999. Aparentemente, una serie de saltos hacia adelante, sin valorar suficientemente eficacia y consecuencias, la ha debilitado de manera ostensible en los últimos dos años. Y eso que la situación del país no ha mejorado índices de calidad, sino que es justo lo contrario: según la ONU, más de siete millones y medio de venezolanos han salido del país expulsados por la miseria irradiada por el socialismo bolivariano.

Colombia, Perú, Estados Unidos, Chile, Ecuador y España son los lugares más solicitados por los migrantes venezolanos que han visto desvanecerse cualquier posibilidad de mejorar sus expectativas de calidad de vida y de cambio en las estructuras de poder. La pandemia no ha hecho sino permitir al régimen endurecer medidas de control político y social a través de sus múltiples organizaciones militares o paramilitares.

“Por las tardes, a veces, se va la luz y los que dependemos del aparato para respirar estamos de suerte si el personal logra resolverlo. Los equipos no tienen baterías”. Jaime, un hombre de 45 años, administrador de profesión, describía así cómo fueron las más de dos semanas que pasó en el hospital Victorino Santaella de Los Teques hasta que murió por el virus el 25 de marzo. En su última carta a su familia les dijo: “Aquí no alcanzan las medicinas para todos. Por eso pregunté para que me las compren. A mí casi nunca me las dan”.

El Gobierno manipula la información sobre la pandemia. En Caracas hay que hacer colas hasta para enterrar a los seres queridos que mueren víctimas de COVID-19 y la falta de atención estatal es infame, según un informe que elaboró la Deutsche Welle: “Quienes llegan con sus muertos al cementerio del Este de Caracas deben esperar que pasen hasta 130 entierros o más para poder darle sepultura a los suyos que, como la mayoría de los fallecidos en fila, han muerto de COVID-19”, le comentó a la reportera de la cadena pública alemana una doliente que no quiere ver su nombre en la prensa, porque, según ella, no quiere ser perseguida por las autoridades.

La situación es tan delicada para la supervivencia que ni la pandemia ni la represión policial lograron detener las protestas sociales. Sólo en 2020 se contabilizaron por oenegés solventes 86.159 manifestaciones ciudadanas en todo el país.

La situación es tan delicada para la supervivencia que ni la pandemia ni la represión policial lograron detener las protestas sociales

Ante todo este panorama desolador, la oposición venezolana no hace sino saltar y clavarse la estaca del sapo. Desde que el 23 de enero de 2019 el presidente de la Asamblea, Juan Guaidó, se juramentó como presidente encargado, la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) ha rechazado presentarse a convocatorias electorales propuestas por el poder chavista, estrategia que apoyan Estados Unidos y Europa al considerar fraudulentos los procedimientos.

A Maduro no le importa, en absoluto, que los partidos y el mundo no le reconozcan sus victorias. En las pasadas elecciones parlamentarias del 6 de diciembre de 2020 dedicó mucho dinero público a divulgar su programa. Además, llegó a amenazar a quienes no fueran a votar con quitarles la comida de las bolsas CLAP (Comités Locales de Abastecimiento y Producción) que de vez en cuando entrega a las familias con caraotas, harina, pastas y café que alivian el hambre.

Juan Guaidó, la oposición y la comunidad internacional hicieron esfuerzos para evitar que el pueblo venezolano participara en la farsa del seis de diciembre. Se dice, incluso, que el que fue el gobernador de Miranda y candidato presidencial, Henrique Capriles, había dejado entrever que se iba a presentar a esas elecciones, tuvo enormes presiones y hasta amenazas si no desistía.

La ‘cobertura’ de Maduro

Sólo votó el 31% del censo, pero el chavismo maneja a su antojo la Asamblea Nacional. Es verdad que si la MUD hubiera presentado candidatos y hubiera ganado, Maduro la hubiera desconocido y, como ya hizo en 2015, de nuevo hubiera nombrado un tribunal para sustituir sus funciones. Aún así, dejarle todo el poder legislativo y de control al gobierno, no produjo sino más poder al Socialismo del siglo XXI que lideran Maduro, los hermanos Rodríguez y Diosdado [Cabello].

“El mal es temporal, la verdad y la justicia imperan siempre”. Rómulo Gallegos, en su excelsa obra Doña Bárbara, intentó sintetizar el conflicto entre la civilización y la barbarie en la soledad inmensa del llano y explota en su novela las costumbres típicas de aquellas vastas zonas, víctima del sangriento abuso de doña Bárbara, quien, capitaneando una banda de forajidos, demarca los linderos de las fincas como le parece y mata campesinos, sin escrúpulo alguno, con la complicidad de las autoridades de San Fernando, la capital de Apure. El intelectual caraqueño, que llegó a ser presidente en 1948, trató de estimular, con esta obra y con su breve estancia de gobierno, la necesidad de crear en Venezuela conciencia de clase media, una clase social que evitara la llegada de “salvadores de la patria” que pusieran en peligro la senda de la incipiente etapa democrática.

