De banca a metabanca en menos de un clic

En poblaciones y barrios donde antes hacían negocio cuatro o cinco entidades hoy queda una sucursal bancaria o dos

Entre finales de la primera década del siglo XXI y comienzos de la segunda se inició el desmantelamiento en España de las cajas de ahorros tal y como venían operando hasta entonces para agruparlas y reconvertirlas en bancos que, en un porcentaje elevado, tuvieron que ser rescatados con dinero público aún no recuperado. Pasado ese tiempo, sólo encontramos restos de aquel naufragio de antiguos valores financieros sustentados en modernas estructuras organizativas en el colectivo de cooperativas de crédito y en algunas pequeñas entidades que sobrevivieron a la catástrofe, debido a que precisamente se mantuvieron en el lugar donde las pusieron sus fundadores y no entraron al trapo de un crecimiento desmedido y de una competitividad irracional fruto de una desastrosa gestión tanto política como económica.

El panorama bancario a pie de calle cada vez resulta más desolador y en poblaciones y barrios donde antes hacían negocio cuatro o cinco entidades hoy queda una sucursal bancaria o dos, en el mejor de los casos, que siguen aportando rentabilidad a sus matrices, pero a las que, salvo las excepciones ya citadas, no les interesa seguir ofreciendo productos y servicios dentro de ese mercado presencial, Las que todavía quedan puede que prosperen no sólo con los recursos de los clientes procedentes de las que se marcharon, sino con el cambio de panorama económico que se avecina, con unos tipos de interés más altos, en un intento desesperado de las autoridades monetarias por combatir la inflación, lo que trae consigo mayores márgenes de beneficio.

Pero ese escenario de tipos de interés altos también puede provocar un efecto adverso y precipitar que los clientes más débiles y endeudados no puedan pagar sus préstamos ni pedir otros nuevos, lo que produciría un repunte de la morosidad y la posibilidad de que lleguen las temidas pérdidas, tanto por no generar nuevos ingresos como por tener que destinar recursos propios a cubrir los créditos fallidos, debilitando así la solvencia de la entidad y su viabilidad. La historia está ahí para recordarnos que la combinación de una alta inflación con una recesión constituye un cóctel explosivo capaz de hacer saltar la banca, aunque hay una diferencia entre las anteriores crisis y la que se avecina: el ‘big data’.

Parece que, de momento, la apuesta de una parte de la banca más innovadora, dirigida por gurús devotos del neoliberalismo, no consiste en prepararse para sobrevivir dentro de un entorno radicalmente adverso, sino en distanciarse del cliente en lo humano y en lo material, mientras se acerca en lo tecnológico y virtual, para acompañarlo donde quiera que se encuentre dentro de su propio bolso o bolsillo, instalada como una aplicación más en los teléfonos inteligentes de última generación y accesible desde su pantalla u otro accesorio vinculado.

Y el cliente no sólo dispondrá en ese aparato de una tarjeta virtual para pagar sus consumiciones, sino de información puntual sobre como gastar su dinero, en caso de que lo tenga, en productos y servicios de su preferencia, junto a ofertas irresistibles en todo aquello en lo que haya mostrado interés durante las últimas horas y días al navegar por internet o interactuar a través de unas redes sociales cada día más afinadas en la publicidad individualizada, además de insistir en aquello por lo que sintió curiosidad en el pasado, porque si algo tiene la inteligencia artificial es que nunca olvida.

Pero si la persona no dispone de recursos en esos momentos, diferentes algoritmos evaluarán su situación en base a los datos disponibles y podrán autorizar que tenga acceso a crédito para que pueda seguir consumiendo sin interrupción y generando beneficios para la economía de mercado y las empresas, aunque quizá no tanto para el ciudadano de a pie, que, como también ha sucedido en el pasado, puede acabar encadenado a un modelo de deudas cíclicas que no le permitan prosperar.

La gran pregunta es si este modelo de metabanca tendrá futuro dentro de una civilización sostenible, que aún no se atisba pese a la presión de la crisis climática, o si tendrán que ser de nuevo las entidades que permanezcan cerca del ciudadano y sus profesionales de carne y hueso quienes terminen ayudando a la gente con su proximidad y empatía, y de paso ayudarse a sí mismas al ganarse la confianza de sus clientes y con ello una fuente recurrente de ingresos, para, entre todos, salir del atolladero.

