El crecimiento sin control hace sonar la alarma en Fuerteventura

Luces y sombras puede ser el parco resumen de un año, el 2004, que, por la misma razón, ha dejado un sabor agridulce entre los majoreros. Es cierto, la llegada de pateras ha disminuido, pero del desmesurado crecimiento urbanístico, en busca sólo de la especulación, amenaza seriamente la supervivencia de un territorio casi virgen.

Un apresurado resumen del año 2004 en Fuerteventura invita a observar el futuro con cierto pesimismo. Quizás por eso sea conveniente mirar primero al lado positivo. Y por ahí cabe resaltar en primer lugar, y por encima de todo, el descenso en la llegada incesante de pateras con inmigrantes irregulares, nuestros eufemísticos sin papeles, los espaldas mojadas que dirían al otro lado del Atlántico -y éstos pobres sí que llegan calados hasta los huesos-, inocentes víctimas de mafias sin escrúpulos que a centenares han dejado sus vidas en las playas de Fuerteventura y Lanzarote, apenas a unos pocos metros de un paraíso imposible e inexistente.

La explicación a este retroceso parece doble. Por un lado, el despliegue a lo largo de toda la costa de un sofisticado Sistema Integral de Vigilancia Exterior (Sive), que detecta toda embarcación irregular, impermeabilizando las fronteras marítimas canarias con África. Pero ante todo, por el mayor control impuesto por la Gendarmería Real de Marruecos en las costas saharianas, unido a la efectividad de las patrullas conjuntas hispano-marroquíes por tierra, mar y aire. Aunque tampoco nos engañemos. La gente de las barquillas utiliza Canarias como trampolín para saltar a Europa, adonde se envía invariablemente a la mayoría una vez han pasado la burocrática cuarentena de retención.

La reducción en el número de pateras que arriba a las costas de Fuerteventura no significa una menor llegada de inmigrantes. Porque la gran mayoría de los inmigrantes que vienen y se quedan en el Archipiélago siguen utilizando la misma vía de entrada, el avión, y el mismo método, el visado de turista. Junto con ellos, una auténtica riada humana de gallegos y andaluces, pero también ingleses y franceses, sigue eligiendo Fuerteventura como el mejor lugar del mundo para echar raíces, a la sombra de un desaforado crecimiento urbanístico que, aunque da trabajo, desde el año pasado ha dejado bien claro que busca la especulación pura y dura y no tan sólo el desarrollo turístico.

200.000 habitantes en 2008

Y aquí es donde peor lo lleva Fuerteventura. Se ha puesto en marcha una inmensa maquinaria constructiva que no puede ni quiere parar, que consume con avidez territorio y cemento, que demanda mano de obra barata venga de donde venga y como venga. Sólo con lo que hay ahora mismo autorizado legalmente, la Isla llegará a tener 115.000 camas turísticas y 200.000 habitantes en menos de tres años, bastante más del doble de lo que ofrece ahora. Además, la especulación ha llegado al mundo rural, en cuyas gavias, en lugar de papas se plantan ahora apartamentos. Resultado: 5.000 chalés, la mitad con las licencias caducadas, han comenzado a desparramarse por el hasta ahora virginal interior, deteriorando el hábitat y comprometiendo la supervivencia de especies animales tan amenazadas como la hubara.

Este crecimiento urbanístico ha obligado a los Ayuntamientos a endeudarse para garantizar servicios mínimos como la recogida de basuras o el arreglo de las pistas de tierra. Y ha obligado a las familias a abastecerse de agua por camiones cisterna, a tener encendidos día y noche motores de gasoil para poder disponer de energía eléctrica, a suplir la red de alcantarillado por pozos negros, a quedarse aislados cada vez que corre agua por el barranco. Tanta gente, en tan poco tiempo, es difícil de digerir por un territorio como el majorero, y menos aún cuando por eso de la globalidad económica los nuevos vecinos proceden de todos los rincones del planeta.

De ahí los graves desfases que soporta Fuerteventura en temas tan fundamentales como la Sanidad o la Educación. Con un hospital saturado, en la única isla canaria sin un servicio tan básico como una unidad de diálisis. Y con colegios donde son normales clases de 25 alumnos de hasta quince nacionalidades diferentes, para desesperación del docente. Las alarmas sonaron claras y fuertes el año pasado, y la nueva corporación insular parece habérselo tomado en serio, contagiando su preocupación a algunos ayuntamientos. Liderados por el presidente del Cabildo, el nacionalista Mario Cabrera, se trata ahora de reactivar la moratoria turística, incluyendo además la negociación directa con algunos promotores para modificar los planes parciales más impactantes, reducir su tamaño e incluso cambiar la localización inicial.

Peligro de ‘crack’ turístico

Los primeros pasos son ilusionantes, aunque los más pesimistas no dejan de verlo como una gota de agua en el mar, y los más críticos como una mera operación de maquillaje. Pero es que aún hay más, y ya me perdonarán ustedes la escasa alegría de estas reflexiones. Fuerteventura ha apostado fuerte por un crecimiento turístico vertiginoso, único en el mundo, que empieza a hacer agua por todas partes. Cuanto más alto se sube, más fuerte puede ser la caída. Y ése es el peligro que se avecina. El año pasado se saldó así con un descenso en el número de turistas, que ha mantenido este año su peligrosa tendencia a la baja. Junto con ello, el fenómeno del todo incluido se ha generalizado, concentrándose en la Isla casi la mitad de los hoteles canarios que lo ofrecen.

Esta nueva moda turística ha provocado que, sólo en el sur de la isla, se hayan cerrado el pasado año unas setenta pequeñas y medianas empresas del tipo de restaurantes, bares y discotecas, incapaces de hacer frente a la competencia de la famosa pulsera. La lista de problemas es desgraciadamente larga, e incide en un deterioro del paisaje, ajeno a que sobre él pivote toda su economía: plataformas petrolíferas de Repsol, maniobras militares, recuperación del proyecto de Chillida para la montaña de Tindaya… Sin embargo, también hay aspectos positivos que aclaran tanto derrotismo. El más importante, en mi opinión, la interculturalidad de una sociedad nueva, más abierta, global y solidaria, alejada de brotes racistas, amante de la cultura, del medio ambiente y defensora de sus tradiciones, tanto propias como adoptadas. Germen de un mundo mejor. ¿Un mundo feliz?

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