No lo consiguió el escritor presidente: a los nueve meses de jurar su cargo, fue depuesto por un golpe militar, el 24 de noviembre de 1948, que instauró la dictadura de Delgado Chalbaud y Pérez Jiménez hasta el 23 de enero de 1958. Cuarenta años justos de democracia representativa que fue aniquilada en diciembre de 1998 por Chávez. Y la escasa clase media del puntofijismo (nombre dado a este período de intercambio de poder entre la socialdemocracia de AD y la democracia cristiana de Copei) desapareció con Chávez. Es una especie de maldición permanente que evita una masa social crítica organizada y coherente. Y la élite gobernante de Venezuela lo sabe. Y por eso su tarea fue impulsar acciones que motivaran la abstención del voto opositor en diciembre de 2020.

Ahora Maduro ya tiene sustento legal para la búsqueda de inversores extranjeros, se aprueban privatizaciones de empresas relacionadas con PDVSA y extracción de minerales y comerciantes de Turquía, Irán, Rusia y China ya explotan estas riquezas que dan cierta oxigenación a los escasos recursos con los que cuenta el Gobierno.

Un régimen contradictorio, el chavista, que desde 2019 elige la moneda de su enemigo como la circulante en el país, para grandes inversiones y detallistas. La circulación del dólar, símbolo del imperialismo gringo considerado un enemigo de la revolución boliviariana, comenzó a generalizarse por toda la geografía venezolana y aminoró la hiperinflación, que en 2018 fue de un 400.000% que desató una gran escasez de productos de primera necesidad desaparecidos de los abastos

La crisis arrasó con el poco poder adquisitivo de las familias: las primeras víctimas fueron los más pobres, pero también la clase media, casi inexistente pro todavía con cierto poder e influencia en algunos sectores.

La oposición dejó de presentarse a elecciones desde 2015 en un cambio de estrategia para derribar al régimen con medidas más contundentes, como fue la del 23 de febrero de 2019, en la que se intentaron introducir decenas de camiones cargados con alimentos para provocar una insurrección popular y el apoyo del Ejército. El chavismo bloqueó los puentes con gandolas y fracasó, sin más, el intento.

Un dron cargado con explosivos, sin que se diera a conocer su verdadera procedencia, explotó en la Avenida Bolívar para asesinar a Maduro el 4 de agosto de 2018 sin que llegara a hacer mínimo daño ni al presidente ni a su régimen. El 30 de abril de 2019, en otro intento desestabilizador calculado, apareció Juan Guaidó desde el aeropuerto militar de La Carlota, junto a un grupo de soldados que, decían, iban a tomar el poder.

El 26 de junio de 2018, según Maduro, otros 30 militares fueron detenidos por traición a la patria. El 3 de mayo de 2020, un par de barcos pesqueros, llamados peñeros, con 22 jóvenes a bordo desembarcaron en Macuto con pertrechos militares, a plena luz del día, también haciendo un llamado para derrocar al régimen. Fueron eliminados en un sangriento combate con la FANB.

El abandono de la lucha electoral pareció empujar a la oposición a formas de aventurerismo inverosímiles y con resultado negativo, con aspecto patético, lo que ha llevado a la frustración de la mayoría de los venezolanos que sólo hacen revoluciones con los pies, huyendo del país.

El último giro de Gauidó

Sorprendentemente, Juan Guaidó dio un giro inesperado y desesperado al instar al Gobierno, el 12 de mayo pasado, a establecer un diálogo para encontrar “salidas a la actual crisis”. El Gobierno de Maduro, que atraviesa por momentos críticos por la pandemia y escasez de alimentos y medicinas, aceptó la negociación poniendo una serie de condiciones, a priori inaceptables para la oposición. Quiere Maduro que, antes de hablar, la oposición reconozca a las instituciones elegidas como legítimas (para levantar restricciones de fondos en bancos internacionales), que se liberen a los líderes de la revolución de denuncias por torturas, malos tratos, desapariciones y juicios sumarísimos, que presione al Gobierno de Biden para que elimine las sanciones y que Juan Guaidó no participe de las acusaciones de las oenegés sobre los trescientos presos políticos del régimen. Además, no quiere negociar, bajo ningún concepto, el adelanto de las elecciones presidenciales.

Hay muchos inconvenientes para que ese encuentro se produzca. Por parte del Gobierno, se espera que las vacunas cubanas y la dolarización de su economía alivie las colas del hambre y el exilio, para lo que necesita cierto tiempo de espera. Por parte de la MUD, hay destacados líderes que se oponen a cualquier acuerdo con el bolivarianismo, porque “nada es más útil al chavismo que una farsa electoral y un nuevo diálogo”, según apuntó María Corina Machado, una de las opositoras más apreciadas por amplios sectores del exilio venezolano. Sin embargo, Maduro y Juan Guaidó saben que necesitan llegar a algún acuerdo de mínimos, aunque sean sólo formales, para su propia supervivencia política.

“Esta revolución llegó para quedarse” fue una frase pronunciada por Chávez en 1999. En 1908 pronunció las mismas palabras el benemérito Juan Vicente Gómez que gobernó Venezuela, aplastando a sus detractores sin ningún tipo de piedad, durante 27 años. El chavismo lleva sólo cinco años menos que el gomecismo: “si el sapo salta y se ensarta, la culpa no es de la estaca”.

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