En las mismas páginas de este Anuario de Canarias he venido dando cuenta en los últimos años del proceso de implantación al Espacio Europeo de Educación Superior de nuestras titulaciones, en general, y, de manera particular, del título de Grado en Periodismo por la Universidad de La Laguna, que fue el que inauguró en nuestra Comunidad este nuevo planteamiento educativo cuyos principales objetivos no son otros que promover y asegurar la calidad de los estudios universitarios.
El nuevo planteamiento educativo universitario persigue una mejora de la calidad de los estudios con metodologías renovadas —cuando así convenga— y facilitando el intercambio en todos los niveles (profesores y estudiantes) con el resto de universidades españolas y con las de la Unión Europea. Si el fin que se pretende alcanzar es el de que los estudiantes aprendan más y mejor, de nada vale adoptar actitudes negativas o escépticas que dificulten la marcha de lo iniciado. Más bien se necesitan apoyos o, en su caso, críticas —constructivas, por supuesto— que coadyuven a la consecución de unos objetivos que aspiran, como decía, en última instancia, a mejorar la calidad de vida de las futuras generaciones. Incluso, aunque pesimistas pudiéramos descubrir en todos estos planteamientos espurios intereses pragmáticos y economicistas, en nuestras manos está introducir los elementos correctores necesarios para que no sea así y seguir aspirando al ideal de educación que mejor pueda responder a las demandas de nuestra sociedad.
Estoy completamente de acuerdo con el crédito ECTS (European Credit Transfer System), con los sistemas de garantía y con las nuevas metodologías que nos sugieren que no perdamos de vista la adquisición de competencias. Y digo “sugieren” porque tengo la certeza de que este aspecto que se presenta como novedoso ha estado siempre en la mente y en el quehacer diario de muchos docentes que con justificado desconcierto nos sentimos desacreditados por quienes pretenden subvertir el sistema de valores que siempre constituyó la esencia de todo buen profesor: el conocimiento de aquello que enseña y la voluntad de querer transmitirlo, lo que no es otra cosa que la vocación. No me opongo a lo nuevo, nadie, que yo sepa, se opone a lo nuevo, sería contrario al espíritu universitario. Lo inadmisible es tener que aceptar las novedades por el mero hecho de serlas, sin haber constatado los beneficios o los perjuicios y haciendo tabla rasa de métodos y hábitos que no por tradicionales han perdido su eficacia.
Pudiera desprenderse de mis anteriores palabras que manifiesto un declarado desencanto ante el nuevo sistema. Nada más lejos de la realidad, pues continuaré destacando sus bondades: la puesta en práctica del nuevo modelo de valoración de las enseñanzas mediante el crédito ECTS, el sistema de garantía de la calidad, la movilidad, la proyección hacia la empleabilidad; sin embargo, y así terminaba mi contribución a este Anuario de Canarias del año pasado, “difícilmente el resultado podrá ser exitoso si se sigue manteniendo de forma indiscriminada una condición sine qua non denominada coste cero que puede poner en peligro tanto esfuerzo y tantas ilusiones”. Superada ya la experiencia del primer curso (constituido en su mayoría por asignaturas básicas comunes a otras titulaciones de la rama de Ciencias Sociales), en este segundo curso los alumnos se introdujeron en las materias específicas de las ciencias de la comunicación y de otras relacionadas, con el objeto de favorecer la interdisciplinariedad que se demanda en los nuevos enfoques, pues es en los intersticios entre ciencias diferentes —como muy bien observa Mario Bunge— donde se encuentran las novedades.
Valoración satisfactoria
Después de finalizado el primer cuatrimestre se realizaron las reuniones correspondientes previstas en el sistema de garantía de la calidad interno de la titulación. Aunque con algunas observaciones que ahora comentaremos, la valoración global es satisfactoria: efectivamente, el compromiso de una guía docente en la que se explicitan todos los criterios por los que se seleccionan unos determinados contenidos, la metodología y la evaluación constituye un instrumento de referencia de un elevado valor para asegurar que se cumplan nuestros objetivos. Con esta perspectiva, además, se favorece enormemente la participación del alumnado y se desarrollan competencias con frecuencia si no olvidadas sí infravaloradas como son la capacidad para expresarse oralmente y el trabajo en equipo.
