El año político-parlamentario en Canarias ha estado marcado por la ruptura del pacto de gobierno entre Coalición Canaria y el Partido Popular. Fue una decisión tomada en solitario por el presidente del Gobierno autonómico, Adán Martín, y no debatida seriamente en ningún momento en los máximos órganos de dirección de la federación nacionalista.
El presidente de CC, Paulino Rivero, sostenía, en la primavera del pasado año, que aun no era el momento de romper con los conservadores. A juicio de Rivero, Coalición -es decir, don Paulino- había logrado la cuadratura del círculo: cerrar un acuerdo con los socialistas en las Cortes, avanzar en las negociaciones presupuestarias con el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y mantener la alianza con el PP en el Archipiélago, hibernando al PSC-PSOE en la oposición. Era una situación paulinísticamente idílica. Pero para Adán Martín el círculo había terminado siendo más dantesco que cuadrado y no podía soportarlo ni un minuto más.
Las relaciones personales entre Adán Martín y José Manuel Soria nunca fueron buenas. Al presidente del Gobierno, Soria se le antojaba un frívolo con una dentadura perfecta que iluminaba un cesarismo hambriento de poder. Martín está criado políticamente en un pragmatismo pactista, lo que no significa ningún angelismo político. Significa, sencillamente, flexibilidad en la negociación, prudencia instrumental y un estilo que salvaguarda la gestión de una absoluta contaminación partidista. Rasgos conformados por una cultura política deudora de la experiencia de la transición postfranquista y de la complejidad de la praxis del poder en Canarias.
La estrategia de Soria
El perfil de Soria es casi opuesto. Nunca ha tenido que pactar. Ha saltado de una mayoría absoluta a otra y ha hecho gala de una autoridad que a menudo confunde y se confunde con el autoritarismo. Para Soria la transición -que vivió como un pacífico estudiante universitario que se sacó muy pronto una plaza de técnico comercial del Estado- es pura arqueología y el futuro un espacio a colonizar por un ejército clónico que repite un mismo mensaje, un mismo respeto reverencial a la jerarquía y un mismo nudo windsor en las corbatas. Para colmo, Soria se creyó, llegó a creerse de verdad, la división de territorios zoológicos: Tenerife para Coalición y Gran Canaria para el PP. Y allá, en un futuro estimable, un turnismo entre una y otra fuerza para gobernar la Comunidad Autónoma por los siglos de los siglos.
Entre Martín y Soria se produjeron incidentes desagradables, discusiones acaloradas, algún que otro telefonazo impertinente… Y todo terminó cristalizando el día de la manifestación contra los atentados terroristas del 11 de marzo de 2004. El presidente del Gobierno y el del Cabildo de Gran Canaria terminaron a chillidos. Soria pretendía dictarle a Martín y al Gobierno canario los lemas de las pancartas de la concentración. Martín consideró apropiado señalarle que cualquier partidismo, en una ocasión tan dolorosa y delicada como esa, estaba fuera de lugar. Y Soria comenzó un largo bramido que enfureció al jefe del Ejecutivo.
La ruptura del pacto PP-CC
Obviamente, los factores que llevaron a Adán Martín a romper el pacto entre Coalición y el PP, que a través de cambios, crisis y metamorfosis se había prolongado desde 1995, no fueron personales. Los motivos fueron dos, aunque parcialmente relacionados. Martín no estaba satisfecho con los consejeros del PP, aunque el grado de su insatisfacción admitiera matices. María Australia Navarro, consejera de Presidencia, no solo ponía chinitas en el desarrollo de las policías locales y en su mayor coordinación, sino que se reservaba información sensible con cierta frecuencia. Luis Soria, consejero de Industria y Comercio, evidenciaba una inteligencia difusa, lenta y desordenada. Agueda Montelongo ofrecía un desastre sin paliativos.
El PP funcionaba como un Gobierno dentro del Gobierno y había construido su propio circuito de información interno y externo. Lo peor, sin embargo, residía en la actitud de José Manuel Soria y sus compañeros (o sus acólitos) a raíz del inesperado triunfo electoral del PSOE en las elecciones del 14 de marzo de 2004. Soria siguió puntualmente las instrucciones de la dirección nacional del Partido Popular y comenzó a lanzar andanadas contra el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. El mismo Gobierno con el que Martín y sus consejeros tenían que dialogar, debatir y negociar todos los días del año y con el que a Coalición le urgía llegar a acuerdos en el Congreso de los Diputados y el Senado.
Soria obstaculizaba, en fin, el desarrollo de la razón de ser de Coalición Canaria: asumir eficazmente la mediación entre los intereses del Estado y los intereses del Archipiélago. Y lo hizo, incluso, tachando de tonto a Adán Martín, al que, según la doctrina del PP, engañaban sistemáticamente los perversos ministros socialistas. Martín no quemó mucho esfuerzo en cerrar un acuerdo de apoyo parlamentario con el PSC-PSOE. El secretario general de los socialistas canarios, Juan Carlos Alemán, consideraba una prioridad la ruptura del bloque de poder que llevaba una década controlando políticamente la comunidad autonómica. Alemán lo jugó todo a esa carta y a ir amasando (el roce hace el cariño) un pacto de gobierno entre Coalición y el PSC después de las elecciones autonómicas de mayo de 2007.
El apoyo del PSC-PSOE
A cambio de respaldar parlamentariamente al Gobierno de Adán Martín, Alemán no pidió prácticamente nada. Ni siquiera se ha librado de ocasionales burlas y agresiones de Paulino Rivero, que siente biológicamente la imperiosa necesidad de zurrar a los socialistas de vez en cuando, aunque sea para que no olviden que son triste carne de oposición. El PSC está en una posición parlamentariamente incómoda: ni está en el Ejecutivo, ni coincide en sus objetivos de gestión, ni puede ensañarse excesivamente con el Gobierno de Canarias y con y su presidente. En realidad, desde un punto de vista parlamentario el saldo del último año es más bien penoso.
A falta de 10 meses para la convocatoria de elecciones, la producción legislativa ha sido sumamente modesta. El debate político es una cacofonía insoportable. No hay un mínimo consenso sobre la agenda política, económica y social de la región. El proyecto de reforma del Estatuto de Autonomía se ha estancado y corre peligro creciente de no llegar a tiempo a las Cortes para su aprobación. En cambio, en la Cámara regional han florecido como flores de tunera las comisiones de investigación. Son fruto del oportunismo político más buhonero y menos cívico. El PP quiere demostrar que el Gobierno -el mismo Gobierno al que pertenecieron hasta hace un año- es ineficaz, torpe e infinitamente servil en sus relaciones con el Ejecutivo de Rodríguez Zapatero. El PSOE no puede quedarse atrás, aunque sea para eludir cualquier apariencia escenográfica de secuestro por parte de CC. Y Coalición Canaria capea el temporal de su minoría parlamentaria -la de Adán Martín- fiándolo todo al agotamiento del público y a la concentración de escándalos de corrupción en los predios del Partido Popular.
El parlamentarismo canario sigue tranquilamente recorriendo la senda del descrédito, la inermidad democrática y la desconexión con los ciudadanos.