Cronología: de papas y brujas

Que la papa sea papa y rara vez patata no es poca cosa. Ni lo único que agradece un argentino como el que esto escribe cuando se viene a vivir a Canarias, un lugar donde a los gauchos se les llama magos y godos a los que nosotros conocemos como gallegos, donde se va de chuletada en vez de asadito, con nevera y no heladera, se sufre una canción de Diego Torres como banda sonora de Coalición Canaria y se aspira la s de mosca para volverla mojca. 2004 ha sido el primer año entero que he pasado aquí y, al mirar hacia atrás -forzadamente en orden cronológico, como lo exigen las reglas del género-, lo primero que se cite va a tener que ser lo de aquella chalupa que se apareció una mañana por mi ventana santacrucera, el Queen Mary II. Embotellamientos, multitudes que inundaban la Avenida de Anaga, alguno que se iluminó y habló de «momento histórico», otros que defendían o atacaban el hecho de que hubiese venido antes a Tenerife que a Gran Canaria. Si hasta en la azotea de mi edificio se organizaron y vendieron invitaciones para una chuletada-asadito con vista al transatlántico…

Que esta tierra sea ahora ultraperiférica por mandato constitucional europeo permitirá recibir, se espera, un trato especial. Léase euros. En la Argentina, también ultraperiféricos a nuestra manera, la lejanía permitió cosechar otras cosas. Curiosidades que incluyen tanto un futbolista que pide prestada la mano a Dios para consumar, a su modo, una venganza, como un escritor ciego que habla de vikingos -o vikings, como él hubiese preferido- y minotauros con la misma cercanía con la que canta al valor del cuchillero porteño cuya norma moral está regida por el rigor de la lucha a primera sangre.

Ninguna de las dos lejanías impidió que se vivieran los hechos del 11 de marzo con idéntico espanto y horror. Aquella mañana apareció signada por la soberbia (uno de los nombres de la estupidez) de aquellos que creen que todos los medios son legítimos, aun los más perversos e inhumanos. Enseguida vino a mi mente otra mañana y otro día 11, tres años atrás, cuando en la redacción de uno de los grandes diarios argentinos se veía una y otra vez el gran y penoso espectáculo de la muerte en directo. De una compañera cercana fue entonces la idea de sugerir a los directores del periódico que sacaran una edición vespertina, por primera vez en su más que centenaria historia, al ver que los matutinos españoles lo anunciaban por Internet.

Los días que siguieron fueron de un vértigo periodístico formidable. Palabras medidas, pocas. No parecía haber tiempo para ello. Manifestaciones en la calle con y sin la venia oficial, afirmaciones rotundas y posteriores desmentidas. El ágora no estaba ya en la plaza sino que se había vuelto texto en las pantallas de los teléfonos móviles; abundó tanto la tozudez y el engaño como el desprecio por las leyes electorales. Cambio de Gobierno, sí, pero seguían contando los muertos. Sumaron, finalmente, 192 y su origen era una pintura de la España actual, porque había entre ellos algo más de cincuenta extranjeros, de veinticinco nacionalidades distintas, si se incluye, en este caso, a los mil quinientos heridos.

Era extranjero el que llevaba las bombas en la mochila, pero también lo era el que lo sufría en el tren. Entre las medidas del nuevo Gobierno derivadas de la tragedia aparecieron la inmediata retirada de las tropas de Irak y el anuncio de una normalización fiscal de la mano de obra en negro no española. Esto último, la llamada regularización, significaba un sinceramiento económico de la más pura raíz ortodoxa, a la vez que la promesa de una mayor dignidad a los que, casi en las sombras, también aportan al producto bruto.

De brutos y de rudimentarios se acusó a los descendientes de Homero y Platón que ganaron en Portugal. El triunfo de Grecia en la Eurocopa, además de resultar simpático, como cada vez que David derrota a Goliat, tuvo la virtud de recordar que el fútbol es un juego de equipo en el que todavía una buena unión le puede hacer fuerza a un grueso talonario, mal que les pese a los proyectos de declamada vocación interplanetaria. Y ya que estamos con esto del balón, sería bueno que supieran cuánto le cuesta a uno, hincha de Estudiantes de La Plata, simpatizar con un equipo que esta temporada lleva una camiseta blanca con banda azul como la de nuestro acérrimo enemigo, Gimnasia y Esgrima.

Hablo de la nuevamente postergada ilusión de ascenso del Tenerife, que ha tenido un año tan tranquilo e intrascendente, casi de parálisis, dentro del campo como generoso fuera de él a la hora de alimentar la polémica y los tembladerales institucionales. En la isla de enfrente no se ha visto nada mucho mejor, la UD Las Palmas naufraga en la nadería, con un descenso que la llevó a enfrentarse a equipos como el Navalcarnero y el Arteixo. Quizás sirva de consuelo de tontos en este caso apelar al pleito insular negado por muchos, aunque lo sabemos como las brujas: que lo hay, lo hay.

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