Cuando Carballo comenzó a escribir en Jornada, la redacción –vamos a llamarla así– estaba formada por cuatro forofos de los deportes, sobre todo del fútbol y el baloncesto: Tomás Cruz, Alvarito Castañeda, Pepe Méndez y el propio Carballo
Quiero manifestar ante todo mi alegría y emoción por este reencuentro. Los periodistas tinerfeños nos reunimos hoy en esta casa por primera vez, la inauguramos. Y lo hacemos para reconocer los méritos y premiar a un compañero leal, a Juan Carlos Carballo. Enhorabuena cordialísima, presidente y equipo de gobierno de la APT, por haber hecho por fin realidad la vieja aspiración de contar con un local social accesible y acogedor, confortable para las conversaciones, para intercambiar opiniones y plantear y buscarle soluciones a los problemas de la profesión, que no son pocos ni pequeños. Si hay empeño, entusiasmo y coraje, que lo hay, aquí se puede hacer mucho por el periodismo y los periodistas de Tenerife y de Canarias.
Por compañerismo y por amistad personal no podía negarme al requerimiento cordial de nuestro presidente Salvador García Llanos para decir unas palabras en la entrega del Premio Patricio Estévanez a la trayectoria profesional, que le ha otorgado este año muy merecidamente la Asociación de Periodistas de Tenerife a Juan Carlos Carballo Marrero. Juan Carlos y yo nos conocemos desde hace más de medio siglo, desde antes incluso de que nos encontráramos en el periódico El Día, cuando él se incorporó a la redacción a finales de los años sesenta del siglo pasado y yo estaba a punto de dejarla para hacerme cargo de la jefatura de Telégrafos de San Cristóbal de La Laguna, para la que acababa de ser nombrado. Los dos éramos auxiliares de redacción del matutino tinerfeño, que es lo que entonces podía ser, laboralmente hablando, un muchacho que tenía la temeridad y la inconsciencia de meterse, sin saber dónde lo hacía, en el berenjenal del periodismo de la segunda mitad del siglo XX pero no había pasado por la Escuela Oficial de la madrileña calle Zurbano ni se había establecido aún en la Universidad de La Laguna la sección de dicha Escuela, antecedente inmediato de los actuales estudios de Ciencias de la Información; que eso se gestó y fraguó a finales de la misma década.
Juan Carlos comenzó a hacer periodismo en 1965 en Jornada Deportiva, que se tiraba en Santa Cruz de Tenerife los martes y los sábados, porque el primer día de la semana lo tenían reservado las Asociaciones de la Prensa de España para La Hoja del Lunes, su principal sustento económico durante el franquismo y, por lo que a la de Tenerife se refiere, una pequeña ayuda pecuniaria, pero ayuda al fin y al cabo, para el reducido grupo de redactores veteranos que configuraban la redacción de La Hoja, bajo la teórica dirección del inefable Luis Membiela de Vidal.
Jornada no era una empresa mercantil, no poseía base financiera, instalaciones propias ni redacción mínimamente organizada. Como otras publicaciones, su fundación tuvo mucho de aventura romántica. El periodismo insular ha sido pródigo en lances románticos. Jornada fue fruto de la pasión por el deporte de Domingo Rodríguez González, su fundador en 1953. Cuando empezó a salir, ya se tiraba en Tenerife otro semanario deportivo, Aire Libre, cuyo propietario y de la imprenta El Comercio, donde se hacía la tirada, era Julio Fernández Hernández, administrador de El Día, que antes lo había sido también de La Prensa. En Aire Libre vieron publicadas sus primeras crónicas deportivas, entre otros, dos veteranos del periodismo insular: Salvador García Llanos y Juan Cruz Ruiz. A mí también me publicó en ellas Julio Fernández alguna que otra nota, pero no de deportes, avanzados los años cuarenta del siglo pasado. Los periódicos deportivos de la época se nutrían en gran medida con las crónicas e informaciones que sobre las diferentes modalidades del deporte en sus localidades respectivas les enviaban colaboradores espontáneos, algunos tan entusiastas y preparados como Salvador el de La Guancha, Manolo Rodríguez Mesa, que lo hacía desde La Orotava, o el puntual Carlos Acosta García desde su Garachico natal, por citar a sólo tres de los más destacados.
