Soria incita el pleito y convierte 2004 en el año de la isla perdida

Fue el primer pleito serio, la consagración del desorden. Cuando José Manuel Soria decidió echar el pulso, el resto de los cabildos ya tenía un acuerdo cerrado con los ayuntamientos de sus islas. La reforma de la financiación municipal había sido negociada en la anterior legislatura con Adán Martín como valedor y pocos alcanzaban a entender los motivos de la discordia al final del camino.

Mientras, a la sombra de la deriva grancanaria, en otras islas algunos aprovecharon para raspar las últimas perras chicas. Lo cierto es que, si en el plano financiero el presidente del Cabildo pretendía exonerar a esta institución de la aportación para cubrir las necesidades de la capital de la isla, cargando la diferencia a la cuenta de los demás ayuntamientos, en el plano político se trataba de una prueba de fuego que, años después, acabaría pasándole a Gran Canaria por encima. Todo ocurrió de tal manera que 2004 se quedó para siempre como el año de la isla perdida. Fue el primer presupuesto elaborado por los nuevos dirigentes del PP canario desde la mayoría absoluta obtenida en mayo de 2003. Se trataba, por tanto, de la presentación del ideario político de su presidente, José Manuel Soria, empeñado en hacerse valer como nuevo líder de Gran Canaria.

La crisis interna de Coalición Canaria abonaba el terreno; el PSOE sufría las consecuencias que a todo adolescente le acarrea el crecimiento, así que el PP quiso creerse, y hacer creer, que su mayoría era parte de la naturaleza, una especie de fruta madura que todo el mundo se debía tragar. Tanto fue así, que se habían permitido el lujo de proyectar con sus aliados naturales de CC un programa de colaboración política en franca comunión de intereses hasta el año 2007, cuyas raíces nacían en los jardines de La Moncloa pero cuya sombra alcanzaba hasta el último rincón del paraíso insularista canario. La victoria en las inminentes elecciones generales de marzo de 2004 parecía tan evidente, que el candidato del PP era reiteradamente presentado como sucesor de Aznar porque el entonces presidente del Gobierno había decidido retirarse sobre seguro. Entonces, las rivalidades eran otras: Soria y José Carlos Mauricio pugnaban en las moquetas de Madrid por ser, sólo uno de los dos, el próximo ministro canario. Grancanario, por más señas. Hombres de Estado.

El modelo diseñado por Soria era simple; reducir el gasto y aumentar los ingresos de forma rápida, a base de ceder todo el protagonismo posible a la iniciativa que por supuesto estaba privada; y dar preferencia de paso a los municipios gobernados por su partido. Necesitaba liquidez para cimentar una figura política que siempre soñó con superar la talla de Fernando de León y Castillo, aunque fuese a base de elevarse seis peldaños por encima del suelo. Como de hecho ocurrió con la mesa presidencial al reformar el salón de plenos de la sede cabildicia. En esas andaba cuando tropezó con el lagarto; se fue a Agüimes, donde esperaba que la enajenación de solares del Puerto de Arinaga aportase mucho cash, y vino a encontrarse con el frente político que nunca antes se habían atrevido a levantarle sus hasta entonces complacientes socios de CC. A esas alturas, Gran Canaria ya estaba partida; idas y venidas de alcaldes, asambleas que se repetían, notarios, y una escandalera que, como buen pleito, no arregló ni el Consejo Consultivo. El reparto del dinero no debió terminar mal, porque al año siguiente nadie protestó; lo que se rompió definitivamente fue el modelo. Y lo que se quebró fue la isla con sus habitantes dentro.

Esa fractura sólo pudo producirse con la aportación de Coalición Canaria. Sus dirigentes grancanarios venían de compartir durante ocho años el manejo del Cabildo de Gran Canaria con el PP, cómodos mientras no fueron cuestionados sus métodos. La deriva insularista impuesta por Adán Martín desde la Presidencia del Gobierno canario, y la aparente fortaleza electoral de Soria, dieron pábulo al espejismo según el cual el dirigente del PP se convertiría en el referente grancanario de la alianza. Sin necesidad de zarandajas; con ese convencimiento, el propio presidente del Cabildo asumió la siempre ingrata tarea de rebajarle a CC los michelines progresistas que encarnaban Román Rodríguez y los alcaldes con bandera, entre los que despuntó el de Agüimes, Antonio Morales, especialmente en lo que afectó a la rebelión del reparto de los fondos del REF.

El bernegal se le rompió a Soria el 14 de marzo de 2004; su victoria en las Islas no evitó la derrota del PP en las elecciones generales celebradas ese día. Desde entonces, la política canaria alcanzó sorprendentes velocidades de crucero; el acelerón al proyecto urbanístico del istmo de Guanarteme, en la capital grancanaria, fue la mayor apuesta política y financiera en la que se volcaron desde entonces tanto Soria como Mauricio, transmutado en consejero de Economía y Hacienda al partirse la nave. Pero con el PSOE gobernando en Madrid ya nada sería lo mismo; apenas subió la marea, el plan que habían diseñado quedó a merced de la corriente. Para entonces, la isla ya no estaba allí.

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