La Laguna desperdicia una cita histórica y navega sin rumbo

Todos los parámetros demográficos, económicos, sociales, e incluso las nada empíricas sensaciones que produce una mera reflexión sobre la situación actual de La Laguna apuntan que el segundo municipio de Tenerife, la tercera ciudad de Canarias, navega por aguas de un fuerte desarrollo. Lo que no está claro es que sus gobernantes sepan llevar el timón.

La Laguna vive un momento de vientos favorables. Sin embargo, el equipo de gobierno presidido por Ana Oramas está demostrando, en demasiadas ocasiones, que le queda grande el encargo de llevar el timón de la nave lagunera con claves de sociedad moderna y en camino hacia el siglo XXI. Gestionar este momento histórico de La Laguna, además de una enorme responsabilidad, exigiría contar con una plantilla de concejales capaces y solventes para afrontar competentemente este reto. Los resultados electorales de 2003 y la reedición del pacto de gobierno entre Coalición Canaria (CC) y Partido Popular (PP), que respaldan a Oramas, tenían que haberle permitido organizar la administración municipal para afrontar su entrada en esta nueva época con más garantías.

Lamentablemente, la realidad diaria de la gestión municipal dibuja un paisaje en el que se observa que apenas cuatro áreas específicas del gobierno municipal están en sintonía o próximas a los nuevos tiempos y retos. Por otra parte, la oposición política que está representando el PSC-PSOE no está siendo acorde con los importantes apoyos que recibió en el último proceso electoral local pese a perder frente a Oramas. Los socialistas, lejos de ser consecuentes con la responsabilidad emanada de las urnas, se han dedicado a un ejercicio de ombliguismo caníbal que les ha alejado de la ciudadanía e incluso de parecer una alternativa real de gobierno en el municipio.

La hiperactiva alcaldesa aglutina, colecciona y dispone de la mayor avalancha de recursos públicos de los que ha disfrutado este municipio a lo largo de su historia, ya provengan de las arcas europeas, estatales, del Gobierno canario, del Cabildo de Tenerife o de las empresas y ciudadanos asentados en La Laguna. Sin embargo, tal caudal de potencialidades ha generado el establecimiento de una vieja forma de hacer las cosas, de gestionar, ordenar y mandar sin contar con las opiniones de una población que, lentamente, ha aumentado su grado de madurez social. Este despotismo, maquillado de grandes palabras y campañas en pro de una participación social en la que no creen, sólo esconde la inseguridad de unos gobernantes del siglo pasado, preocupados por mostrar un escaparate de este municipio y en el que sus habitantes están en el segundo nivel. Si acaso, se prefiere potenciar a los votantes antes que a los ciudadanos.

Pero la apariencia de La Laguna se está transformando y las grandes obras, enfocadas principalmente hacia la zona de La Cuesta y Taco, acabarán sacando a estos barrios del olvido de otros tiempos. Con múltiples problemas e importantes fallos de cálculo, el salto será evidente. Las nuevas infraestructuras de uso social, empresarial, cultural o deportivo, unidas a la mejora de las conexiones viarias y la creación de grandes parques públicos, contribuirán a engordar ese viejo concepto que viene a ser una mayor calidad de vida. Y es que, ahora mismo La Laguna gestiona dos grandes planes centrados en la parte más meridional del municipio, La Cuesta y Taco, donde viven más de 60.000 personas. El Plan Urban supone una inversión que ya supera los 36 millones de euros y el denominado CT-2004 descarga en el municipio otros quince millones de euros en viarios y grandes espacios verdes.

Patrimonio de la Humanidad

Otra de las caras de este municipio poliédrico es su carácter de ciudad Patrimonio de la Humanidad, un título con el que sus dirigentes, más allá de una serie de recientes peatonalizaciones, actividades vacuas o planes especiales atortugados, no parecen estar a la altura. Y mientras, el comercio tradicional del municipio, preso de su mayoritario inmovilismo, asiste con leves ataques de ansiedad al exponencial progreso de la milla de oro de Los Majuelos, donde las grandes y cada vez más numerosas superficies comerciales se multiplican a ojos vista.

La Laguna real de hoy es, cada vez más, mestizaje y también espejo de una sociedad canaria con fuertes diferencias sociales entre clases, reducto festivo de una comunidad universitaria y, a pesar de grandilocuencias de saldo, un lugar dónde la cultura languidece falta de nutrientes e instalaciones adecuadas. Claro que estamos ante un municipio emergente gracias, principalmente, a su materia prima ciudadana y empresarial, pero acostumbrado a sobrevivir a su ensordecida clase política que, mayoritariamente, sólo maneja el corto plazo, la domesticación de los agentes sociales y la telaraña de intereses como norte de su gestión.

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