Cuando Carballo comenzó a escribir en Jornada, la redacción –vamos a llamarla así– estaba formada por cuatro forofos de los deportes, sobre todo del fútbol y el baloncesto: Tomás Cruz, Alvarito Castañeda, Pepe Méndez y el propio Carballo. Los cuatro no se perdían partido allá donde lo hubiera. Cogían por su cuenta la guagua, se plantaban en el campo o en la cancha y, al tiempo que disfrutaban del encuentro, tomaban nota de lo que iba sucediendo. De regreso a Santa Cruz, cada cual redactaba a mano la correspondiente crónica y, con tiempo suficiente, acudían al domicilio particular de Domingo Rodríguez, en la santacrucera calle Pérez Galdós, donde las mecanografiaban en la única máquina medio desvencijada que este poseía. Finalizada la faena, llevaban los textos al linotipista Santiago, de El Día, en la Avda. Buenos Aires, que los pasaba al plomo antes de iniciar su jornada diaria. Jornada se confeccionaba e imprimía antes de comenzar o cuando había finalizado la tirada del matutino tinerfeño. Lo que hacían lo hacían de gratis et amore, aunque de cuando en cuando, igual que solía hacer su hermano don Leoncio con Nijota, que lo dejó escrito y bien escrito, Domingo Rodríguez sacaba del bolsillo unos cuantos billetes y le daba a cada uno quince o veinte duros de propina. Y todos tan contentos.
Juan Carlos demostró pronto en Jornada que era tan avispado como buen trabajador. No tardó en conocer los secretos y dominar el abecé del oficio, esa cartilla que se aprende en las redacciones mejor que en las facultades universitarias. Se percató con rapidez de lo que los lectores querían que se les informara y cómo había que hacerlo. Manejaba con habilidad los trastos del periodismo de la época y redactaba con corrección y habilidad. Eso explica que un día Domingo Rodríguez le entregara, no sin cierta solemnidad, un papel, que Carballo leyó con su parsimonia habitual. Domingo lo nombraba redactor jefe del bisemanario. ¡Menudo alegrón! Aquello significó para Juan Carlos mucho más que cualquier otra concesión. El papelo daba fe de que se le reconocía periodista de pies a cabeza. ¡Ahí era nada! Con menos de treinta años, redactor jefe de un periódico en una época en la que la gerontocracia era norma sacrosanta. Y, por si fuera poco, el documento no lo firmaba nadie del cangrejo.
Cuando Carballo se incorporó poco más tarde como auxiliar de redacción al matutino santacrucero siguió sin embargo con Jornada. Hasta que, al morir su fundador y director en 1971, el bisemanario dejó de publicarse. Se cerraba la primera etapa de vida del periódico. Entre tanto, Juan Carlos se había hecho con la corresponsalía de la agencia EFE en Tenerife. Por entonces, las corresponsalías pagaban apenas unos céntimos por palabra de las noticias que aceptaba y distribuía. Con muchas gotitas de cera se hace un cirio pascual. Hasta que estalló la guerra civil, el suministro de noticias a la prensa española lo acaparaba la Agencia Fabra, pero en 1939 el franquismo la absorbió, para controlar toda la información, y creó en exclusiva la Agencia EFE, con corresponsales en las capitales de provincia y localidades más importantes.
Al ser reinstaurada en nuestro país la democracia, EFE no tardó en tomar el rumbo que le marcaba la nueva situación política. Inició una nueva etapa, en la que experimentó considerable crecimiento. Por entonces creó delegaciones en las principales capitales poblaciones de cada autonomía, la de Canarias en Santa Cruz de Tenerife, a principios de los 80, y para encabezarla designó a José Miguel Larraya, que había estado trabajando antes en Nueva York. Con él formaron la primera redacción de la agencia Juan Carlos Carballo como segundo de abordo, la periodista madrileña Gloria Valenzuela, de largo recorrido en la empresa, y, como fotógrafo, el incombustible Antonio Rodríguez Rueda, el popular Rueda.
Poco más tarde, EFE abrió delegación en Las Palmas al tiempo que Juan Carlos asumía la jefatura de la tinerfeña. Era 1984. La dirigió hasta 1987, cuando Emilio Oliva, que llevaba la dirección de la agencia en el archipiélago, fue trasladado a Madrid y Carballo ascendió a delegado regional. En ese puesto permaneció diez años. Cuando en 1997 se produjo la reestructuración de la empresa informativa y designó delegado en las islas a Carlos Mendoza, que venía de Panamá, situó de nuevo a Juan Carlos al frente de la delegación provincial de Santa Cruz de Tenerife. En esa nueva situación se mantuvo hasta que, en un reajuste de personal para rejuvenecer la plantilla, el estimado colega aprovechó la oportunidad y se prejubiló. Fue en 2002.
