‘Hasta siempre, coronel’

Una de las penúltimas tertulias surgidas al calor de la plaza del Charco, en el Puerto de la Cruz, se ha quedado sin uno de sus valedores, Carlos Ramos Aspiroz, coronel de Infantería retirado, adscrito al Centro Superior de Información de la Defensa (Cesid) en su último destino. Ramos falleció en la tarde de ayer [sábado 25 de diciembre] y la noticia amargó el turrón de familiares y allegados, de quienes conocían de sus virtudes y de su predisposición para ayudar a quienes lo necesitaban.

Mal día para morir y para rebobinar, para que el clic de la memoria pusiera en marcha una larga sucesión de vivencias y episodios, uno de los cuales compartimos en el mismo escenario, junto al quiosco de prensa del popular espacio portuense. Allí nos sentamos los dos un mediodía de domingo para contrastar el declive de la venta de la venta y distribución de periódicos impresos. Entre las doce del mediodía y las dos de la tarde, no solo contábamos las personas que se acercaban para adquirir su ejemplar sino calculábamos sus edades y constatábamos la deserción de los jóvenes con las publicaciones de hoy en día. Aquella costumbre, aquel hábito de comprar el periódico para luego seguir con lo que fuese, ya era historia.

Carlos ya se había quedado sin su ABC del alma porque desde Madrid dejaron de enviar la edición impresa. Sustituyó su lectura por la de El Mundo, pero él confesaba que no era igual.

Viejo amigo, le conocimos en sus tiempos de capitán, en Hoya Fría, cuando tuvo a su cargo la coordinación de la revista Atlántida (después, Hespérides), la canalización de mensajes para el programa radiofónico La hora del soldado (en Radio Nacional de España) y la selección y entrenamiento de los militares deportistas, los que competían a título individual o formaban parte de algún equipo. Cosechó excelentes resultados en pruebas de rango nacional.

El capitán Ramos era muy respetado. Tenía fama de hombre recto, le identificaba su cristianismo como sentido de la vida. No transigía con sus soldados, pero les defendía sin reservas cuando se terciaba.

Carlos se hizo periodista, por la Escuela de la Universidad de La Laguna, donde convivió, entre otros, con Ernesto Salcedo, Eliseo Izquierdo y Alfonso García Ramos. En aquellos años labró su amor por la isla y por su gente. Escribió buenos textos y hasta plasmó algunos dibujos de motivos y paisajes canarios.

Ramos Aspiroz prosiguió su trayectoria militar en la península sin olvidar el universo periodístico. Trabajó en varias agencias, una de ellas, Colpisa, que contribuyó a fundar. En Madrid coincidió con el periodista tinerfeño Enrique Rey Pitti. Juntos se fueron en cierta ocasión al País Vasco para un trabajo de investigación sobre la realidad social de Euzkadi y allí contrastaron los miedos y las consecuencias del terrorismo.

El entonces comandante Ramos ejerció como jefe de prensa en el célebre juicio de Campamento (Madrid) a los encausados en el 23-F. Fue el suyo un papel difícil, pero cumplió con el sentido de la responsabilidad que siempre le ha caracterizado. Si no recordamos mal, José luis Martín Prieto le cita en su libro Técnica de un golpe de Estado.

Celoso de sus funciones, deseoso de la reconciliación definitiva de los españoles y seguidor en primera línea de la evolución de la Transición política española, coadyuvó a las mejores relaciones entre el Ejército y el poder civil. Comprendió muy bien que la subordinación militar era ya un hecho. Por eso, trabajó codo a codo cuando, con los socialistas en el Gobierno, el destino le colocó junto al ministro de Defensa, Narcís Serra, y Luis Reverter, su sempiterno y fiel colaborador.

Carlos Ramos asumió personalmente la iniciativa para que Felipe González, casi en el estreno de su cargo, tomara la decisión de asistir a un desfile en una visita oficial a la División Acorazada de Brunete (DAC). Estima Ramos Aspiroz que aquel gesto, plasmado en alguna fotografía histórica de primera página, terminó de disipar todas las dudas que aún podían quedar de la lealtad de los militares españoles al pueblo y a sus representantes.

El asunto trascendió, tal fue así que un tiempo después, en ocasión de la Pascua Militar, cuando son presentados, Felipe González le espeta:

– Comandante Ramos, tengo entendido que es usted el inspirador de mi visita a la DAC. ¿Qué prefiere: un puro o una medalla?

– Lo que decida, presidente. Estoy encantado de haber servido-, replicó el militar.

La anécdota la contaba Carlos Ramos con orgullo. Es un episodio inolvidable de su trayectoria que completaría en otros destinos. Ya jubilado, residenciado definitivamente en la isla, siguió vinculado al mundo de la comunicación en sistemas mecánicos de edición y distribución. No podía sentirse inactivo, por eso agotaba las horas del día comprobando que tales sistemas funcionaban a plenitud. Entonces, aún le quedaba tiempo para convocar una vez al mes a compañeros y amigos a que compartan el pan y la sal en mesa donde se habla del ayer y del presente, de la actualidad mediática y, en fin, de todo aquello que interesa.

Ya octogenario, pese a los achaques de salud, Carlos Ramos Aspiroz conservaba las ganas de siempre, las ganas de sentirse útil. La plaza se ha quedado huérfana. Los amigos ya palpamos su vacío.

Hasta siempre, coronel. A tus órdenes.

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