¿Cómo se comportará el ‘big data’ en medio de una crisis previsiblemente mayor que la de finales de la década del siglo XX? ¿Será un acelerador o contribuirá a frenarla? ¿Será comprensivo con los deudores o los dejará indefensos y sin capacidad de acceder a lo mínimo e imprescindible para subsistir? ¿La inteligencia artificial es sólo algebraica o también es emocional? ¿Tienen sentimientos los algoritmos o sólo se mueven en función de los intereses económicos de sus programadores o patrocinadores? La respuesta a estos enigmas puede que la descubramos antes de lo que esperamos, pero conviene mientras tanto adoptar todas las precauciones posibles, porque una cesión inadecuada de los datos personales y la cada vez mayor dependencia tecnológica para resolver asuntos cotidianos pueden acabar perjudicándonos individual y colectivamente a corto, medio y largo plazo.

Hubo un tiempo en que la consigna de los directivos de algunas iniciativas fracasadas era “hay que anticiparse a los acontecimientos” y aunque finalmente los acontecimientos los sobrepasaron por un exceso de confianza dentro de un entorno de crisis no percibido, ese pensamiento sigue latente en el sector. Buena parte de los actuales ejecutivos de las entidades financieras tradicionales son conscientes de esta situación y tratan de navegar entre dos o más aguas que se prevén turbulentas y encontrar la mejor ruta para atracar en un puerto seguro o fondear al abrigo de una rada en calma, sin llegar a perder el norte de un pasado eficaz como impulsores de un modelo de desarrollo consensuado globalmente, pero que ahora se revela como equivocado.

La mayoría ha adoptado estrategias de sostenibilidad y de responsabilidad social corporativa en materia medioambiental, pero otras entidades tratan de ir más lejos y contribuir al cambio de modelo productivo, con un apoyo decidido a las inversiones en energías renovables y a nuevos proyectos que reducen o eliminan las emisiones de dióxido de carbono en hogares y empresas.

Sin embargo el gran reto radica en la reactivación del sector primario, el gran abandonado por la mayoría hasta la fecha, sobre todo en lo que respecta a la implantación de oficinas y a la prestación de servicios en territorios con una gran diversidad de pequeñas explotaciones, que es donde la humanidad va a librar una parte importante de la gran batalla por ofrecer un futuro asumible para las próximas generaciones.

Aquí es donde las cajas rurales, los bancos procedentes de fusiones de cajas de ahorros y la mediana y gran banca deben dar soporte a iniciativas que recuperen esos espacios ahora improductivos, tanto para la producción de alimentos y su distribución kilómetro cero o a la menor distancia posible, como para que agricultores y ganaderos con apoyo institucional propicien la creación, mantenimiento y aprovechamiento de ecosistemas resistentes a temperaturas más altas y a condiciones climáticas cambiantes, capaces de absorber el excedente de carbono que se acumula en la atmósfera generado por una sociedad que deberá dejar de ser consumista, por necesidad o por convicción.

Las ciudades también van a necesitar ser repensadas y remodeladas, al igual que las redes de comunicación vial y transporte, y eso va a necesitar de una gran inversión, que requerirá tanto de capital público como privado, porque si algo ha demostrado la pandemia de covid-19 es que muchas actividades profesionales se pueden realizar a través del teletrabajo, incluida la financiera. La banca on-line constituye una herramienta útil para evitar desplazamientos innecesarios y pérdidas de tiempo, siempre que no se convierta en una metabanca que nos tiente de manera persuasiva para comprar y disfrutar lo que no necesitamos y aceptemos sus propuestas de manera casi inconsciente.

Hacer bien las cosas en Canarias no garantiza el éxito, porque las Islas pertenecen a un planeta complejo y también sufren con los errores ajenos y padecen sus consecuencias. Pero un correcto posicionamiento de la banca tradicional, junto a su colaboración con las administraciones públicas, agentes sociales y sectores productivos locales, puede mitigar algunos de los peores efectos que anuncian los más moderados modelos predictivos científicos para este fraude piramidal de civilización, basado en tomar prestado de la naturaleza todo lo que necesita y nunca o casi nunca sufragar esa deuda, que ahora toca amortizar social y económicamente con muchos y costosos intereses, que, como en el rescate a la banca de la pasada década, terminaremos por pagar entre todos y no quienes la generaron.

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