A Pablo le fue bien

A Pablo le fue bien. Trabajó en el sur, en la construcción. En cuanto pudo, dejó la ESO. De hecho, no comprendía cómo sus amigos aceptaban visitar con horario preciso cada día aquel Instituto (en el que él se aburría infinitamente). Y es que le fue bien, muy bien: trabajó horas extras y tenía dinero, muchos billetes en el bolsillo. A los 18, con el carné en la mano, se compró un BMW de segunda mano.

Los sábados por la noche, entre bares, copas y juergas, Pablo era el rey. En casa no necesitaba aportar nada, porque su madre le decía que lo ahorrara todo; aunque, según observaba, aquella recomendación servía para que el niño colaborara, pero no para que ahorrara. Con el tiempo pudo comprarse una casa, no precisamente con sus ahorros, sino con la hipoteca (a propósito, con el monto total del préstamo bancario dejó el BMW de segunda mano y se atrevió con un 4×4 japonés nuevecito, y también se fue a Venezuela, a visitar a unos primos de la familia a los que les dijo: “vente pa’España, primo”).

A los 23, la crisis le pilló por sorpresa. A Pablo y a todos en su casa. Fue de los primeros a los que despidieron. No le pareció demasiado grave, esperaba que todo volviera pronto a la normalidad y, mientras tanto, cobraría el desempleo. Las cosas no resultaron así: al cabo, volvió a casa sin pagar la hipoteca y con amenaza sobre la casa familiar por aquel maldito aval que firmó su padre. Lleva dando tumbos buscando un nuevo curro, lo que sea. De vez en cuando, le sale algo en negro, que dura poco. Muchas horas y poco dinero. Una tarde, durante una discusión propiciada por los nervios, su madre le dijo que no podía estar así, mano sobre mano, que al menos estudiara, que se apuntara a Radio ECCA.

El ejercicio pasado, Radio ECCA aportó casi trescientos mil euros de recursos propios para becar a personas adultas, más bien jóvenes, más bien varones, que se matricularon en sus cursos, buscando una titulación oficial: la ESO, el Bachillerato o la Formación Profesional. Diferentes instituciones públicas y empresas de la sociedad civil aportaron otro tanto. De hecho, en torno a la mitad de los alumnos y alumnas de Radio ECCA no pueden afrontar los costes del material con el que estudian. Es importante caer en la cuenta de que hace apenas cinco años, Radio ECCA no aportaba más de cuarenta mil euros en este concepto y no necesitaba ayudas de las empresas privadas para becar a quienes se acercaban a la Casa para obtener su titulación.

La Encuesta de la Población Activa (EPA) nos muestra que casi el 50% de las personas que están en paro en Canarias no tienen siquiera la titulación básica, la de la popular ESO. Por supuesto, el porcentaje aumenta si lo que preguntan los encuestadores es cuántas de las personas desempleadas no tienen el Bachillerato o, al menos, una titulación de Formación Profesional del Sistema Educativo. Aunque es cierto que algunos de nuestros jóvenes mejor formados tienen que salir de nuestras islas en busca de empleo en otras latitudes, lo cierto es que la ecuación apunta claramente en otra dirección: sin formación, no tienes empleo. No resulta sorprendente que algunas empresas que están captando personas para empleos de cualificación media, se encuentren, con frecuencia, descartando a algunas personas por arriba (porque tienen una formación excesiva y, en ese sentido, inadecuada para el puesto de trabajo) y a muchísimas personas por abajo (porque sólo están capacitados para trabajos sin cualificación académica).

En los primeros años de la crisis, todos los generadores de opinión —y los medios de comunicación somos decisivos en esto— proclamamos a los cuatro vientos que la formación era el camino para salir de la crisis. Todas y todos apostábamos por un itinerario que significaba una reforma de la economía, un cambio de modelo: una economía sostenida en más tecnología e innovación, una economía para la que se necesitaría, por tanto, personas más cualificadas y especialistas más exigentes. De ese modo, nuevas empresas, dejado atrás el milagro del ladrillo, generarían riqueza y puestos de trabajo de más calidad.

