Muestra Margaret Mead en ‘Sexo y temperamento’ dos modelos de afectividad social: el de los arapesh y el de los mundugumor. Cooperadores y amistosos, los arapesh trabajan juntos, todo para todos. Mientras, los mundugumor acampan en una cultura áspera e incómoda y, como los políticos canarios, parecen vivir para crear y perpetuar los conflictos.
Para los arapesh, “el deber de los niños y de los ñames es crecer, el deber de todos los miembros de la tribu es hacer lo necesario para que los niños y el ñame crezcan”. A ciento setenta kilómetros, los mundugumor acampan en una cultura áspera e incómoda. Según reseña el profesor Marina en La inteligencia fracasada, a estos últimos todo parece fastidiarles. Les pasa lo que a los actores de la escena política de las Islas. Es decir, que parecen organizarse sobre una estructura cuidadosamente diseñada para crear y perpetuar los conflictos, hasta convertidos en el motor del grupo o colectivo. Saben los mundugumor, y saben los políticos de nuestro archipiélago, que por una u otra razón siempre acaban en el encontronazo permanente, entorpeciendo y llenando de confusión la gestión y la comunicación de la gestión.
A esa realidad se ha enfrentado durante el último año -desde el primer día, de hecho- el presidente del Gobierno. La afonía que lo tuvo sin apenas hablar durante dos semanas (y que obligó a Adán Martín a una intervención informada y satisfactoria) simboliza los problemas del presidente para hacerse escuchar; desde luego, en la calle, y puede que también en el propio Ejecutivo. Un análisis los últimos meses del Gobierno autonómico nos obliga a adentrarnos en el perfil político, psicológico y casi filosófico del presidente; y concluir, ya desembarcados en su esquema mental, que a Adán Martín le cuesta horrores moverse entre tanto ruido. Al presidente no le gustan las trifulcas. Tampoco el fuego cruzado en los titulares o los juegos florales en la tribuna del Parlamento.
Adán Martín es conceptual y orgánicamente alérgico a la crónica rosa de la política. Por eso sus dificultades, y de ahí que tanta crisis, conatos y augurios de crisis, supuestas remodelaciones, posibles quiebras de pactos o cambios de socio le estén atragantando la manera de pilotar su presidencia. Martín llega al ecuador de su legislatura multiplicándose para hacerse oír. Sin éxito. Llega silenciado -él y la gestión que pretende explicar- por una infatigable sucesión de exhibiciones pirotécnicas que oscurecen una y otra vez la política de las cosas, situando bajo los focos a las cosas de la política.
Este Gobierno no puede interpretarse sin entender primero a su presidente. Adán Martín lleva uno y dos años intentando escribir una crónica de prioridades, planes, apuestas de futuro, organización, eficiencia, coordinación de los diferentes departamentos y estrategias a medio o largo plazo; un relato que, demasiado atentos a los ruidos y menos a las nueces, pocos o ninguno le quieren leer. Da igual donde se declare el fuego, si en el Gobierno, en las consejerías que el PP sienta en el Consejo, en los pasillos del pacto, en la oposición o en las butacas de la CC que no siendo ya CC sigue sentándose en los escaños de CC. Da igual. Pase lo que pase, durante estos dos últimos años esa factura siempre la paga, con la moneda del desgaste, el presidente del Ejecutivo autonómico. Factura a la que la oposición se ha encargado de ponerle los apellidos del desgobierno, la falta de liderazgo, la improvisación y la ausencia de rumbo.
A Adán Martín -más técnico que ideólogo, más gestor que líder, más amigo de los expedientes que de los titulares- esto de moverse en las aguas de los mundugumor le malgasta los días, lo debilita políticamente, lo desespera y lo tiene con el Gobierno más pendiente de salvar los golpes del mar que de la navegación en sí misma. Sólo con sobrevolar estos últimos doce meses se puede confirmar que la imagen aérea de este Ejecutivo es la cartografía de un paisaje o plano de crisis. ¿Quiere esto decir que el Gobierno no ha avanzado un solo metro? Tal afirmación carece -política, administrativa y serenamente- de sentido. Ahora bien, el siglo XXI nos dice que es lo que se ve y no lo que es, importando poco si es o no es. Y lo que se ve es a un Ejecutivo al que los líos que le han asomado en sus despachos o en la periferia del pacto le están complicando en exceso la existencia.
