El CD Tenerife se quedó a un paso de lograr su quinto ascenso a Primera División
Esta es la historia de un sueño que fortaleció la fe de los más fieles, que hizo creer a los agnósticos y que atrajo incluso a los ateos para llenar el Heliodoro en el epílogo, diez meses después de ganar en Fuenlabrada una noche de verano. Juan Carlos Cordero había sacudido el vestuario después de un primer semestre de 2021 triste como las gradas vacías por la pandemia, en el que apenas dio para asegurar la permanencia. Siete victorias en 23 partidos y un eterno debate sobre la conveniencia de variar el estilo de juego y apostar por otro entrenador.
Pero el director deportivo confió en el profesional tarraconense y se concentró en darle mimbres que se tradujeran en un salto de calidad dentro del terreno de juego. Llegaron un puñado de titulares: Juan Soriano, Mellot, José León, Alexandre Corredera, Mollejo o Enric Gallego, entre otros refuerzos. No todos ellos estuvieron aquella noche en el Fernando Torres, en la que un zurdazo sobre la bocina de Corredera se alojó en la red de la meta local para dar los tres primeros puntos al CD Tenerife. Fue la primera de las 12 victorias que iba a cosechar en 23 visitas, lo que unido a sus seis empates, acabaron convirtiéndose en el mejor registro a domicilio de su historia.
Agosto se cerró con dos empates a cero ante los dos conjuntos asturianos de la categoría. En el segundo, disputado en el Nuevo Carlos Tartiere, hasta sufrió el equipo insular para evitar que se moviera el marcador. Pero septiembre empezó con la fuerza de los niños que vuelven al cole. Llegaron dos victorias consecutivas. La primera, en casa ante la Ponferradina. Juan Soriano, el más regular de los componentes de la plantilla 21/22, acumulaba su tercera jornada sin encajar. Llegarían otras quince hasta junio, en lo que iba a representar la fotografía del ‘fútbol de hormigón’, expresión con la que quedaría bautizado el Tenerife ya con la competición avanzada.
El segundo éxito lejos de las no tan confortables paredes del Heliodoro, en el José Zorrilla ante el recién descendido Valladolid, disparó la ilusión en la Isla. De repente, una pregunta revoloteó sobre los aficionados: ¿Y si…? Creaba Álex Corredera, inventaba Sam Shashoua y parecía tocado por una varita mágica Elady Zorrilla, que veía portería con facilidad para seguir regando de triunfos meritorios como los de Huesca, Leganés o Zaragoza una trayectoria que se encaminaba hacia el parón navideño con los blanquiazules alojados en puestos de playoff.
Tan cómodo en los lugares de privilegio estaba el Tenerife que no torció el gesto después de tropezar en casa por primera vez ante el Mirandés, perder el derbi en Las Palmas o cuando el Eibar le recordó las poderosas razones económicas que le hacían estar lejos en cuanto a potencial. Y no una, sino dos veces. Con la Copa del Rey como bonus extra. Cuando la covid no terminaba de dar tregua y el derbi del 2 de enero se acercaba con la sombra del cierre o el aforo reducido, el cuadro chicharrero ya era candidato a todo.
Solo un punto le separaba del ascenso directo. Los 38 cosechados en la primera vuelta igualaban además la cifra de su penúltimo ascenso, el de la temporada 2000/2001 con Rafa Benítez al frente, mejorando incluso la campaña del salto de categoría más reciente (2008/2009) en cuatro puntos. Esta circunstancia se repetía con respecto a la anterior clasificación para el playoff (2016/2017). Las estadísticas no engañaban, pero el entorno se seguía frotando los ojos. Agradeciendo cada paso adelante, temiendo que en algún momento llegara el bache.
Convertido en equipo de autor, el Tenerife había definido tanto su identidad que se sentía orgulloso de rasgos que otros empezaban a envidiar: no concedía, apenas encajaba y aprovechaba casi cada ocasión que se le presentaba. Puede que no fuera divertido, pero era algo mucho más importante: fiable. Así cerró 2021.
Cierto es que durante los seis meses de competición restantes, pese a la llegada de refuerzos como Mario González o Andrés Martín, iba a sufrir el azote de las lesiones en figuras importantes como Álex Muñoz y Shashoua. También el proceso lógico de cansancio y hasta de conocimiento de su juego por parte de los rivales, lo que hizo cada paso más difícil que el anterior. Sobre todo cuando la exigencia empezó a desechar los empates como buenos resultados y a pedir que se enlazaran victorias. Pero ante cada resbalón reaccionó con personalidad. Sucedió en enero, después de perder en casa el derbi y de no pasar del empate en el feudo del Amorebieta. Llegaron entonces dos meritorias victorias ante rivales directos como el Oviedo y la Ponferradina. Allí, en El Bierzo, empezó un precioso peregrinar de aficionados birrias por todos los campos de la geografía peninsular. Ya sin las restricciones covid, nunca más se sintieron solos los de Luis Miguel Ramis. Se juntaron más de 400 en Alcorcón y no menos de 300 en otros estadios como El Molinón de Gijón, Anoeta en San Sebastián o Ipurúa en Eibar.
Marzo trajo la esperanza de escalar hasta la segunda plaza. Pero los duelos directos contra el Valladolid y el Almería pusieron techo a los blanquiazules. Fueron dos de las ocho derrotas como local, una cruz con la que cargaría todo el curso. Algo increíble hasta en las temporadas más oscuras. Pero tampoco tembló cuando los perseguidores hicieron temer un hundimiento que nunca llegó. Otras cuatro victorias, dos en abril y dos en mayo, provocaron que a la escuadra dirigida por Ramis le sobraran tres jornadas para asegurarse de que no bajaría del sexto puesto.
La semilla plantada en 2021 había germinado hasta dar como fruto la clasificación para unas históricas eliminatorias de ascenso, en las que se jugaron por ejemplo los dos derbis más importantes de la historia del fútbol canario. Los dos los ganó el CD Tenerife que, sin embargo, no pudo rematar la gesta ante el Girona. Después de tres años sin superar a los amarillos en el Heliodoro, de ver rota su racha de 21 años sin perder y de más de 12 sin conquistar el Gran Canaria, hizo añicos todos los malos presagios en apenas cuatro días con dos excelsas actuaciones. La primera, con León y Mfulu de ‘ayudante’ (1-0). La segunda, con el VAR echando un cable a Enric Gallego (1-2) para enmudecer Siete Palmas. Salvo en el sector de los 700 tinerfeños, que habían iniciado la fiesta ya cuatro días antes. Y a Jonathan Viera le había parecido bien.
Pero hasta ese punto llegó el sueño. Después de un 0-0 en Montilivi que dejaba todo para la vuelta, la sentencia quedaría dictada en la Isla. Ahí se apareció la historia, siempre caprichosa, para recordar que el Tenerife nunca ha ascendido en casa (Almendralejo, Sevilla, Leganés y Girona fueron las cuatro puertas de entrada al olimpo de los dioses del fútbol). Las 22.000 almas presentes entonaron al unísono el himno del centenario como prólogo de un partido que coronó a los catalanes y despertó a los birrias. Anotó, de penalti-regalo, Stuani. Neutralizó Carlos Ruiz, casi a la heroica. Y en el mejor momento de los insulares, una cadena de errores/infortunios (Mollejo, León y Soriano) puso en bandeja el 1-2 al Girona. El mazazo condujo, casi sin respiro, al tercero de los visitantes. Las lágrimas brotaron en el campo, en las cabinas de prensa y en la grada. No pudo ser, pero algo nació para quedarse en el corazón de todos: la semilla de 2021.