Había, eso sí, dos condiciones para conseguir circular con éxito por este camino: de acuerdo con la experiencia de Alemania, tendríamos que permitir un mercado laboral más flexible en horarios, sueldos y coberturas sociales. En segundo lugar, el patrón de gasto de las administraciones públicas debería claramente decantarse hacia la formación y hacia la innovación. Pero entonces vino la crisis de la deuda soberana. Los mercados desconfiaron de la solvencia de nuestro Tesoro Público y los inversores decidieron retirar sus fondos; y Pablo se encontró con que las administraciones públicas recortaban fondos destinados a las políticas activas de empleo y a la formación: cada vez eran menos los cursos de formación para desempleados y cada vez eran menos los emprendedores capaces de mantener sus empresas y contratar a Pablo.

Cuando hoy miramos los presupuestos de nuestras administraciones públicas nos preguntamos: ¿Es que la formación no es ya el itinerario? ¿Es posible la innovación empresarial sin apoyo público y sin elevar nuestras cualificaciones profesionales? Por más que parezca negarlo el análisis del presupuesto (condicionado por elementos externos no siempre afrontables), la formación sigue siendo el camino. La innovación empresarial es posible sólo cuando personas con alta cualificación dirigen y repiensan los procesos encaminados a la producción de bienes o a la prestación de servicios. Pero no basta con que una élite espléndidamente formada dirija los procesos: la creación de empresas innovadoras y la generación de una economía sostenida en modelos de mayor valor añadido requiere que el conjunto de la población eleve su nivel cultural y mejore sus competencias profesionales. Y es que los cambios en el tejido económico que permitirían la incorporación de cientos de miles de personas al mundo laboral —también de Pablo— no pasan por un retorno a los empleos de baja cualificación, sino por una mejora en nuestras cualificaciones profesionales y por la generación de nuevas empresas con nuevos empleos.

Todavía quedará, sin embargo, una asignatura pendiente. A lo largo de estos años de crisis económica nos hemos encontrado con que tambaleaban no sólo las empresas, sino también las instituciones públicas nacidas de la transición y la Constitución de 1978. Por más que la Educación para la Ciudadanía se convirtiera en un curioso debate ideológico, una inmensa cortina de humo (¿similar a la discusión sobre la clase de religión cada vez que hay cambios en la ley de educación?) para quienes no miren para otro lado, se hace evidente que la formación técnica es insuficiente si queremos una sociedad más justa, más humana.

El sistema económico basado en el éxito competitivo de los más capacitados o en la ventaja productiva de los poseedores del dinero puede técnicamente prescindir del treinta o cuarenta por ciento de la población que se precipita en la pobreza (basta con mirar el tan cacareado crecimiento económico de América Latina o de nuestra África cercana, donde más que a la desaparición de la pobreza asistimos al aumento de la inequidad). Sólo la conciencia moral, la de cada uno y cada una, bien formada y plasmada en organizaciones de la sociedad civil y en instituciones públicas solventes, nos permite entender que no podemos dormir tranquilos mientras la mitad del mundo (ojalá fuera solo la mitad) vive en la pobreza.

Pablo está formándose en Radio ECCA. Su profesora orientadora tiene que animarlo porque, muchas veces, el hombre viene cabizbajo, sin demasiadas esperanzas y con dificultades para meterse en la disciplina del estudio (es que nunca le fue bien en el aula y ahora lleva, además, demasiados años sin práctica). Pero su profesora no le permite rendirse. Ella está convencida de que sólo en la formación integral, técnica y humanística —la que mejora la empleabilidad y también la capacidad para ejercer como ciudadano en nuestra sociedad— tendrá Pablo un camino hacia otra situación personal, otro mundo posible. Pablo empieza a tomarle gusto a las clases y cada vez mira con más ilusión el día que recogerá su título de ESO. Entonces, seguro que podremos decir que a Pablo le fue bien.

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