RAFAEL ZURITA MOLINA falleció el miércoles 5 de mayo de 2021 en Santa Cruz de Tenerife a los 83 años de edad. Jefe de servicios del Cuerpo de Telégrafos e impulsor del sector de las artes gráficas en Tenerife desde la segunda mitad de los años setenta hasta los noventa de este pasado siglo XX, promovió el periódico Deportes 7 Islas y las revistas Canarias Ilustrada y Canarias Gráfica. También fue articulista de Diario de Avisos y colaborador de Radio Isla y Onda CIT Radio Turismo. Zurita, escribió, además, tres libros: Tenerife con olor a tinta, El Sur de Tenerife. Cronografía de un paisaje y Crónicas del Puerto de Santa Cruz de Tenerife. Gran valedor de Tenerife y su capital, fue pregonero de las Fiestas de Mayo de Santa Cruz de Tenerife en 2015. Ostentó, asimismo, la presidencia de la Fundación Canaria Víctor Zurita Soler y fue miembro de la Tertulia de Amigos del 25 de Julio.
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El recordado Ricardo Acirón apuntó una vez que Rafael Zurita, aparte de sus múltiples incursiones en el periodismo, era hijo de periodista (Víctor Zurita), hermano de periodista (Óscar Zurita) y padre de periodista (quien esto escribe). Esta filiación motivó que le dedicase mi colaboración semanal en Diario de Avisos tras su fallecimiento. Las palabras, no pudo haber sido de otra forma, se redactaron colmadas de amor y aflicción.
El artículo, titulado “Papá” (Decalcomanía 67), se publicó el sábado 8 de mayo:
“Apretó mi mano. Fuerte. Una y otra vez. Papá apretó mi mano. Estaba cansado. Tenía que estarlo. La vida, al final, cansa. La vida se cansa de tanto vivirse. Y de tanto querer. Porque si no se quiere no vale la pena sufrir y cansarse.
Papá apretó mi mano. Le quedaban fuerzas después de tanto bien y de tanto gastarse. Mejor que mirarse. Mirarse no cansa. Hastía y rompe. Apaga la luz de medianoche.
Papá tiene el pelo negro. Siempre lo tuvo. Un pelo fuerte que de joven parecía cepillo. Ya no se ríe. Ya no te mira. A veces abre los ojos. Poco. Y parpadea. Poco. Suficiente para cogerle la mano. Y hablarle segundos y decirle. Y le acaricias y te arrimas y le hablas de nuevo y le quieres. Si no se quiere no vale la pena sufrir y cansarse.
Fácil quererle. No esperas nada a cambio. Respira y duerme. Es una siesta más larga que las de Casa. En Casa la siesta tenía su tiempo. En San Juan de Dios, no. En San Juan de Dios la siesta, al final, dura todo el tiempo.
En la cama del Hospital Papá no se mueve y se ha olvidado de comer. Antes de olvidarse comía como un sabañón y en el ínterin, a veces, también. Está delgado. Pasa cuando estar vivo es como un chicle que se estira. No recuerdo ver a Papá masticar chicles. Antes de olvidarse siempre fumó puros Vargas. Después lo dejó. Por eso, cuando alguien fuma puros y huelo el humo del tabaco, pienso en él. Me gusta el aroma del puro.
Papá nunca pareció un anciano. O eso me parecía a mí. Ahora, el pobre, tiene mala cara, como cuando uno está en cama con fiebre. Pero él no tiene fiebre. Debe ser que está cansado. Antes mascullaba palabras. Ahora no se le oye. Duerme todo el día. Debe estar ya en el Cielo. Alguien me dijo una vez que el Cielo es un paraíso en donde siempre tienes sueño, siempre estás durmiendo y te despiertan de vez en cuando para decirte que sigas durmiendo. A Papá, de vez en cuando, le acicala personal sanitario que, amablemente, nos invita a salir de la habitación. Luego, cuando volvemos, tiene los ojos abiertos. Poco. Y parpadea. Poco. Después sigue durmiendo.
El silencio. Solo un ronroneo vital rompe el silencio. Te acostumbras. Al final no lo oyes. Solo oyes la presencia y el silencio de las eternas apneas de silencio.
Dicen que el tacto es el último sentido que se pierde. Tiene las manos frías. El desenlace es inmediato. Pasan las horas. Papá se aferra a las sábanas y al amor que siente. Fuera destempla con calma y la calma serena la espera. No hay prisa. Ya nada desvela. Nada perturba. Sosiego. Le decimos que en Casa todo bien. Sigue tranquilo.
Resiste a la mañana, a la tarde y a la madrugada. No quiere irse. En la capilla de San Juan de Dios, en la planta de su arcángel San Rafael, el Pange Lingua reconforta, trasciende al alma. Sola fides súfficit. La polifonía pasa por encima del tic tac. Yo tampoco quiero irme. Me quedaría siempre. Me dormiría siempre.
Adiós a la vida. En un respirar se para la vida. Amanece y las flores de mayo velan. Después no le veremos más. Después.
Lloras con Mamá y las Niñas.
Vuelves solo. Estás solo.
De nuevo con el arcángel, cerca de la habitación 306. Imploras como un niño. Y te agarra. Papá te agarra. Como aquella vez para no caerte. Y te duermes, como un peregrino, con el caballero Tannhäuser.
Nada desvela. Nada perturba. Duermo de nuevo en el asiento de atrás del coche. Anochece en la carretera de La Esperanza. Papá conduce. Regresamos a Casa. Sigo durmiendo.
Aleluya. Para siempre”.
Artículo publicado en Diario de Avisos