Hacer balance no es nunca tarea fácil. El sentido de la ética obliga a hacer ejercicio de objetividad y la pasión, enfrente, ciega al más puesto para arrimar el carro a su mejor cartel. El balance del 2005 para nuestra comunidad no es menos que eso y es tal que así. A un lado el debe, a otro el haber y en medio la licencia -no permitida si las cuentas fuesen sólo contables- del trabajo incompleto, las tareas empezadas que todavía conservan la esperanza de que se resuelvan satisfactoriamente.
Hacer acopio de lo bueno, lo malo y los grises de 12 meses obliga, en todo caso, a hacer un ejercicio de memoria y conocimiento enciclopédico que se escapa al tiempo disponible y el ánimo de este columnista. Inevitablemente, el resumen se quedaría huérfano de hechos y sería pródigo en éxitos o fracasos, más o menos en función del espíritu con el quiera echar la vista hacia atrás. Botella medio llena o medio vacía, para entendernos.
Voy a quedarme en la sentencia que da título a este artículo. Les hablaré de unos y de otros, de lo uno y de lo otro y, finalmente, de las señales que a mi entender nos permiten adivinar a dónde apunta el futuro de este archipiélago atlántico, un término que nos definirá de tal manera en el Estatuto de Autonomía que sólo desde la obviedad de lo definido puede entenderse que se haya escogido para evitar las suspicacias de los opositores a los ismos ideológicos, entre los que me incluyo.
Los útiles y lo útil. Qué dificultad encontrarlos cuando lo que se nos traslada no opta por reconocerlos. Hemos cerrado un año en el que el ruido le puede a las nueces. Un año en el que te levantas y te acuestas asediado por lo todo lo que, en apariencia, va mal. Ya no es la sanidad, el paro o el estado del tráfico. Es que a veces puedes pasarte 12 horas fuera de casa con la sensación de que no hay algo que funcione o se haga en los cánones de lo razonable, de lo esperable. Una agresión en un colegio puede con el trabajo de mil buenos maestros, un tirón que se lleva un bolso convierte a nuestras capitales en ciudades sin ley, un corte de agua accidental hace mala la obra que lo ha provocado… completen la lista de desastres mundanos a su gusto. Puede ser tan larga como se lo propongan porque puestos a inventar excusas, se acabaron los problemas verdaderamente importantes.
El paso del Delta por Canarias abundó en la idea del fatalismo. Durante unos días sólo se nos permitió quedarnos con lo que los medios consideraron importante: la indignación popular y la búsqueda de culpables. En este caso, como en la mayoría, los políticos y el capital. Al amparo de la desgraciada moda de los sms -que ha acabado con el obligado deber del periodismo de no propagar rumores y opiniones incendiarias amparadas en el anonimato- asistimos a varios Deltas consecutivos. La luz iba y venía en la misma calle según fuera el remitente de la misiva, incluso en el mismo edificio. Los asaltos a comercios en la oscuridad de la noche se sucedían y se negaban casi en simultáneo. A lo que se ve, el huracán eligió tan selectivamente a sus víctimas que puede pensarse que el clima alcanzó un grado de precisión tal que ni el mejor de los modelos predictivos logrará nunca.
Útiles contra importantes
En aquellas noches de noviembre se nos olvidó, una vez más, recordar a los útiles. Y lo útil, especialmente. Se nos olvidó que el Delta era un fenómeno tan adverso y fuera de lo común que debía ponernos a todos en una situación igual de excepcional. La respuesta más propagada fue, en cambio, la más común de las contemporáneas: “Este o aquellos tienen la culpa”. No ya del tormentón -que casi-, que de las consecuencias y de cómo se negociaron.
Pero es un modelo de comportamiento que se repite y se repite. Para dar la razón a quienes sostienen que esta sociedad desarrollada asiste a su ciclo final antes de llegar a la catarsis, ganó lo importante y quienes a través de su promoción entienden que son importantes. Ganó el ruido de la protesta y el clamor de los que creen que todo está mal hecho, mal planificado. De los que a la mínima duda tiran de prejuicios y clichés para explicar el porqué de las cosas: “Estos y aquellos sólo están para mamar y vivir como reyes”.
¿Y dónde estuvieron los útiles? ¿Es que no hubo nada útil en las noches del Delta? Seguro que sí. Hubo respuesta de los medios públicos y hubo respuesta de ciudadanos sensatos, de los que primero vieron en el Delta una adversidad ingobernable y después obraron en consecuencia. Sacando del armario el camping gas de los precavidos o asumiendo que los plazos para devolver a una ciudad o un pueblo a la normalidad no son ejercicios matemáticos con una sola respuesta válida.
Pero otro año más, entonces, queda por encima el ejercicio de los que quieren ser, ante todo, importantes: en la cosa pública, en la empresa, en el club deportivo o en la comunidad de vecinos. O enviando el dichoso sms para su minuto de gloria radiofónica o televisiva. No quiero pensar en la abundancia de importantes que vamos a padecer hasta mayo de 2007, cuando toca renovar nuestros gobiernos. Saldrán importantes de una u otra condición. Los que mandan para glosar el altísimo grado de cumplimiento de sus programas. Los que hacen méritos para mandar, recordándonos que todo va, o está, mal. Según se atienda a unos u otros, igual nos hacemos una idea más aproximada sobre cómo marchan estas islas.
En tiempos de prisa y falta de referentes vitales como éste, son imprescindibles los útiles y lo útil. Gente que esté dispuesta a transigir, a ceder y a dar porque sí. Gente con vocación de anonimato que haga de la discreción virtud y del esfuerzo carta de presentación. Gente capaz de reconocer errores y labores inclonclusas. Gente que sume y deje restar al que tiene enfrente. Lo útil frente a lo (supuestamente) importante. Los útiles frente a los (pretendidamente) importantes.
Quiero pensar que la tendencia, finalmente, es esa. Escribía de la misma esperanza hace un año y la creencia en lo útil nos ha llevado a conseguir que llegue hasta el lector este segundo Anuario de Canarias, una herramienta para dejar constancia de la necesidad-en sentido genérico- de las empresas, la Función Pública, las organizaciones y las miles de personas que dan a cambio de casi nada. Un argumento para convenir que en Canarias se hace y se progresa: Eppur si muove. “Y sin embargo se mueve”, como dicen que dijo Galileo cuando se empecinaban en negarle la rotación de la Tierra.
De otro modo, con la tendencia contraria, a estas alturas estaríamos a punto del colapso social o del enfrentamiento callejero. ¡Venga ya el regreso a las esencias y a la responsabilidad compartida, antes de que demos por imposible el objetivo de la convivencia para dar por válido -y único- el ciclo vital entendido como trabajo (poco y bien pagado) y evasión (mucha y simple)! Ese bucle lastimoso que nos hace dejar los deberes a un lado y sólo conoce de derechos.