Año de desafíos

A veces pasa que la precipitación con la que hoy vivimos y la carga de preocupaciones y dificultades que llevamos encima nos impide valorar en su justa medida algunas de las cosas que nos están pasando. Nos pasa como a ese ocupado trabajador que sale de su casa al alba y llega deslomado por las tardes, y que un día se fija en que el arbusto que había plantado delante de su puerta se ha convertido en un gran árbol.

A poco que lo pensemos, lo que ha vivido nuestra sociedad y cómo ha reaccionado es tan extraordinario que parece un milagro. Hace dos años nuestra vida sufrió un cambio radical y enorme del que no somos completamente conscientes. Un enemigo microscópico se convirtió en una amenaza para nuestra vida. Y fue en La Gomera donde tuvimos el primer susto ante el que reaccionamos con una velocidad y una contundencia que nos parecen lógicas, pero que en aquellos momentos algunos pensaron que eran exageradas.

Recuerdo cómo los mayores le restaban importancia al virus, diciendo que ya se había vivido enfermedades parecidas. Que la cosa no era para tanto. Y a algún experto diciendo que el coronavirus sería poco más que una gripe. La realidad es que se convirtió en una pandemia y paralizó la economía y el comercio del mundo. Y nos obligó a encerrarnos en nuestras casas en un confinamiento que jamás habíamos vivido.

Del virus hemos hablado mucho, pero de la gente lo hemos hecho poco. Los ciudadanos, desde el más mayor al más pequeño, han aprendido a vivir contra el coronavirus. Hemos creado una cultura de la limpieza, de la prevención, del uso de la mascarilla, del respeto en las colas, de mantener una distancia de seguridad para proteger a la persona con la que estamos hablando y para protegernos a nosotros mismos, … Todo estos cambios han sido traumáticos en muchas ocasiones para personas que habían vivido siempre con una cultura diferente, sociable, cariñosa, de besos y abrazos y cercanías. No ha sido fácil, pero lo han hecho. Se han acostumbrado a luchar silenciosa y eficazmente contra la infección.

Cuando las autoridades pedimos responsabilidad a los ciudadanos estamos siendo, hasta cierto punto, injustos. Porque si alguien ha demostrado responsabilidad ha sido una sociedad que ha tenido que cambiar drásticamente su manera de vivir. Lo que ocurre es que el esfuerzo agota y el cansancio pandémico hace que se baje la guardia en algunos casos. Y es a ellos a los que se dirige ese grito de advertencia de que no hay que bajar los brazos porque el enemigo sigue entre nosotros.

Soy de los que piensan que las mentiras tienen las patas muy cortas. Me puedo equivocar, como cualquiera, pero no me gustan los embustes. Así que tengo que decirles que 2022 es un año complicado para Canarias.

Y es que, cuando empezábamos a remontar y a enfrentar el lastre económico de la Covid, llegó el volcán que asoló La Palma, obligándonos a adquirir una capacidad de reacción para afrontar los problemas sin precedentes. A esta catástrofe natural se sumaron los primeros efectos de la inflación, que se han extrapolado a una crisis inflacionista que se agudiza por el conflicto bélico de Ucrania.

Con todo esto, a estas alturas ya podemos afirmar que la recuperación del turismo es más lenta, en consonancia con las consecuencias sociales, económicas y energéticas que está sufriendo la sociedad europea en su conjunto.

2022. ¿Un año difícil? Puede que sí. Grandes expertos internacionales aseguran que la nueva ola pasará en unos pocos meses. Tenemos que afrontarla y superarla. Pero se nos abre otra, la de la inflación y la crisis energética, que supone un nuevo revés a la economía europea, que apenas empezaba a recuperarse.

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