Los empeños de Adán
A la crisis de CC -un ex presidente arremetiendo contra su sucesor- y a los amores y desamores con el PP se ha sumado estos meses la hipótesis de una entrada del PSC en el Gobierno, expectativa que al verse frustrada se revolvió con tremenda furia contra el Ejecutivo y su presidente, que sumó así un problema más a los que ya arrastraba. De cualquier manera, en la crónica de este último año también hay sitio -no demasiado, es cierto- para las líneas de la gestión. Analizada la persona, vayamos con su discurso. ¿En qué está el presidente? ¿Qué objetivos le ha marcado a su Gobierno? Remitiéndonos a una imagen frecuentemente utilizada por el propio Adán Martín, el presidente apoya su cuaderno de bitácora en algo que pudiéramos pintar como una banqueta de tres patas: Europa, el mercado único y los servicios públicos.
Desde luego, está el empeño en el afianzamiento de nuestra posición en Europa, que tuvo en el reciente referéndum un alegrón -con el respaldo masivo de los canarios al texto- que el Ejecutivo autonómico lleva convenientemente fotocopiado cada vez que de entonces a esta parte viaja a Bruselas. Junto a esto, su reiterada y no siempre escuchada apuesta por la definición de una red transinsular de transportes que permita el mercado único (siete islas, un solo espacio). Este es, sin duda, el objetivo que figura en lo alto de la agenda del presidente y del Gobierno, una meta que, según se anunció en el último debate de la nacionalidad, constará por escrito en breve.
Por lo demás, sigue siendo la ordenación del territorio -y la búsqueda de economías alternativas a la construcción- otro de los asuntos que han ocupado al Ejecutivo en estos últimos meses. ¿Avances? Desde el Consejo Económico y Social se le ha reprochado al Gobierno el retraso en la articulación parlamentaria de los planes previstos por las Directrices. En lo que ese paso llega, la economía da síntomas de enfriamiento que, no pudiéndose catalogar como una crisis, anuncian la necesidad de acelerar otros caminos. La conexión de Canarias con el mundo -contar con puertos y aeropuertos que nos sitúen en el mapa de los transportes- y la doble mirada africana -la inmigración y la iniciativa empresarial- se sitúan también en lo alto del listado de prioridades de un Gobierno que ha tenido en el amarre del estatus canario ante la UE, en la declaración en Londres de las aguas del Archipiélago como espacio que merece especial protección o en la creciente inversión en los servicios públicos -asuntos sociales, sanidad y educación siguen llevándose tres de cada cuatro euros del Presupuesto- algunos de los capítulos que el Ejecutivo regional podría apuntar en su propio anuario.
¿Cuánto se ha cumplido ya del discurso de investidura del presidente? No hay sistema métrico decimal que nos permita una medición exacta. Estando a mitad de legislatura, el Gobierno siempre podrá acogerse a que todo va según los ritmos previstos. Capítulos como la policía autonómica anuncian que todo va más lento de lo que el Gobierno desearía. Entre otras cosas, porque este Ejecutivo se ha tropezado con una desaceleración añadida, que hay que situar en un Gobierno -el de Zapatero- con el que hay poca o ninguna química.
En este caso, el roce -entre ambas administraciones- más que el cariño lo que está alimentando son los recelos, cuestión que está condicionando sobremanera el entendimiento -o desentendimiento- entre Canarias y el Estado. Es demasiado pronto para hacer balance del Gobierno, pero empieza a ser demasiado tarde para algunos de los principales objetivos que éste se ha marcado. En algunos casos, han terminado con los problemas, pero, como indica el profesor Marina “una cosa es terminar un problema y otro resolverlo”.
Sea como fuere, el camino que resta de aquí a 2007 dirá si el Ejecutivo y su presidente son capaces de sacudirse el peso de las polémicas y aligerar el paso para llegar a tiempo a sus citas. Mucho se ha escrito este último año sobre si este es el Gobierno de Adán Martín o sólo el Gobierno que le tocó a Adán Martín. Lejos de despilfarrarnos en ese debate, cabría recordar que los equipos inteligentes consiguen que un grupo de personas, tal vez no extraordinarias, alcancen resultados extraordinarios gracias al modo en que colaboran. Armar ese rompecabezas es cosa de Adán Martín. No le queda más remedio. Decía Ortega “yo soy yo y mi circunstancia”. Al presidente del Gobierno le corresponde hacer suya la segunda parte de dicha afirmación. “Y si no salvo mi circunstancia, no me salvo yo”.
A las puertas de que se abra el melón de la reelección, Martín ya debe saber que el éxito de este Gobierno será su éxito, y que su fracaso sería todo suyo. Poco importa si preside un Ejecutivo arapesh o mundugumor. A él le toca sacar al Gobierno del ruido y lograr que asome a la opinión pública no por las trifulcas sino por la gestión. Este último año se lo ha puesto ciertamente complicado.