El baloncesto canario no tiene camas para tanta gente

El baloncesto canario se malacostumbró en los últimos años a fantasear con las categorías nacionales sin un proyecto sólido detrás. La ilusión primó sobre la coherencia y la temporada 03-04 no fue una excepción. El ‘overbooking’ de representantes marcó las competiciones masculinas, mientras las féminas aprendían a vivir sin sus mejores baluartes locales.

Sin noticias de la pirámide, una de las falacias del deporte insular contemporáneo, el básket tinerfeño debió digerir el regreso a la élite ACB fiel a su estilo más cizañero y ombliguista. El Unelco, convulsionado de puertas para adentro, no existió de puertas para afuera y dejó para otro momento la opción de aunar voluntades. La Isla salió al escaparate nacional con cuatro representantes sin ninguna vinculación entre sí y con resultados dispares.

El Canarias se instaló en el despropósito y tuvo que disputar un play off para mantener su plaza en la LEB II después de haber hablado de ascenso antes de tiempo. El exceso de egos en el vestuario rozó el descalabro. La mejor lectura del curso llegó de los despachos, coincidiendo con la gestión de Roberto Marrero, que culminaba la temporada con déficit cero, al mismo tiempo que ponía fin a la dura travesía por el desierto que había supuesto la histórica deuda aurinegra.

Por lo demás, el Tacoronte, con la sensatez por bandera, salió campeón del torneo doméstico en el Grupo B de la Liga EBA, aunque luego el Cimans le despertara de su sueño en el cruce previo a la final a ocho. El San Isidro aprovechó el entusiasmo del joven técnico David Hernández, sustituto de Jou Costa, para enderezar un mal inicio de temporada; y el Unelco B hurgó en la herida estructural del básket tinerfeño. El filial del representativo, cuya existencia le costó al club unos 60.000 euros, descendió a la Liga Autonómica tras una campaña penosa. Y lo más grave: un año después, ninguno de sus jugadores ha dado el salto. El dato habla mucho del mal endémico del básket tinerfeño en particular y del canario en general, ese que dice que hay muchos equipos para tan poco respaldo poblacional y empresarial.

La ecuación no acaba de salir, sobre todo en la provincia tinerfeña. El Archipiélago sacó a escena el año pasado hasta nueve representantes en categoría nacional, sin contar la ACB, cuando la Federación Canaria se sostuvo con 660 licencias; o lo que es lo mismo, el básket regional contó con un equipo en competición nacional por cada 73 licencias. La proporción es, cuanto menos, llamativa. Otras comunidades autónomas como Madrid, por ejemplo, tuvieron un equipo de ámbito estatal por cada 164 licencias. El cante fue menor en la provincia de Las Palmas de Gran Canaria, cuya representación en las ligas masculinas se limitó al filial amarillo, un equipo que, al menos, mantuvo la categoría y aportó jugadores (Gonzalo Echeverría y Javi Alvarado) a las dos primeras ligas del país.

Disparates estructurales al margen, en el curso 03-04 las mayores alegrías deportivas vinieron, por lo que significa su presencia y por algunos resultados deportivos, del Econy Sandra de la División de Honor en silla de ruedas y del Sureste Telde y el Ademi Tenerife de Primera División. Y también alcanzó el notable el UB La Palma. El grupo de Rafa Sanz, recién llegado a la división de plata, se vistió de irreverente y puso patas arriba la categoría. Y eso, con un presupuesto muy limitado y siendo la segunda franquicia con menor sostén poblacional de la liga. El Aridane también cuajaría un año aceptable en la EBA, aunque se quedó sin luchar por el ascenso.

Por último, el baloncesto femenino vivió un año de transición obligada, tras la fuga de sus mejores baluartes locales. El CajaCanarias encajó como pudo la marcha de varios de sus estandartes: Rosi Sánchez, Lourdes Peláez y el propio técnico Domingo Díaz, que fichó por el Ros Casares para ganar la Liga y la Copa. El Isla de Tenerife sufrió una historia similar, a raíz de la espantada de las Dácil Melián, Ana Hogg, Natacha Rodríguez y compañía y bastante hizo con no descender.

El curso acabó, eso sí, con un guiño para el optimismo: la irrupción en la élite del tinerfeño Sergio Rodríguez, un genio de 18 años, que dará mucho, pero mucho de que hablar…

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