El plátano canario se queda sin ropa y empieza a notar el frío

El plátano ha estado muy presente en la vida de los canarios en la última década. Ha agotado la paciencia de los gobernantes, ha generado dolores de cabeza a miembros de ejecutivos autonómicos y nacionales y a altos funcionarios de la Comisión Europea y, además, ha movilizado a miles de personas en la isla con más presencia y dependencia del cultivo, La Palma.

Se quiera o no, el plátano es tradición, dinero, mucho dinero, gente (muchos pequeños agricultores) y, quizá por todo ello, política, mucha política. Y lo peor, casi siempre política de la mala, que es justo la que no atiende los intereses de la gran mayoría: los pequeños y más numerosos agricultores plataneros, que son los más descapitalizados y los que mayor dependencia tienen de la actividad agrícola para atender sus necesidades vitales. Por ello, ahora el plátano está desnudo y pasa frío. Día tras día, los medios de comunicación locales muestran los muchos desaciertos y los escasos logros que desde el nacimiento de la Organización Común de Mercado (OCM) del plátano han afectado a la principal fruta que se produce en Canarias.

El plátano es muy importante para el Archipiélago y lo es en varios ámbitos: el económico, el social y el cultural. Claro que sí. Esto nadie lo cuestiona, pero ello no quiere decir que el análisis diacrónico de esta actividad productiva desde la aprobación de la OCM -el sistema llamado a proteger las producciones comunitarias en el seno de la Unión Europea (UE), el mercado más consumidor del mundo y el que mejor remunera la fruta- sólo refleje un camino de rosas. Ha habido de todo y, poco a poco, se han ido perdiendo elementos protectores del cultivo y, en definitiva, de la renta de los agricultores isleños, sobre todo de los más desprotegidos, situación que arroja dudas acerca de la viabilidad de las explotaciones pequeñas y medianas en los próximos años.

Las dificultades del plátano y de su OCM para mantenerse en la UE tal y como ésta se concibió en 1993 han sido enormes. La fruta canaria consiguió en 1993, en Bruselas, la máxima protección de la producción platanera comunitaria frente a la oferta, más competitiva, de países terceros. Y ese éxito fue posible gracias a que funcionó la presión del trío España-Portugal-Francia, los países productores de la UE. Pero desde entonces la OCM ha sufrido varias reformas, impulsadas por las grandes multinacionales de Estados Unidos, saldadas todas con cambios negativos para los intereses de los productores canarios.

Como muy tarde, a partir del 1 de enero de 2006 el área dólar podrá introducir todo el plátano que pueda vender en la UE con el único obstáculo comercial del arancel que autorice la OMC, que Canarias desea colocar en 270 euros por tonelada (el máximo freno posible), mientras Bruselas sólo defenderá 230 euros. Al final, no será uno ni otro. Será mucho menos. Y ello ahondará en la desprotección del plátano local. En menos de cinco años, Canarias ha pasado de la acumulación de capital por parte de sus agricultores plataneros (entonces nadie se quejaba) a la menor rentabilidad de las explotaciones y, lo que es peor, a la desaparición de las piezas clave que convertían la bonanza económica en algo estructural. Con la desgracia encima, los agricultores plataneros descubrieron que tanta riqueza acumulada no había servido para ponerse al día ni para ser equitativos en el reparto de la tarta. Craso error. Y de ese barro, estos lodos.

A partir de 1997, los productores canarios vieron con desánimo cómo caía el sistema de importación de fruta desde terceros países implantado con el Reglamento 404/93, en el que Canarias participaba con la venta de licencias de titularidad local y manejaba así parte de la oferta que se podía introducir en la UE. Y antes del 1 de enero de 2006, con la entrada del nuevo arancel y la anulación del contingente, ya sólo quedará la denominada ayuda compensatoria por pérdida de renta, modelo que beneficia a unos agricultores más que otros. A este ritmo y con la tarea aún por hacer en casa, donde sólo se han cosechado dos éxitos: la reducción de las 24 organizaciones de productores de plátano existentes a seis (aunque no ha tenido efectos comerciales y de organización realmente eficientes), más la prohibición de la plantación de nuevas matas (una medida que costó mucho introducir), parece claro que el plátano se queda sin ropa y ya empieza a notar el frío.

Para combatirlo, sólo hará falta un invernadero en la costa. Y sólo serán los productores más capitalizados los que superen la ausencia de abrigo. Así sólo nos quedaremos con la vertiente más económica. ¿Y la social, la cultural, la paisajística…? Una debacle con culpas compartidas.

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