El 19 de septiembre es el día que se sintoniza en sincronía con el recuerdo del acontecimiento más dramático. Es una fecha que se hace eterna, es angustia y resignación. Sin embargo, la capacidad de resiliencia y el estímulo natural a la supervivencia, después de tres años, motiva a superar adversidades. Y es que cada cual, con los medios disponibles a su alcance, procura cada día pasar una página nueva, vivir. Y olvidar.
El volcán estaba cerca, la experiencia de los dos anteriores (1949 y 1971) presagiaba la inminencia desde el día anterior. El destino estaba configurado. Pero esta vez no nos iba a tocar porque anunciaban que iba a reventar la tierra por el lugar situado entre La Jirdana y El Charco de Las Palmas, a cuatro kilómetros al sur de Tajogaite y la zona baja de Las Plantas. Un error fatal de la técnica de los volcanes que infringió enorme sufrimiento a los vecinos sorprendidos por el acaecimiento destructor de realidades y esperanzas.
Josep Pla, que dicen que es el mejor escritor de lengua catalana del Siglo XX describe en El Quaderm Gris, su obra maestra, a conocidos, amigos, familiares y encuentros casuales sin ningún motivo aparente dando una cotidianidad peculiar a la obra narrativa. El autor disfruta genuinamente de los paisajes y el clima de su hogar y de sus crónicas de largas caminatas repletas de valoraciones de las personas que conoce y de lo que ve en Empordà, Barcelona y otros lugares cercanos en los años 1918 y 1919. Describe los paisajes y del paisanaje, las gentes del país, los acontecimientos y las ideas que movían las tertulias y los hogares de la época. Una época que nunca terminaba porque iba añadiendo contenidos a su peculiar autobiografía hasta su publicación en 1966.
El Cuaderno Gris me acompañó durante las semanas del encierro por la pandemia del Covid 19. Era un libro que tenía en el baúl de la esperas sin muchas esperanzas de ser leído. Pero con las enormes etapas vacías del tiempo de soledades y silencios pandérmicos, le entré con serenidad a la lectura del Quaderm Gris. Sorprendentemente, una vez que comienzan las secuencias vitales de Pla me sucedió como con la lectura de El Quijote o la película cumbre de Coppola: no importa el final, no hay deseo de llegar al desenlace, costumbrismo rural y urbano. Solo en la aprehensión de los textos y sólo con el placer metalingüístico creado por el autor catalán.
Desde que reventó el Tajogaite hasta los ochenta y cinco días de devastación, los vecinos se desperdigaban por la Isla con semblantes de miradas perdidas, brotes de ansiedad. “Todavía mi casa está escapando”. “Ya la mía se la llevó ayer”. “Ya lo perdí todo, tendré que empezar de cero y ya no tengo edad”. “Me quedé sin plátanos y sin casa. A dónde iré cuando me echen del hotel”.
Transítabamos una ruta de dos horas y media hasta llegar a El Charco para que las autoridades permitieran a las caravanas de damnificados y voluntarios acompañados con guatacas, carretillas, zamuros y palas para aliviar el peso del granzón sobre los tejados. Pertrechos de guerra contra el temible invasor a ver si sus ansias destructivas no llegaban a nuestras viviendas. Una limpieza de techos sin sentido, una desesperada acción por salvar lo que al otro día ya, quizás, no estaba. El granzón caía sobre las cabezas, los rugidos incesantes amenazaban. La lava bajaba a escasos metros con un sonido ígneo y perturbador. Pero no mirábamos hacia arriba en donde el cono cada día se volvía más amenazante ni a la lava en su trayectoria de desolación. Las bombas volcánicas rodaban por Los Pelados incandescentes hacia la nada.
Alphonse de Lamartine, considerado el primer romántico francés, polifacético, político e historiador, escribió sobre la emoción, la naturaleza, el espíritu humano, el amor, la soledad, la nostalgia… Un romántico cuestionado que, sin embargo, fue influyente en la obra de Josep Pla, intimista y trascendente. En su obra de referencia, Pla cita unos versos de Lamartine en los que escribe que si “Un sólo ser nos falta, todo está despoblado” .
El volcán es, sobre todo, ausencia de vida. Muchos no han querido asomarse a ver dónde estaba lo que estaba y ya no está. Soledad en negro.
Nunca preguntábamos “dónde vives” sino “dónde estás viviendo” cuando nos encontrábamos en la soledad de las calles con lo puesto. Todo era provisional, también el propio futuro.
La lava no sólo destruyó moradas y medio de vida sino todo el Cuaderno Gris de Pla que, en este caso, no duró 50 años de relato sino 85 días de narración crítica. No hay referencias.
Los conocidos, amigos, familiares, los encuentros casuales, los paisajes y los climas de las lumbres de los hogares, las veredas, los lugares para las abrigadas, las conejeras y ladridos de los perros, las huertas y las petunias, el canto de los pájaros. Todo se retorció hacia el color del ébano, las emociones cambiaron de bando. Los muertos no tendrán nunca flores. Ya el tiempo alejó la historia, no hay fotos de la niñez ni de los abuelos, sólo tenemos los brotes de una nueva realidad transformada, estoicamente asumida. En El Cuaderno Gris, todos los momentos eran importantes, todos los lugares eran sugerentes. El recuerdo de esa lectura me configuró la conciencia para un esfuerzo adicional. Cada día me intereso más por no olvidar todas las vivencias, detalles consuetudinarios de lugares e historias personales que fueron destruidas por Tajogaite.
El 19 de septiembre no fue un buen día. Apetecía caminar hacia los túneles frescos y barrancos exhuberantes de Las Mimbreras, en el norte de la Isla, como hicimos en aquellos atronadores 85 días para dejar de oírlo, para sentir que la vida en verde seguía existiendo con pájaros y chorros de agua. Un café en La Palma Romántica. Sólo han pasado tres años pero hay una realidad nueva: cuando nos encontramos en las mismas calles de miradas ausentes, ya no lloramos ni perdemos la vista hacia el infinito. Hay esperanza. Condición humana.