Los gobernantes de Santa Cruz, La Laguna, El Rosario y Tegueste emprendieron en 2004 diversos proyectos en aras de mejorar la calidad de vida de sus habitantes, pero muchos de esos planes chocaron con el rechazo vecinal, al irrumpir un movimiento asambleario. Pese a los avances, la constitución de una auténtica área metropolitana sigue siendo un brindis al sol y cada municipio vive de espaldas al otro.
Uno de los hechos más importantes en el área metropolitana de Tenerife ha sido la aprobación inicial del nuevo Plan General de Ordenación (PGO) de Santa Cruz. Este documento produjo en determinados barrios una fuerte contestación en forma de movilizaciones, marchas sobre el Ayuntamiento y un sinfín de reuniones, asambleas y debates. De un primer empuje contestatario, usado políticamente desde la oposición (PSOE-PNC) y el grupo de Gobierno (CC-PP), se pasó a un periodo de alegaciones cuyo resultado se conocerá a lo largo de 2005. La importancia de este documento estriba en que trata de buscar un modelo de ciudad diferente, encaminándose a la descentralización administrativa, económica y social de los barrios.
Igualmente, el PGO aboga por la recuperación del frente marítimo, con los conocidos proyectos de los arquitectos Herzog & De Meuron para la plaza de España y el muelle de enlace y el de Dominique Perrault para la playa de Las Teresitas. No obstante, uno de los aspectos más relevantes de este plan es que nace mirando hacia el municipio de La Laguna y ordena su relación con el vecino El Rosario en el suroeste. Con esta declaración de intenciones y de proyectos urbanísticos a desarrollar en 20 años acaba el acercamiento institucional y administrativo de los municipios que conforman la cacareada área metropolitana.
Es más, la famosa mancomunidad de servicios firmada hace años no ha servicio ni para que se mancomune el aire. Las fronteras siguen siendo rayas infranqueables a la hora de ponerse de acuerdo en acuerdos básicos como el alcantarillado, el agua, alumbrado público, ordenanzas fiscales, urbanización y embellecimiento de las calles, etcétera. Lo curioso es que los responsables de las administraciones locales están de acuerdo en que municipios como Santa Cruz y La Laguna terminarán siendo una única gran ciudad. De momento, son palabras que se lleva el viento a poco que se pronuncian.
Otro hecho significativo fue la aprobación del avance del plan estratégico para el ordenamiento del sistema viario del área metropolitana. Este proyecto, al que le quedan muchos años para hacerse realidad (y con suerte), plantea las construcción de la vía exterior, vía de cornisa y la terminación de la vía de ronda lagunera, lo que, a juicio de sus ideólogos, solucionaría el acuciante problema del tráfico en la zona. Este proyecto plantea, por fin, poner fin al caos circulatorio que se sufre en la costa del municipio de La Laguna, en Tegueste o Tejina, una zona que se han convertido en un área residencial importante y que sólo cuenta con una vía de doble sentido para entrar y salir de Aguere.
Es más, el plan territorial asienta las bases para que los conductores de esas zonas no tengan que pasar por el centro lagunero en su camino hacia el norte, el sur o la capital. De momento, desde el Gobierno regional anuncian que el camino va a ser largo y nadie ha hablado de financiación de esas infraestructuras. Sólo un ejemplo, cuando a mediados de los años noventa se pensó en crear la Vía Exterior (Añaza-Los Rodeos) se presupuestó con una cantidad que hoy en día es veinte veces superior. En esa obsesión casi borgiana por mejorar las comunicaciones en la Isla, el Cabildo inició la construcción del tranvía entre Santa Cruz y La Laguna.
Al margen de las molestias de cualquier obra, el apoyo popular al tranvía ha sido escaso, sobre todo porque los costes económicos que conlleva son muy elevados y su éxito aún es una incógnita. Puede que no haya sido la mejor idea, pero sí la más cara, para tratar de fomentar el transporte público en la Isla. Todo hace pensar que una vez en marcha será un logro importante para sus promotores, aunque los plazos de ejecución concluyen en año de elecciones y, como ya se constata, el tempo electoral y el de las grandes obras van por caminos diferentes.
Paralelamente se continuó con la construcción del viario que discurrirá por el cauce del barranco de Santos y que se supone que ayudará a compensar la disminución en la capacidad de asimilar tráfico del centro de la ciudad ante el paso del tranvía. Además, la instauración del metro ligero ocasionó (y ocasiona) problemas entre las instituciones locales e insular, ya que de todos es sabido que los ayuntamientos no creyeron nunca que este proyecto fuera a salir adelante tan pronto y que el trazado elegido (sobre todo en Santa Cruz) no era el más idóneo.
El futuro del Puerto
Aunque, evidentemente, el área metropolitana ha tenido en 2004 muchos más acontecimientos (fiestas -muchas-, el debate sobre el Plan Especial de Protección para el casco de La Laguna, la peatonalización del centro de Aguere, las discusiones sobre inseguridad y los ecos del cambio de gobierno en Madrid), el último punto que habrÍa que destacar es la movilización política y social en torno al futuro del puerto de Santa Cruz. La tensión fue tal que sobrevoló por la isla el llamado efecto Vilaflor. Sin embargo, el cruce de intereses por la creación del puerto de Granadilla disminuyó esa opción, pese a que el enfrentamiento verbal entre gobernantes y oposición sobre el puerto capitalino permanece. Como en casi todo, el problema parece que sólo importa en Santa Cruz, cuando puede que su futuro afecte a un área metropolitana que, sin darse cuenta, puede morir frente al empuje del Sur de la Isla, verdadero motor económico y demográfico de Tenerife. Mientras, en Santa Cruz, La Laguna, El Rosario y Tegueste siguen hablando de una metrópoli utópica e irreal para sus ciudadanos.