La salvación del periodismo

No por visionario sino por sesudo analista de los números, nuestro admirado compañero Fernando González Urbaneja, presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM) y ex titular de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE), vaticinaba en diciembre de 2008 que el año que estaba por llegar sería para la profesión incluso peor que el que se cerraba entonces. Podría llegarse a la catástrofe de los tres mil despidos en las empresas de comunicación, vino a decir. Y se quedó corto.

Al filo del cierre de esta publicación, instantes de prisas y nervios que marcan el ejercicio cotidiano del periodista, hemos conocido el dato de la pérdida de 3.351 puestos de trabajo, desde noviembre de 2008 hasta la actualidad. Para nuestra desgracia, el pronóstico de Urbaneja tenía fundamento. Así se refleja entre los datos que recoge el Observatorio para el Seguimiento de la Crisis, creado por la FAPE cuando esta adversa coyuntura global empezó a azotar en las redacciones, igual que en otros centros laborales, y dio pie a los primeros despidos.

Si hasta entonces los periodistas manifestábamos que la precariedad era nuestra preocupación más común, con el paso de los meses hemos visto cómo la destrucción del empleo se ha convertido en el principal problema de la profesión. Que no el único, porque la precariedad se ha acentuado, y con la conjunción de uno y otro hemos hallado al enemigo principal de la libertad de prensa en cualquier sociedad democrática que se precie. Así lo expresaba la FAPE en el llamamiento hecho el pasado 3 de mayo.

Aunque recomendamos la lectura íntegra del manifiesto en nuestra web, o en la de la propia federación, por cuanto dice acerca de la situación que venimos padeciendo, reproducimos en esta presentación algunos de sus detalles. “El derecho de la ciudadanía a la información se resiente cuando el empleo de los periodistas está en peligro o a merced de intereses espurios, apegados a la economía o el poder, cuando las plantillas de los medios de comunicación adelgazan drásticamente y sobrecargan con un volumen de tareas ingentes a los pocos compañeros que quedan en las salas de redacción, lo que reduce la calidad del producto periodístico”, dijimos en el llamamiento.

Al abundar acerca de las consecuencias de la crisis en nuestra profesión, hemos recordado también que para nosotros, para los periodistas, dicha crisis tiene tres cabezas: coyuntural, de modelo y de credibilidad. Lejos de haber encontrado en el tiempo alguna vía que sirviera para reconducir esta difícil situación, para salir del atolladero en el que nos hallamos, el problema se acrecienta. Por más que desde nuestra organización, la más numerosa y representativa del Estado, se ha insistido en la necesidad de propiciar medidas que apuntalen un sector clave para la democracia y el derecho a la información, las cosas siguen como estaban. Por eso hemos vuelto a reivindicar un plan de ayudas a los medios de comunicación, condicionado al mantenimiento de los puestos de trabajo, igual que la aprobación de una ley de acceso a la información pública de todos y para todos. No es poco lo que nos jugamos.

En medio de esta situación, el año 2009 también ha acrecentado las dificultades para llevar a cabo las tareas que nos encomendamos al frente de la APT. Entre ellas, la propia edición de este Anuario de Canarias, que cumple su quinta aparición consecutiva. El esfuerzo realizado hubiera sido estéril sin la participación, otro año más, de un puñado de periodistas, igual que de otros profesionales y representantes de instituciones, que atendieron la invitación a dedicarnos sus reflexiones acerca de cómo vieron el período transcurrido. No existen palabras para agradecerlo. De la misma manera que, conscientes de las dificultades del momento, valoramos el apoyo recibido de entidades públicas y privadas para que la publicación haya vuelto a ver la luz.

Nuestro compromiso, el fin que nos mantiene ilusionados –pese a tanta adversidad– en la gestión de esta asociación centenaria, continúa inalterable. Sobre todo ahora, la profesión necesita de organizaciones fuertes, capaces de contribuir al fortalecimiento de la labor del periodista, “entendida como bien público y de interés común, beneficioso para el fortalecimiento de las sociedades democráticas”, según reza el manifiesto de la FAPE. La disgregación nos debilita. De esta crisis con tres cabezas no va a sacarnos nadie si nos manifestamos incapaces de luchar por nuestros intereses.

Urbaneja, que no sólo maneja bien los números, sino que conoce a fondo el oficio, acaba de revelar que “la salvación de nuestra profesión está en la puesta en valor del periodismo y que tenga interés para la sociedad”. Y para atacar la enfermedad, para salvarnos, ha abogado por más formación, respeto al trabajo profesional y, en definitiva, “volver al periodismo más tradicional –con las tecnologías más avanzadas–, que hace un buen relato, que explica lo que ocurre, que le es útil al ciudadano, que es creíble y que tiene reputación”. Hay salida.

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