Las observaciones, como podrá suponerse, están relacionadas con el escaso respaldo institucional que implica la correcta puesta en práctica del nuevo sistema, pues se nos piden muchas cosas (más dedicación, una enseñanza más individualizada, seguimiento del trabajo de cada alumno para favorecer una evaluación continua…) pero a cambio no se percibe ningún tipo de ayuda o reconocimiento. Ante estas dificultades, hasta es lógico entender que haya quien crea que la transformación es una cuestión meramente cosmética, que en el fondo nada cambia; entre otras cosas porque no es fácil hacerlo. Algunos, decepcionados, siguen aferrados a las formas tradicionales; a veces, con absoluta vigencia, otras, completamente obsolescentes.
Sería de retrógrados no dar entrada en el aula y en nuestros hábitos a las modernas tecnologías de la información y de la comunicación (conocidas como TICS), no reconocer las enormes ventajas que nos proporciona Internet, y no entender la urgente necesidad de una buena enseñanza de estos valiosos recursos a las jóvenes generaciones: para eso el profesor debe ser, sin lugar a dudas, un buen conocedor de tales herramientas, dominar los motores de búsqueda de la información para poder enseñar cómo seleccionarla y valorarla críticamente. Es posible que la sobreabundancia de información pueda ser tan nefasta como su propia escasez: la apuesta por las nuevas tecnologías no puede conducir a que se crea que en ellas está el remedio para todos nuestros males.
La excesiva valoración de las TICS es otro de los asuntos que conviene corregir cuanto antes. Tal vez esté equivocado, pero percibo una importante desviación en la concepción de estos instrumentos, pues, de ser un medio para conseguir unos objetivos, se están convirtiendo en un fin en sí mismos. Hoy, para estar al día en estas técnicas, tal como se percibe por algunos indicios, es preciso abandonar en buena medida nuestra obligación de atender a las novedades y progresos de las áreas de nuestra especialidad, con el riesgo de incurrir en la tremenda paradoja de que pueda haber algún profesor que se sienta satisfecho por conocer todos los secretos de tan modernos útiles, habiendo descuidado su primigenia preocupación, que no puede ser otra que el mejor conocimiento de aquello que tiene que enseñar; y, además, como profesor universitario, adentrarse y profundizar en la materia con finalidad investigadora.
Entiendo que las nuevas tecnologías y entre ellas las plataformas virtuales pueden colaborar como eficaces instrumentos en el proceso de enseñanza-aprendizaje, sobre todo cuando existen dificultades insalvables para que la relación profesor-alumno sea como tiene que ser. Comprendo que las posibilidades de estos medios en la enseñanza a distancia abren unas perspectivas apenas imaginadas hasta hace muy poco tiempo; sin embargo, tengo mis serias dudas acerca de si estos recursos pueden ser sustitutos de la enseñanza presencial en todas las situaciones: no creo que la transmisión de información, la educación en valores, la necesaria motivación que debemos comunicar los profesores circule igualmente bien en el frío espacio del mundo virtual que en la calidez de un entorno real con la interactividad difícilmente superable de la relación personal. Quizás alguien entienda que estoy argumentando lo que es una evidente obviedad; pero si hago esta llamada de atención es porque tengo fundados temores de que se está produciendo una indeseada perversión en la concepción de unos instrumentos, útiles sí, pero siempre auxiliares. Quizás alguien entienda que estoy sugiriendo subrepticiamente si no estaremos siendo manipulados para colaborar de esta manera a evitar más contrataciones en la Universidad; y, tal vez, no andará muy descaminado.
Pasaremos ahora al tercer curso de la titulación en donde la especificidad es mayor, el momento en que el alumnos tiene la posibilidad de alguna elección entre una más bien pobre oferta de optativas. Y, luego, cuarto, con un primer cuatrimestre de gran interés académico, el trabajo de fin de carrera y las prácticas externas en empresa. Es éste, el de las prácticas, el otro gran reto de este plan de estudios de Periodismo y de todos los títulos de grado de la Universidad de La Laguna. Se necesita para hacerlas efectivas un compromiso coherente con las empresas y una adecuada tutela desde los centros: si no es así, los alumnos en prácticas correrán el riesgo de convertirse en mano de obra barata, cuando menos, sometidos a los intereses de algunos empresarios desaprensivos.
La solución ya la conocemos: más medios, personales y materiales. La reforma es necesariamente costosa (no sólo habrán de rebajarse las ratios alumno/profesor sino que debemos contar con los medios necesarios para alcanzar con éxito nuestros objetivos). Si esperamos que la economía del futuro se apoye en la sociedad del conocimiento, es muy mal punto de partida mostrarse reticente en invertir en educación. Al menos yo lo veo así.