Un personaje único

Apeles Ortega, redactor de la Agencia de Noticias Ideapress, nació en Santa Cruz de La Palma en 1957 y falleció en El Pinar (El Hierro) en 2007

Licenciado en Románicas y periodista por casualidad, como tantos otros de su generación, pero preciso y meticuloso como pocos en la mesa de teletipos y comunicados, Apeles Rafael Ortega murió en agosto de 2007 en El Pinar, en la isla de El Hierro, dónde disfrutaba de unos días de vacaciones. Redactor de la Agencia de Noticias Ideapress desde su fundación, la totalidad de su vida profesional estuvo vinculada a esa agencia, de la que pidió excedencia pocos días antes de morir para intentar reponerse del tratamiento de un cáncer de pulmón.

Lector inagotable de todo tipo de literatura y devorador de prensa radical, revistas exóticas e informes indescifrables, Apeles se supo siempre un personaje único y se representó a sí mismo como un tipo singular: dotado de una cultura enciclopédica y un vastísimo conocimiento de anécdotas y trivialidades, era capaz de hilvanar en sus noticias, en sus crónicas y reportajes de a diario, un sentido del humor socarrón y a veces algo perverso, expresado en un español preciso, musical y de una riqueza y sutilidad extraña por completo al lenguaje clásico de la redacción.

Abanderado de filantropías rebuscadas, convencido del valor cívico del ejemplo y agnóstico militante, aún es muy recordada entre los colegas de profesión una información suya -que llegó a publicarse en La Gaceta de Canarias- en la que con absoluto desparpajo se refería al Obispo de la Diócesis Nivariense citándolo como “jefe de propaganda de la Iglesia Católica en Tenerife”. (Sobrevivió a la bronca).

Palmero por nacimiento y vocación, sintió siempre un especial interés por las noticias sorprendentes, estrambóticas, o un punto surrealistas, de las que redactó centenares. Amaba el mundo de los sucesos, y más aún su interpretación, pero escribió -como un periodista de los de antes- en cualquier lugar dónde se reclamó la soltura de su oficio: trabajó como negro para un encumbrado chismógrafo local, publicó con seudónimo centenares de novelitas policíacas, del oeste o de ciencia ficción (siempre dentro del género de la literatura popular), y escribió por encargo multitud de guiones de género X -“es el trabajo más aburrido del mundo, trata todo el rato de lo mismo”, solía decir-, y también dos o tres novelas redactadas a dos manos y firmadas como Pete Simpson. Colaboró también con multitud de reportajes y sueltos en revistas de temática infantil y juvenil, en la maternal Ser Padres, y en algunas revistas tinerfeñas especializadas en temas agrarios y en viticultura, sus dos últimas pasiones. Fumador empedernido, escribió oscuros cuentos sobre el vicio, y vivió desde la adolescencia instalado en los humos de una lentitud de cadencia inapelable, en cuyos meandros encontró tiempo sobrado para crear y sostener a lo largo de seis lustros un eficacísimo estilo de periodismo solvente y honrado que perfuma de sobria elegancia incluso sus trabajos más anodinos.

Pudo ser un literato, pero eligió ser periodista porque necesitaba introducir alguna urgencia en una vida construida a base de pausas y costumbres. Fue una grande, enorme persona. Y fue un buen amigo.

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