Durante su larga trayectoria periodística, Juan Carlos Carballo desempeñó con eficacia y eficiencia los puestos que se le asignaron, a la vez que colaboraba en diversos medios de comunicación de las islas. En la etapa de El Día perteneció al comité de empresa del matutino tinerfeño,en el que defendió con tesón y habilidad los derechos de los trabajadores. Ha sido en más de una ocasión miembro de la junta de gobierno de la APT, a la que le ha prestado servicios valiosos, alguno impagable; Juan Carlos sabe bien a lo que me refiero. También debo decir que se ha significado siempre como persona prudente, tranquila, que procura no desmelenarse ni tan siquiera en situaciones peliagudas, que sabe mantener calma y tranquilidad en toda circunstancia, reacio a primeros planos, discreto y cumplidor como el que más. Jamás tuvimos entre nosotros un más o un menos. Estoy seguro que tampoco con ningún otro colega.
Me he dejado llevar por recuerdos que parecían dormidos u olvidados. Tirando del hilo, ha salido del ovillo más de lo que esperaba. Así que debo acabar, aunque quede no poco por decir del muy estimado compañero, al que felicito muy efusivamente por el premio que recibe, por su ingreso en el todavía reducido grupo de periodistas tinerfeños a los que la APT viene reconociendo su larga trayectoria profesional; hasta ahora, todos en tiempos difíciles, muy diferentes a los actuales. Es una recompensa de valor inestimable, pues lleva el nombre del patriarca del periodismo insular y fundador de la APT, don Patricio Estévanez Murphy, ejemplo de periodista cabal, de tinerfeño hasta el tuétano del alma, de luchador incansable de su tierra y en el empeño de dignificar esta baqueteada profesión. Esta de hoy es la sexta vez que la APT lo otorga. Personalmente me siento muy orgulloso de haber sido el primero en recibirlo, en mi caso no por méritos sino por edad. Seguro que Juan Carlos está también muy contento con este galardón. Por eso le reitero, en nombre de todos los colegas y en el mío propio, la felicitación más efusiva.
Pero, antes de concluir estas palabras, aprovecho la oportunidad para animar a Juan Carlos a una empresa que nadie mejor que él podría realizar. Tanto de Jornada Deportiva como de la Agencia EFE en Tenerife y en Canarias se sabe mucho menos de lo que debiéramos y quisiéramos saber. Los historiadores, salvo los que se sienten atraídos por el vértigo de la contemporaneidad, que suelen ser los menos, procuran ponerle tope al estudio y el análisis de los hechos cercanos, a la barahúnda de lo inmediato, y establecen una línea de prudente distancia, mientras que, porf el contrario, lo propio del periodista es meterse en la boca del lobo de la actualidad. Es la diferencia sustancial. De ahí la importancia de la labor a la que quiero invitar a nuestro querido compañero.
Juan Carlos Carballo conoce como nadie, porque lo vivió de manera directa en puestos de vanguardia, lo que significaron Jornada Deportiva y la agencia de noticias EFE durante un periodo crucial del periodismo del siglo XX. Estuvo siempre en primera línea, como corresponde a un periodista de raza. Fue testigo de excepción, en ambos medios informativos, tan diferentes uno de otro, de buena parte del acontecer político, social, económico y cultural de nuestras islas desde una posición privilegiada. Está moralmente obligado a evitar que se pierda para siempre en el olvido el cúmulo de vivencias, la intrahistoria de ambas empresas periodísticas, lo mucho que se fraguó o se malogró entre sus bambalinas. Por eso he querido valerme de esta ocasión para pedirle, para rogarle si fuera preciso, que dedique algunos ratos de su tiempo de jubilado a reconstruir desde la memoria estos dos importantes capítulos del periodismo canario. Lo emplazo cordialmente a que rescate el sinnúmero de hechos, unos relevantes, otros nimios, de conflictos, riesgos, luchas soterradas, acciones y pasiones, fracasos, logros, ilusiones y desaciertos propios de toda actividad humana, pero mucho más de la periodística; el itinerario de ambos medios y de quienes los hicieron y sostuvieron en Canarias en el amplio periodo en el que Carballo asumió responsabilidades de primer orden, sin temor a hacerlo con sus luces y sus sombras.
Todos se lo agradeceremos.
(Glosa de la figura de Juan Carlos Carballo leída en el acto de entrega del Premio Patricio Estévanez)