Todo balance de año que se precie suele estar marcado por los últimos acontecimientos. La proximidad en el tiempo hace que sean ellos los que imperen en la memoria, los que tengan todos los boletos para ganar en el sorteo final de la noticia más importante, el personaje más influyente o el hecho que, en primera instancia, nos parece que cambió nuestras vidas, para luego, cuando pasan los meses, relativizarlo todo y bajarlo varios peldaños en la escala de la importancia. Si nos guiamos por esas consideraciones, el año 2005 estuvo marcado en Canarias por un nombre, Delta, y una constatación: las infraestructuras son manifiestamente mejorables.
La llegada de la cola de una tormenta tropical sirvió no sólo para dar la razón a quienes sostienen que la meteorología empieza a pasar factura a tanto desmán de la Humanidad, sino para poner en evidencia que Canarias ha crecido a marchas forzadas en las últimas décadas pero sin preocuparse por la fortaleza de los pilares que sostenían ese crecimiento. El hecho de que una capital como Santa Cruz de Tenerife estuviese varios días sin fluido eléctrico nos parece propio del sureste asiático o de Centroamérica, con la diferencia de que ni sufrimos un tsunami ni el Delta fue un huracán de fuerza cinco. Tan sólo el arañazo de una tormenta tropical que, de manera sorprendente, giró hacia el Este en lugar de seguir su curso habitual hacia el Oeste.
Fruto de todo ello, Canarias vuelve a plantearse la conveniencia de revisar sus protocolos de actuación en materia de emergencias y, de paso, tomarse en serio los convenios de infraestructuras que, teóricamente, tantos millones de euros han dejado para consolidar el progreso de las Islas. En esa búsqueda de financiación, el escenario ha cambiado como consecuencia de los vaivenes políticos. La salida del Partido Popular del Gobierno de Canarias, una decisión en la que se combinaron casi al 50% las ganas de estos por marcharse y los deseos de Coalición Canaria de gobernar en minoría, abre las puertas del Ejecutivo central, que se encontraba hasta la fecha remiso a colaborar al 100% a sabiendas de que el PP podía rentabilizar, en unas ocasiones, las ayudas y, en otras, boicotear descaradamente ese diálogo fluido.
Pasamos así, tras un mes de mayo estresante, a un periodo de cohabitación entre una Coalición Canaria en minoría, un PSC que no termina de definir si está a gusto colaborando desde los bancos del Parlamento y no desde el Gobierno y un PP instalado en la feroz oposición y, sobre todo, centrado en salvar las mayorías de que disfruta en el Cabildo de Gran Canaria y el Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria. Sobre esto último, hay que tener presente que esa obsesión de los populares está más que justificada si se tiene en cuenta que en sólo dos años de mandato han perdido siete alcaldías y un Cabildo -el de Lanzarote-, si bien éste en el marco de un harakiri que pasará a los anales del disparate político.
Por otra parte, ha sido un año en que el trasiego de autoridades nacionales no ha cesado. Es como si alguien en Madrid hubiese dictado una estrategia orientada a reforzar la imagen de españolidad de Canarias, pues de otra manera no se explica tanta escala de miembros de la Familia Real e integrantes del Consejo de Ministros, empezando por José Luis Rodríguez Zapatero, que le ha cogido el gusto a Lanzarote a pesar de la incómoda lesión sufrida cuando jugaba al baloncesto en La Mareta. Esa pasión canaria de Reyes, Príncipes, infantas y ministros parece que se prolongará en el tiempo, con el consiguiente quebradero de cabeza para quienes organizan las agendas oficiales y preparan los dispositivos de seguridad.
Con todo, 2005 se nos fue por la vía rápida. Fue un año de vértigo preludio de otro mucho más acelerado, pues cada día que pasa falta uno menos para la cita electoral de 2007, y eso marca la vida, más por desgracia que por suerte, de una región instalada en la inestabilidad permanente y los continuos cambios de rumbo.